EL MENSAJE Y LA SORDERA
Como sabemos, el papa Francisco ha estado
impartiendo en las audiencias de los miércoles unas catequesis sobre la familia.
Se parecen a las homilías de un párroco cualquiera. Hay muchas personas que han
quedado maravilladas ante la catequesis sobre
la creación de la mujer y sus consecuencias para la convivencia familiar y el
trato entre los sexos.
Con todo, ante esa hermosa reflexión hay
quien me pregunta algo como esto: “Si este texto es tan antiguo, ¿cómo es que
la Iglesia ha permitido durante mucho tiempo esta diferencia tan abismal entre
los hombres y las mujeres, o mejor dicho, como ha permitido tanto machismo en
este mundo?”
Dejando a un lado las exhortaciones a los
esposos que encontramos en la carta a los Efesios, es fácil recordar cómo San
Ambrosio de Milán comentaba la creación de la mujer en su
obra “Los seis días de la creación”: “Cuando tu esposa llega tan atenta junto a
ti, deja a un lado tus arrogantes sentimientos, tus groseros modales. Cuando tu
mujer te exhorta con ternura a la
bondad, pon aparte la cólera. No eres un amo, sino un marido, no has tomado una
esclava, sino una esposa. Dios ha querido que tú fueras el guía, no el déspota
de un sexo inferior. Corresponde a sus atenciones, agradécele su afabilidad”.
Los que éramos monaguillos en nuestra
parroquia antes del Concilio Vaticano II recordamos aquel tono solemne con el
que nuestro Ritual Toledano se dirigía al marido en la celebración del
matrimonio, para advertirle de su responsabilidad conyugal: “Fulano, esposa os
damos y no sierva: amadla como Cristo amó a su Iglesia”.
Pero ya sabemos que es fácil acusar a la
Iglesia. Eso le confiere a uno frente a sus amistades una especie de
certificado de espíritu libre. Es más fácil criticarla que corregir nuestras
costumbres.
• Desde que salió del Cenáculo, la Iglesia
nos invita a todos a vivir la caridad y el amor, pero todos nos hemos envuelto
en un manto de egoísmo.
• Desde los tiempos de los apóstoles la
Iglesia ha proclamado la igual dignidad de los hombres y mujeres, pero no
terminan la esclavitud y el machismo.
• Desde el primer paso de su peregrinación,
la Iglesia predica la comprensión y el perdón, pero los rencores nos envenenan.
• Desde hace dos milenios, la Iglesia nos
exhorta a todos a vivir de la fe, pero muchos de nosotros vivimos como si Dios
no existiera.
• Desde hace siglos la Iglesia habla constantemente
de los deberes de justicia, pero el mundo está lleno de corrupción.
• Desde siempre, la Iglesia propone el
ideal de la fidelidad conyugal, pero nunca han faltado traiciones y adulterios.
• Desde el día de Pentecostés la Iglesia
nos ha invitado a convertirnos de nuestros pecados, pero todos hemos aprendido
a hacernos los sordos ante su mensaje.
No tenemos por qué extrañarnos. ¡Es tan
fácil y ventajoso arrojar sobre la Iglesia las culpas por todos los
desaguisados que hemos cometido y cometeremos!
José-Román
Flecha Andrés