miércoles, 22 de julio de 2015

CADA DÍA SU AFÁN 25 de julio de 2015

    SANTIAGO APÓSTOL

Llevaba el nombre de Jacob, tan antiguo como su pueblo. Era hijo de Zebedeo y Salomé. Y con su hermano Juan fue llamado muy pronto al seguimiento de Jesús. Los dos hermanos dejaron a su padre, la barca y las redes que eran su vida y siguieron a Jesús.
¿Le siguieron buscando poder? ¿Cuánto tiempo tardaron en aprender que seguir al Maestro los llevaba a servir a los más humildes de la tierra? Ésas son algunas de las preguntas que nos asaltan en la fiesta de este “hijo del trueno”, como lo llamaba Jesús.
“El cristianismo ha encarnado la defensa de todos los débiles, bajos y malogrados”.   Para los  cristianos una frase como ésa es un elogio que  nos alegra. Pero ha sido escrita por alguien que unas líneas más arriba había dicho: “¿Qué es bueno? Todo lo que acrecienta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo. ¿Qué es malo? Todo lo que proviene de la debilidad”.
  Así escribía F.  Nietzsche.   Según él, lo mejor que se puede hacer con los débiles es ayudarlos a perecer. Por eso creía y pregonaba que, al encarnar la defensa de los débiles, el cristianismo se habría hecho inhumano e inmoral. ¡Así que nada de elogios!
Pues bien, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, pretendían de Jesús los puestos de mayor importancia en su Reino. Jesús contestó a sus demandas preguntándoles si estaban dispuestos a beber el cáliz del dolor y de la muerte que El mismo habría de apurar. Estaba  claro. La grandeza en el Reino del Mesías no se alcanzaba por el camino del poder, sino por el de la  entrega de la propia vida (Mt 20, 20-28).
Los dos hermanos respondieron que estaban dispuestos. Y efectivamente un día entregarían la vida por el evangelio. Santiago, hijo de Zebedeo y de Salomé sería el primero de los Doce  a la hora de beber aquel cáliz  al que se había referido Jesús. “El rey Herodes echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Hizo matar por la espada a Santiago, el hermano de Juan” (Hech 12, 1-2).
A lo largo de los tiempos, los humanos hemos luchado más por conseguir el poder que por ponerlo al servicio de los pequeños y los desheredados. 
  En la fiesta del apóstol Santiago es oportuno recordar el frescor de aquél ideal evangélico. Jesús tuvo que advertir a todos sus apóstoles sobre el sentido que el poder y la grandeza tendrían en su Reino:
• “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”. La grandeza no radica en el “tener” sino en el “ser”. No es grande quien aplasta y avasalla a los demás, sino quien sabe vivir desviviéndose por los otros.
• “El que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”.  Las prioridades verdaderamente humanas no se miden por las vidas aniquiladas, sino por las vidas tuteladas. No es el primero el que mata, sino el que ayuda a vivir.
Santiago, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, amigo predilecto de Jesús, es para los cristianos una parábola de la vocación al discipulado y de un seguimiento siempre difícil pero siempre gozoso.
                                                                        José-Román Flecha Andrés