Hch
16,11-15
Jn
15,26-16,4a MAYO 11
En
aquel tiempo dijo Jesús: “Pero cuando venga el defensor, el Espíritu de la
verdad, que yo enviaré de parte del Padre, él será mi testigo. Y también
vosotros seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio.
Os digo estas cosas para que no perdáis vuestra fe en mí. Os expulsarán de las
sinagogas, e incluso llegará el momento en que cualquiera que os mate creerá
que le está prestando un servicio a Dios. Eso lo harán porque no nos han
conocido ni al Padre ni a mí. Os digo esto para que, cuando llegue el momento,
os acordéis de que ya os lo había dicho”.
Preparación: Son verdaderamente inquietantes
las noticias de los cristianos perseguidos en todo el mundo. Y es escandalosa
la indiferencia de la sociedad internacional ante su martirio. Evidentemente,
se cumple en nuestros días la previsión de Jesús. Nos consuela saber que
también se cumple el envío del Espíritu que nos guía y nos conforta.
Lectura: La primera lectura nos presenta a
Lidia, la vendedora de púrpura, a la que “el Señor le abrió el corazón para que
aceptara lo que decía Pablo”. En su carta La
puerta de la fe, el Papa Benedicto XVI nos la presentaba como modelo de
creyente. En el texto evangélico que hoy
se proclama Jesús anuncia el envío del Paráclito, el Espíritu de la Verdad. Él
dará testimonio de Cristo. Movidos y alentados por el Espíritu, también sus
discípulos habrán de dar testimonio de su fe, aun con riesgo de persecución y
hasta de muerte.
Meditación: En su Comentario al Evangelio de San Juan escribe San Agustín: “De poco
le serviría a Cristo exhortar a sus discípulos a seguir su ejemplo si no les
llenara de su Espíritu” (93,1). Sin la iluminación del Espíritu no podemos
reconocer a Dios como “Padre”, ni podemos afirmar que Jesús es el Cristo, es
decir el Ungido por Dios. El Espíritu es el que abre nuestro corazón para que
acojamos la palabra de Dios. Él da firmeza a nuestra fe para que seamos
valientes testigos del Señor. Él sostiene nuestra esperanza y nos ayuda a amar
todos nuestros hermanos. Y él nos acompañará en el momento de la
dificultad.
Oración: “Recibe, Señor las ofrendas de tu
Iglesia exultante de gozo, y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste
motivo de tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno. Por
Jesucristo nuestro Señor”.
Contemplación: Contemplamos a Jesús en el
discurso de despedida. El Señor sabe que nunca podremos liberarnos
completamente del “escándalo”, es decir
de la piedra de tropiezo que puede hacernos tambalear en el camino. Pero él no
quiere que perdamos la fe en él. Es cierto que nos asusta tan sólo el pensar
que los que dan muerte a los seguidores de Jesús tal vez piensen que con ello
están dando culto a Dios. Pero hay algo que nos da la paz. Si damos testimonio
de él durante la vida, el Espíritu nos ayudará a dar el testimonio definitivo
en la hora del martirio, si es que nos ha sido reservada esa palma.
Acción: Hoy podemos repetir con más
atención la sexta petición del Padre nuestro: “No nos dejes caer en la
tentación”.
José-Román Flecha Andrés