Sinagoga de Cafarnaún-Israel
Viernes III
Hch 9,1-20
Jn 6,52-59 ABRIL 24
Los judíos se pusieron a discutir unos con otros: “¿Cómo puede éste
darnos a comer su propio cuerpo?”. Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis
el cuerpo del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida. El que
come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré el día
último. Porque mi cuerpo es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El
que come mi cuerpo y bebe mi sangre vive unido a mí, y yo vivo unido a él. El
Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él. De la misma manera, el
que me coma vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no
es como el maná que comieron vuestros antepasados, que murieron a pesar de
haberlo comido. El que coma de este pan, vivirá para siempre”. Jesús enseñó
estas cosas en la reunión de la sinagoga en Cafarnaún.
Preparación: El relato de la
conversión de Saulo nos habla de un judío que escucha al Señor y decide
seguirle. El Evangelio nos habla de otros judíos que le escuchan y se
escandalizan. Así que tendremos que preguntarnos cómo escuchamos nosotros al
Señor.
Lectura:
El texto del evangelio de Juan que hoy se
proclama amplía el discurso de Jesús que sigue a la multiplicación de los panes
y los peces. El Maestro se ha comparado previamente con el maná que alimentó a
los hebreos en el desierto. Y se ha presentado a sí mismo como el pan bajado
del cielo para dar la vida a los hombres. Ha subrayado la importancia de creer
en él. Y, en un paso sucesivo, identifica su pan con su propia carne y sangre:
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Pero estas declaraciones
son demasiado escandalosas para los judíos que le escuchan.
Meditación:
Para escándalo de los judíos que le oyen,
Jesús explica su pensamiento con dos frases complementarias. • “Si no coméis la carne del Hijo del hombre
y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. La expresión negativa nos advierte del riesgo de
vivir junto a la fuente y morir de sed. En la totalidad reflejada por el cuerpo
y la sangre, Jesús se nos entrega como el alimento imprescindible, que no puede
ser despreciado. • “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y
yo le resucitaré en el último día”. La expresión afirmativa nos propone el gran don de una vida que supera los
límites del tiempo y de la muerte. Jesús es la resurrección y la vida para todo
el que se alimenta de su mensaje.
Oración: Señor Jesús, tú conoces nuestra necesidad de vivir de verdad, de convivir en intimidad y de pervivir
para siempre. Al entregarte en cuerpo y sangre, Tú nos ofreces esa posibilidad.
Bendito seas por siempre, Señor. Amén.
Contemplación: Seguimos contemplando a Jesús en la sinagoga de
Cafarnaún. Y escuchamos sus palabras: “El que come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él”. La oferta de la vida se completa ahora con la oferta
de la intimidad. • “El que come mi carne
y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Nos pasamos la vida buscando un
espacio donde habitar y un corazón en el que descansar. Eso y más es Jesús para
el que se alimenta de su vida. • “El que come mi carne y bebe mi sangre habita
en mí y yo en él”. Jesús no tenía dónde reclinar su cabeza. En el Apocalipsis
se dice que él está a la puerta y llama para compartir nuestra mesa (Ap 3,20).
Quien se alimenta de su cuerpo y de su sangre le ofrece, casa y descanso. Y
comparte su intimidad.
Acción: Colaborar con
nuestros hermanos a preparar con sinceridad y con fe la celebración de la
eucaristía.
José-Román Flecha Andrés