PIEDAD CON LOS ANIMALES
El Papa Francisco ofrece
casi todos los días un nuevo titular a los noticiarios. En su audiencia pública
del sábado 14 de mayo estaba hablando sobre la virtud de la piedad. Esa
misericordia con la que fijamos nuestra atención en las necesidades concretas
de la persona. En su discurso incluyó un párrafo que en pocos minutos sería
citado en todo el mundo:
“La piedad no se debe
confundir con la compasión que sentimos por los animales que viven con
nosotros; sucede, de hecho, que a veces se siente esto hacia los animales, y se
permanece indiferente hacia el sufrimiento de los hermanos. Cuántas veces vemos
gente muy unida a los gatos, a los perros, y después no ayudan con el hambre
del vecino, la vecina, ¿eh? No, no. ¿De acuerdo?”
Inmediatamente han surgido
voces que critican al Papa por su falta de compasión hacia los animales. Esas
críticas son injustas. Por una parte, esa idea se encontraba ya en la encíclica
“Laudato si’”, sobre el respeto a la casa común. Allí dice el Papa Francisco:
“No
puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la
naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y
preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha
contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece
completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los
pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada. Esto pone en
riesgo el sentido de la lucha por el ambiente” (LS 91).
Para ilustrar
esta idea, el Papa recuerda a San Francisco de Asís, que alaba a Dios por las
criaturas y también por aquellos que perdonan por su amor. En realidad “todo
está conectado. Por eso se requiere una preocupación por el ambiente unida al
amor sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante los
problemas de la sociedad” (LS 91).
Pero esa
conexión ha de verse también desde el otro lado. Por eso, añadía el Papa en la
misma encíclica: “También es verdad que la indiferencia o la crueldad ante las
demás criaturas de este mundo siempre terminan trasladándose de algún modo al
trato que damos a otros seres humanos. El corazón es uno solo, y la misma
miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la
relación con las demás personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura es
contrario a la dignidad humana” (LS 92).
Es bueno reflexionar
sobre ese trípode que vincula al ser humano con los animales, con las demás
personas y con el Dios del amor y de la vida. La ignorancia de una de esas
relaciones tiene inmediatas consecuencias sobre las demás. El relato bíblico
del paraíso nos ilustra sobre esa responsabilidad. La ruptura con uno de esos polos significa y
comporta un lamentable desgarrón en la armonía a la que todos somos
invitados.
José-Román Flecha Andrés