LA
SABIDURÍA Y EL TESORO
“Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y
vino a mí un espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y a tronos, y en su
comparación tuve en nada la riqueza”. Así comienza el texto del libro de la
Sabiduría que se lee en la misa de este domingo (Sab 7, 7.11). En los versículos
siguientes se dice que la sabiduría es más preciosa que el oro y la plata.
Evidentemente, esa sabiduría, comparable a las piedras
más preciosas, no puede confundirse con la mera erudición. No basta con saber
muchas cosas para ser feliz. Para este autor bíblico la verdadera sabiduría, la
que nos da la felicidad, es el conocimiento de Dios. Es la aceptación de su
voluntad.
En realidad no es cuestión de “saberes” sino de
“sabores”. Se nos invita a gustar a Dios, su Ley y su proyecto sobre el mundo y
sobre el hombre. Es realmente sabio quien conoce el camino de la bondad. Quien
es consciente de que no basta con conocer la misericordia. Es preciso practicarla
cada día.
UNA
MIRADA CARIÑOSA
El
evangelio que hoy se proclama nos presenta a “uno” que se acerca a Jesús y le
pregunta: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mc 10, 17-30). Jesús ha dicho que el agua
que él nos da salta hasta la vida eterna. Y que el pan que él nos entrega nos
da la vida eterna. Lo eterno es su horizonte y su promesa.
Tal
vez este hombre conocía ya este lenguaje de Jesús. Como nos dice el texto,
contaba ya con dos elementos para llevar una buena vida: riquezas y un
comportamiento recto. Sin embargo, aspiraba a una vida que durara más allá de
los límites de la muerte. Deseaba conocer el camino que conduce a esa patria. Y
consideraba a Jesús como el Maestro adecuado.
Pues bien, en la respuesta de Jesús aparece
también la sabiduría: “Ya sabes los mandamientos”. Y en efecto, su interlocutor
no sólo los sabía sino que, al parecer, los había cumplido desde pequeño. De
acuerdo con las convicciones de su pueblo, estaba ya en el camino verdadero.
LO
QUE FALTA
Jesús
sabe que es necesario cumplir los mandamientos para ser feliz. Pero a la mirada
cariñosa de Jesús sigue una preciosa orientación: “Una cosa te falta: anda,
vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en
el cielo- , y luego sígueme”.
•
“Vende todo lo que tienes”. El ser no puede reducirse al tener. El camino a la
vida sin término no puede estar pavimentado por las cosas que terminan. Así que
el rico ha de dejar de poner su confianza en los bienes que posee.
•
“Da el dinero a los pobres”. Dios es el dueño de todo lo que existe. Hay que
defender el derecho humano a la propiedad. Pero sabiendo que los dones de Dios
nos han sido entregados para que los distribuyamos con equidad entre los hijos
de Dios.
•
“Sígueme”. Con esa palabra llamó Jesús a sus primeros discípulos. Pero ya se ve
que el discipulado permanece abierto. Seguir a Jesús no es un peso obligatorio.
Es una llamada y un honor para todos los
dispuestos a escucharla
-
Señor Jesús, tú sabes que ponemos nuestra confianza en las riquezas. Ayúdanos a
compartir nuestros bienes con los pobres y marginados y a seguirte por el
camino. Amén.
José-Román
Flecha Andrés