LA BASÍLICA DE LETRÁN
¿Qué tiene de importante ese templo?
Reconstruido una y otra vez en forma basilical, conserva reliquias de santos y
monumentos papales. Un fresco atribuido al Giotto recuerda el primer jubileo,
el del año 1300. En las pilastras de la
nave central sobresalen las enormes estatuas de los doce apóstoles. Y más allá
del baldaquino gótico, nos asombra el gran mosaico del ábside, presidido por el
medallón del Salvador.
Pero más que por
las obras de arte, la basílica de Letrán es significativa por ser la catedral
del obispo de Roma. Es la “cabeza y
madre de todas las Iglesias de la Urbe y del orbe”. Así lo proclama una enorme
cartela en la base de una de las columnas de la fachada.
Este templo resume en sí la importancia
de todas nuestras catedrales. Algunas son humildes como las que vemos en
tierras de misión. Otras, como la catedral de León, son una magnífica sinfonía
de luz y de color.
Todas ellas son importantes por ser el
templo y la sede del obispo y el centro espiritual de la iglesia local. En la catedral oímos la enseñanza del sucesor
de los apóstoles, oramos como pueblo de Dios, nos reunimos con la comunidad
diocesana y programamos los servicios de la caridad.
El templo es el lugar de encuentro entre
la divinidad y la humanidad. Y para los cristianos eso es el cuerpo de
Jesús. En él Dios se ha acercado a
nuestro cansancio. En él nos asomamos nosotros a la gloria y la misericordia de
Dios.
La dignidad de su cuerpo resplandece
sobre nosotros, que hemos sido constituidos en templos del Espíritu Santo. Y
resplandece también sobre los lugares sagrados en los que el mismo Espíritu nos
congrega para que vivamos y difundamos su amor a todas las gentes.
Al celebrar la dedicación de la basílica
del Salvador y de la iglesia catedral de nuestra diócesis, recordamos las
palabras proféticas de Jesús: “Destruid este templo y en tres días lo
levantaré”.
Destruir es relativamente fácil. Los
templos materiales sucumben al fuego, a los terremotos y a las bombas. Otras
veces son destrozados por los que no pueden soportar un signo cristiano en el
mundo en el que viven. El templo sagrado que era el cuerpo de Cristo sería
flagelado y crucificado. Y esos otros templos que son nuestros hermanos son
atormentados por el hambre y la injusticia.
Levantar un templo es mucho más difícil.
Los templos no se edifican sólo con piedras. Hace falta solidaridad y fe,
colaboración y esperanza, anhelos comunitarios y un inmenso tesoro de amor.
Levantar de la muerte el templo que fue el cuerpo de Jesucristo: ésa es la
tarea que define para siempre al Dios único que adoramos. Levantar del dolor el
templo que son nuestro hermanos: ésa es la misión de la comunidad cristiana.