Miércoles II
Hch
5,17-26
Jn
3,16-21
ABRIL 15
En
aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo
único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
salvarlo. El que cree en el Hijo de Dios no está condenado; pero el que no
cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios. Los que no
creen ya han sido condenados, pues, como hacían cosas malas, cuando la luz vino
al mundo prefirieron la oscuridad a la luz. Todos los que hacen lo malo odian
la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo.
Pero los que viven conforme a la verdad, se acercan a la luz para que se vea
que sus acciones están de acuerdo con la voluntad de Dios”.
Preparación: “El cristiano tiene que estar
convencido de que su existencia terrenal tiene poca importancia por una última
razón, o sea, porque a esta vida le sigue un estado de dicha y alegría que dura
eternamente”. Así escribía Ladislao Boros en su libro Vivir de esperanza. Hoy se persigue a los cristianos en todo el
mundo. Pero la persecución no es nueva. La vida y la palabra de Jesús son un
mensaje de fraternidad y un anuncio de vida eterna. Ni entonces ni ahora es
aceptado por los que tratan de imponer su dominio y sus intereses.
Lectura: En la primera lectura vemos que
los apóstoles son de nuevo arrestados por anunciar al pueblo, en nombre de
Jesús, el mensaje de la vida. Es claro que dar la razón a un condenado es negar
la razón al que lo condenó. En el evangelio continúa el diálogo de Jesús con
Nicodemo. Y también en este texto
aparece hasta cuatro veces la palabra “condenar”. “Dios no envió a su Hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo”. Sin embargo, los que
anuncian esa salvación son condenados al silencio por los poderes que
rechazaron al Salvador.
Meditación: Escuchamos las cuatro partes de
la revelación de Jesús a Nicodemo: “Tanto
amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él
no muera, sino que tenga vida eterna”. En las religiones antiguas nadie creía
que los dioses amaran a los hombres. “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo
para condenar al mundo, sino para salvarlo”. La salvación esperada por el
pueblo de Israel ha llegado por Jesús. “El que cree en el Hijo de Dios no está condenado”.
El creyente no debe temer el juicio futuro. Sabe que su fe lo libra de toda
condena. “El que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de
Dios”. La sentencia se adelanta al juicio. El que rechaza la fe rechaza la
salvación. La clave es la fe en Jesucristo.
Oración: Dios Padre, “Haz que nos
entreguemos de tal modo al servicio de nuestros hermanos que logremos hacer de
la familia humana una ofrenda agradable a tus ojos”. Por Jesucristo nuestro
Señor. Amén.
Contemplación: Contemplamos a Jesús y oímos cómo
relaciona el creer y el obrar: “Los que no creen ya han sido condenados, pues,
como hacían cosas malas, cuando la luz vino al mundo prefirieron la oscuridad a
la luz”. La falta de fe se manifiesta en un comportamiento inmoral. “Todos los que hacen lo malo odian la luz, y
no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo”. En este
caso, la luz nace de un razonamiento filosófico: la Luz es el mismo Jesús. “Los
que viven conforme a la verdad, se acercan a la luz para que se vea que sus
acciones están de acuerdo con la voluntad de Dios”. La fe genera una buena
conducta. Pero también el comportamiento recto lleva al hombre hasta la Luz.
Acción: Miremos a nuestra sociedad para
tratar de descubrir qué opciones morales llevan a las gentes a renegar de su fe
cristiana.
José-Román Flecha Andrés