SANTIAGO
APÓSTOL
Llevaba
el nombre de Jacob, tan antiguo como su pueblo. Era hijo de Zebedeo y Salomé. Y
con su hermano Juan fue llamado muy pronto al seguimiento de Jesús. Los dos
hermanos dejaron a su padre, la barca y las redes que eran su vida y siguieron
a Jesús.
¿Le
siguieron buscando poder? ¿Cuánto tiempo tardaron en aprender que seguir al
Maestro los llevaba a servir a los más humildes de la tierra? Ésas son algunas
de las preguntas que nos asaltan en la fiesta de este “hijo del trueno”, como
lo llamaba Jesús.
“El
cristianismo ha encarnado la defensa de todos los débiles, bajos y
malogrados”. Para los cristianos una frase como ésa es un elogio
que nos alegra. Pero ha sido escrita por
alguien que unas líneas más arriba había dicho: “¿Qué es bueno? Todo lo que
acrecienta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder
mismo. ¿Qué es malo? Todo lo que proviene de la debilidad”.
Así escribía F. Nietzsche. Según él, lo mejor que se puede hacer con
los débiles es ayudarlos a perecer. Por eso creía y pregonaba que, al encarnar
la defensa de los débiles, el cristianismo se habría hecho inhumano e inmoral.
¡Así que nada de elogios!
Pues
bien, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, pretendían de Jesús los puestos de
mayor importancia en su Reino. Jesús contestó a sus demandas preguntándoles si
estaban dispuestos a beber el cáliz del dolor y de la muerte que El mismo
habría de apurar. Estaba claro. La
grandeza en el Reino del Mesías no se alcanzaba por el camino del poder, sino
por el de la entrega de la propia vida
(Mt 20, 20-28).
Los
dos hermanos respondieron que estaban dispuestos. Y efectivamente un día
entregarían la vida por el evangelio. Santiago, hijo de Zebedeo y de Salomé
sería el primero de los Doce a la hora
de beber aquel cáliz al que se había
referido Jesús. “El rey Herodes echó mano a algunos de la Iglesia para
maltratarlos. Hizo matar por la espada a Santiago, el hermano de Juan” (Hech
12, 1-2).
A
lo largo de los tiempos, los humanos hemos luchado más por conseguir el poder
que por ponerlo al servicio de los pequeños y los desheredados.
En la fiesta del apóstol Santiago es oportuno
recordar el frescor de aquél ideal evangélico. Jesús tuvo que advertir a todos
sus apóstoles sobre el sentido que el poder y la grandeza tendrían en su Reino:
•
“El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”. La
grandeza no radica en el “tener” sino en el “ser”. No es grande quien aplasta y
avasalla a los demás, sino quien sabe vivir desviviéndose por los otros.
•
“El que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”. Las prioridades verdaderamente humanas no se
miden por las vidas aniquiladas, sino por las vidas tuteladas. No es el primero
el que mata, sino el que ayuda a vivir.
Santiago,
hijo de Zebedeo y hermano de Juan, amigo predilecto de Jesús, es para los
cristianos una parábola de la vocación al discipulado y de un seguimiento
siempre difícil pero siempre gozoso.
José-Román
Flecha Andrés