viernes, 6 de junio de 2014
LECTIO DIVINA- DOMINGO DE PENTECOSTÉS-A

Is 2,1-5:
“Venid subamos al monte del Señor”
Mt 8,5-11:
“Vendrán muchos de Oriente y de Occidente”
DICIEMBRE
1
Al entrar
en Cafarnaún, un centurión romano se le acercó para hacerle un ruego. Le dijo:
“Señor, mi asistente está en casa enfermo, paralítico, sufriendo terribles
dolores”. Jesús le respondió: “Iré a sanarlo”. “Señor -le contestó el
centurión-, yo no merezco que entres en mi casa. Basta que des la orden y mi
asistente quedará sanado. Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la
vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando a uno de ellos le digo que vaya, va;
cuando a otro le digo que venga, viene; y cuando ordeno a mi criado que haga
algo, lo hace”. Al oír esto, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le
seguían: “Os aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como
este hombre. Y os digo que muchos vendrán de oriente y de occidente, y se
sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”.
Preparación: Hasta el
día 16 de diciembre, en la liturgia del Adviento se proclaman algunos textos
del libro del profeta Isaías. Esos textos determinan la selección del texto
evangélico. La visión de las gentes que suben hasta Jerusalén motiva hoy
nuestra oración para que nos mantengamos en el camino de la fe y la esperanza.
Lectura: El profeta Isaías vivía en Jerusalén. Como
vemos, imagina y espera la peregrinación de los pueblos de la tierra que un día
subirán a Jerusalén para escuchar la palabra del Señor. Del monte Sión los
gentiles recibirán la luz para establecer las condiciones para la paz. Pues
bien, según el evangelio un militar, seguramente pagano, se acerca a Jesús para
pedirle la curación de un asistente suyo. Jesús alaba la fe de aquel extranjero
que anticipa la gran peregrinación de los pueblos gentiles que vislumbraba
Isaías. Ante los discípulos se abre la perspectiva de la universalidad de la
salvación. Los hijos de Abraham no son solamente los que tienen su sangre, sino
los que comparten su fe.
Meditación: Al celebrar
los 500 años del nacimiento de Santa
Teresa de Jesús recordamos unas palabras suyas, que bien pueden aplicarse a
nuestro tiempo: “Está tan muerta la fe que creemos más lo que vemos que lo que
ella nos dice”. El Adviento nos recuerda que la esperanza no puede reducirse a
un mero sentimiento. Esperar es confiar. Y confiar es el fruto primero de la
fe. En un tiempo de cansancio y de crisis, hemos de volver nuestros ojos al
Salvador. Y orar confiadamente. La salvación sólo puede venir de él. Nos
preocupa el dolor de la humanidad. Por eso imploramos la misericordia del
Señor. El amor se manifiesta en obras. Y también en la seriedad de nuestra
oración de intercesión, como nos indica el Papa Francsico en la exhortación “La
alegría del Evangelio”.
Oración: Señor
Jesús, todos conocemos muchos enfermos de cuerpo y de alma. Te recordamos la
situación de nuestros hermanos abatidos por la enfermedad y el desaliento. Y
también la angustia de todos los que son perseguidos tan sólo por ser
cristianos. Confiamos en ti. Si nuestra fe es escasa, tu misericordia es
abundante.
Contemplación: Nuestra oración
corre el peligro de ser demasiado interesada. Casi siempre llevamos a nuestra oración nuestras necesidades y
deseos. También nuestros intereses. El tiempo de Adviento nos invita a abrir el
corazón a la universalidad y a la solidaridad. Nuestra fe no puede tener
fronteras. Como no la tenía aquella esperanzada peregrinación de los pueblos
que ya soñaba Isaías.
Acción: Hagamos hoy silencio
para contemplar la misericordia de Dios. Nuestra esperanza inspira hoy nuestra
oración por las personas que sufren. Las
que están lejos de nosotros y las que viven a nuestro lado. Que la oración
nos lleve a proyectar compromisos
concretos a favor de los que tienen pocas razones para esperar.
José-Román Flecha Andrés
LECTIO DIVINA-SÁBADO 7ª SEMANA DE PASCUA-A

Hch
28,16-20.30-31
Jn
21,20-25
Cuando
Pedro le vio, preguntó a Jesús: “Señor, ¿y qué hay de este?”. Jesús le
contestó: “Si yo quiero que permanezca hasta mi regreso, ¿qué te importa a ti?
Tú sígueme”. Por esto corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo
no moriría. Pero Jesús no había dicho que no moriría, sino: “Si yo quiero que
permanezca hasta mi regreso, ¿qué te importa a ti?”. Éste es el mismo discípulo
que da testimonio de estas cosas y lo ha escrito. Y sabemos que dice la verdad.
Jesús hizo otras muchas cosas. Tantas que, si se escribieran una por una, creo
que en todo el mundo no cabrían los libros que podrían escribirse.
Preparación: A lo largo de todo el tiempo
pascual hemos venido leyendo el libro de los Hechos de los Apóstoles y el
Evangelio según San Juan. En ambos
hemos ido encontrando, por un lado, los rasgos y la aventura de las comunidades
cristianas primitivas y, por el otro, el eco contemplativo de la Palabra hecha
carne y la memoria de las palabras y los gestos de Jesús.
Lectura: El final de los Hechos de los Apóstoles recoge el
testimonio de Pablo que resume las tares del evangelizador: recibir a todos,
predicar el Reino de Dios y enseñar la vida de Jesucristo. La segunda lectura
nos ofrece el final del evangelio según San Juan. Tras escuchar la profecía que
se refiere a él, Pedro se muestra interesado en conocer la suerte que espera al
discípulo amado. La respuesta de Jesús repite la palabra con la que lo había
llamado un día, a las orillas del lago de Galilea: “Tú sígueme”. El penúltimo
verso puede deberse a un grupo de discípulos que dan fe de la fidelidad con la
que el evangelista ha transmitido la vida y la enseñanza de Jesús: “nosotros
sabemos que su testimonio es verdadero”. Es conmovedor ese eco de la comunidad
a la palabra del testigo y escritor
Meditación: Nuestra meditación se centra hoy
en esa palabra de Jesús: “Tú sígueme”. Jesús llamó a los que quiso para que le
siguieran, estuvieran con él, imitaran su estilo de vida y transmitieran un día
su mensaje, haciendo discípulos en todos los pueblos. El seguimiento de Cristo
es la primera de las notas que definen al discípulo. Seguir a Jesús con
libertad y pobreza, con amor y fidelidad, con dedicación y generosidad es un
honor para todos los que han sido llamados. La otra nota que define al
discípulo es la aceptación del envío a la misión.
Oración: “Dios todopoderoso, concédenos
conservar siempre en nuestra vida y en nuestras costumbres la alegría de estas
fiestas de Pascua que nos disponemos a clausurar. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén”.
Contemplación: Como en la mañana de la
resurrección, de nuevo aparecen juntos Simón Pedro y el discípulo al que amaba
Jesús. Ambos miran a Jesús, como nosotros lo miramos: con gratitud por la
llamada y con el deseo de mantenernos junto a él en fidelidad. Ambos discípulos
representan a toda la Iglesia. También ella ha sido elegida para seguir al Señor
y para transmitir su mensaje a todas las gentes.
Acción: Leer ya desde hoy la secuencia de
Pentecostés que se leerá en la misa de mañana, antes de la proclamación del
Evangelio.
José-Román
Flecha Andrés
jueves, 5 de junio de 2014
LECTIO DIVINA-VIERNES 7ª SEMANA DE PASCUA-A

Hch
25,13-21
Jn
21,15-19
Cuando
ya habían comido, Jesús preguntó a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas
más que estos?”. Pedro le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús
le dijo: “Apacienta mis corderos”. Volvió a preguntarle: “Simón, hijo de Juan,
¿me amas?”. Pedro le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le
dijo: “Apacienta mis ovejas”. Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de
Juan, ¿me quieres?”. Pedro, entristecido porque Jesús le preguntaba por tercera
vez si le quería, le contestó: “Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te
quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras más
joven te vestías para ir a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás
los brazos y otro te vestirá y te llevará a donde no quieras ir”. Al decir
esto, Jesús estaba dando a entender de qué manera Pedro había de morir, y cómo
iba a glorificar a Dios con su muerte. Después le dijo: “¡Sígueme!”
Preparación: En la exhortación apostólica La alegría del Evangelio, el Papa
Francisco señala entre las tentaciones
de los mensajeros del Evangelio la acedia
egoísta. Esa pereza puede tener varias causas: soñar proyectos
irrealizables y no vivir con ganas lo que se puede hacer; pretender que las
soluciones lluevan del cielo; apegarse a proyectos o sueños de éxitos
imaginados por la vanidad; perder el contacto real con el pueblo; no saber
esperar (n. 82). Algo de eso había paralizado a los discípulos de Jesús, hasta
que llegó el Espíritu Santo, cuya venida
celebramos en la fiesta de Pentecostés.
Lectura: El procurador Festo ha recibido la
visita del rey Agripa. Le informa sobre Pablo, un judío que va hablando de un
tal Jesús, ya muerto, de quien él sostiene que vive. Festo no sabe mucho de
Pablo. Pero lo que sabe es lo fundamental: que proclama la fe en la
resurrección de Jesús. También el evangelio nos remite a lo esencial. Por tres
veces Jesús se dirige a Pedro, preguntándole si le ama. A la triple traición
del apóstol, responde ahora una triple declaración de amor a su Maestro.
Meditación: “Estando tú, todo es agradable; sin
ti todo es enojoso. Tú das sosiego al corazón y segura paz y jubilosa alegría”.
Esta oración del alma, que nos dejó Tomás de Kempis en la Imitación de Cristo (3,34) nos conduce también a nosotros a lo
esencial de la vida cristiana. Jesús es la fuente de la paz y de la alegría.
Nos equivocamos cuando buscamos la serenidad en otras cosas, en otras
instituciones o en nuestros propios intereses.
Oración: Oh Dios, por la glorificación de
Cristo y la venida del Espíritu Santo nos has abierto las puertas de tu reino.
Que estos dones nos muevan a servirte con alegría y a vivir las riquezas de
nuestra fe. Amén.
Contemplación: Siete de los discípulos de Jesús
han vuelto al lago de Galilea. Es como si hubieran decidido olvidar
definitivamente la experiencia que habían vivido al lado de Jesús. Pero Jesús
no los ha olvidado a ellos. Lo contemplamos a la orilla del lago, esperando que
sus discípulos se acerquen a la orilla. Allí les ha preparado algo de comer.
Allí interroga a Pedro sobre su amor y su fidelidad. Y allí le confían el
cuidado de su rebaño. Ante esta escena, nosotros nos repetimos que no queremos
anteponer absolutamente nada a Cristo, como nos enseña la Regla de San Benito (72,11).
Acción: Hoy podemos leer, una vez más ,
ese hermoso capítulo 21 del Evangelio según San Juan. Podemos preguntarnos si
nos vemos retratados en algún momento en algún discípulo de Jesús.
José-Román Flecha Andrés
miércoles, 4 de junio de 2014
LECTIO DIVINA-JUEVES 7ª SEMANA DE PASCUA-A
Hch
22,30; 23,6-11
Jn
17,20-26
En
aquel tiempo dijo Jesús: “No te ruego solamente por éstos, sino también por los
que han de creer en mí al oír el mensaje de ellos. Te pido que todos ellos
estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén
en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Les he dado la misma
gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa como tú y yo somos una sola
cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno y así el
mundo sepa que tú me enviaste y que los amas como me amas a mí. Padre, tú me
los confiaste, y quiero que estén conmigo donde yo voy a estar, para que vean
mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la
creación del mundo. Padre justo, los que son del mundo no te conocen; pero yo
te conozco, y éstos también saben que tú me enviaste. Les he dado a conocer
quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor que me tienes esté en ellos,
y yo mismo esté en ellos”.
Preparación: “Cristo ora por nosotros, como
sacerdote nuestro; ora en nosotros, como Cabeza nuestra; y nosotros le oramos a
él como a nuestro Dios… Oramos a él, por él y en él… Pide Cristo y pido yo. No
pidas nada sin él, y él no pedirá nada sin ti”. Estas palabras de San Agustín
en el Comentario a los Salmos (85,1) nos
introducen en el ambiente litúrgico de este día.
Lectura: Nos consuela oír en la primera
lectura la promesa que Jesús dirige a Pablo, retenido en la fortaleza romana en
Jerusalén: “¡Ánimo, lo mismo que has dado testimonio de mí en Jerusalén, así es
necesario que des también testimonio en Roma!”. En el Evangelio se nos dice que
Jesús ha orado por sus discípulos. Y por todos los que habíamos de creer en él
a lo largo de los siglos. Sabemos que él se cuida de nosotros. Su oración nos
conforta y sostiene nuestra esperanza.
Meditación: Es preciso que esta certeza se convierta hoy en el tema de nuestra
oración. Jesús ha orado por sus discípulos y por todos los que habían de creer
en él. Su oración es la prueba de su amor. Ahora bien, siempre podemos
preguntarnos por la razón de ese amor.
“Así como la causa por que amó Cristo al hombre no es el hombre sino
Dios, así también el medio por que Dios tiene prometidos tantos bienes al
hombre no es el hombre, sino Cristo”. Estas palabras de San Juan de Ávila en el
Tratado del amor de Dios (I,15) nos
ofrecen confianza y nos ayudan a reconocer nuestro puesto en el plano de la
salvación. La esperanza y la humildad son hermanas gemelas.
Oración: “Señor, que tu Espíritu nos
penetre con su fuerza, para que nuestro pensar te sea grato y nuestro obrar
concuerde con tu voluntad. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.
Contemplación: Nosotros dedicamos muy poco tiempo
a orar por los que nos han precedido en el signo de la fe. Pero dedicamos menos
tiempo aún a orar por aquellos que algún día recibirán la fe que nosotros,
humildemente, hemos tratado de testimoniar con nuestra vida. Sin embargo, Jesús
ha pensado en nosotros. De nuevo contemplamos a Jesús en la “sala de arriba”.
Está haciendo oración por todos los que, a lo largo de los tiempos, habrán de
creer en él. Damos gracias por el fruto de aquella oración.
Acción: Hoy dedicamos unos momentos a
imaginar a las personas a las que un día llegará algo de la fe que nosotros
hemos tratado de anunciar y testimoniar.
José-Román Flecha Andrés
martes, 3 de junio de 2014
LECTIO DIVINA-MIÉRCOLES 7ª SEMANA PASCUA-A

Hch
20,28-38
Jn
17,11b-19
En aquel tiempo dijo Jesús: “Padre santo, cuídalos
con el poder de tu nombre, el nombre que me has dado, para que estén
completamente unidos, como tú y yo. Cuando estaba con ellos en este mundo, los
cuidaba y los protegía con el poder de tu nombre, el nombre que me has dado. Y
ninguno de ellos se perdió, sino aquel que ya estaba perdido, para que se
cumpliera lo que dice la Escritura. Ahora voy a ti; pero digo estas cosas
mientras estoy en el mundo, para que ellos se llenen de la misma perfecta
alegría que yo tengo. Yo les he comunicado tu palabra; pero el mundo los odia
porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los
saques del mundo, sino que los protejas del mal. Así como yo no soy del mundo,
tampoco ellos son del mundo. Conságralos a ti por medio de la verdad: tu
palabra es la verdad. Como me enviaste a mí al mundo, así yo los envío. Y por
causa de ellos me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados
por medio de la verdad”.
Preparación: Generalmente dirigimos nuestras oraciones al Padre
de los cielos. En la liturgia hay algunas oraciones que se dirigen a Jesús. Es
una alegría saber que Jesús ha orado por sus discípulos. En esa oración de
Jesús por los suyos, fundamenta el cristiano su decisión de anunciar la fe
hasta los confines del mundo
Lectura: En su despedida a los presbíteros de la Iglesia de
Éfeso, Pablo recuerda unas preciosas palabras de Jesús: “Más vale dar que
recibir; más dichoso es el que da que el que recibe”. En el evangelio se
recoge una parte de la oración que, después de la última cena, Jesús
dirige al Padre por los discípulos: “Padre santo, cuídalos con el poder
de tu nombre, el nombre que me has dado, para que estén completamente unidos,
como tú y yo. Cuando estaba con ellos en este mundo, los cuidaba y los protegía
con el poder de tu nombre, el nombre que me has dado”. El nombre representa al
mismo Padre. Él ha de cuidar por los que han seguido a Jesús.
Meditación: Jesús ruega al Padre por sus discípulos: “No te pido
que los saques del mundo, sino que los protejas del mal. Así como yo no soy del
mundo, tampoco ellos son del mundo”. Jesús es del mundo, pero lo mundanal no
tiene dominio sobre él. También nosotros permanecemos en el mundo, pero no
podemos dar cabida a los pensamientos mundanos, a las seducciones de este
mundo, a la frivolidad de este mundo. Nosotros seguimos en el mundo, como ha
dicho Jesús. Pero tratamos de huir de la nada y abrazarnos al Todo de Dios.
Cada uno de nosotros puede repetir la oración del P. Karl Rahner: “En todo
busco a Dios para huir de la nada asesina y no puedo abandonar el hombre que
soy, al que amo, pues todo te confiesa a ti, Dios-Hombre”
Oración: “Padre lleno de amor, concede a tu Iglesia,
congregada por el Espíritu Santo, dedicarse plenamente a tu servicio y vivir
unida en el amor, según tu voluntad. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.
Contemplación: Jesús no fue un sacerdote del templo de Jerusalén.
Pero es nuestro gran mediador. El sacerdote según el orden cósmico de
Melquisedec. Hoy lo vemos como gran intercesor. Lo contemplamos orando por
nosotros al Padre de los cielos: “Conságralos a ti por medio de la verdad: tu
palabra es la verdad”. Nuestra persona ha sido ungida por la palabra de la
verdad. De esa forma quedamos consagrados a Dios, por aquel que es el camino,
la verdad, y la vida.
Acción: Miramos atentamente a nuestras manos. Y nos
preguntamos qué podemos hacer por nuestros hermanos con estas manos consagradas por el don de la verdad.
José-Román Flecha Andrés
REFLEXIÓN-SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS. A- 8 de junio de 2014
Miniatura de las Horas Turín-Milán,siglo XV, Museo civil de Arte antiguo, Turín
En
la exhortación La alegría del Evangelio, el Papa Francisco nos dice que “una
evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él
es el alma de la Iglesia evangelizadora” (n. 261).
Según el libro de los Hechos de
los Apóstoles que hoy se lee en la liturgia
(Hch 2,1-11), durante la fiesta judía de Pentecostés, los pocos seguidores
de Jesús estaban reunidos en un mismo lugar. Junto al huracán que resonó en toda
la casa, aparecieron unas lenguas como de fuego, repartidas sobre cada uno de
ellos. “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en
otras lenguas según el Espíritu les daba que hablasen”.
El Espíritu de Dios cambió a los
miedosos y egoístas discípulos de Jesús en valientes y generosos testigos de su
resurrección y de su mensaje. El Espíritu de Dios es Espíritu de amor. Y el
amor se hace comprensible en todas las lenguas.
FIESTA DEL ENVÍO
El evangelio (Jn 20,19-23) nos
recuerda que ya el mismo día de su resurrección, Jesús se apareció a sus
discípulos, les deseó la paz y, al mostrarles sus llagas, “ellos se alegraron
de ver a Jesús”. La paz y la alegría son los primeros regalos del Resucitado.
Pero el gran regalo, el “altísimo
don de Dios” es su Santo Espíritu. Sin el Espíritu es imposible vivir la
alegría del Evangelio. Si no se nos da el Espíritu no podremos reconocer al
Señor Resucitado. Si no acogemos con fe al Espíritu de Dios, no podremos vivir
el gran regalo del perdón
El Espíritu de Dios es principio de vida y de gracia, fuente de amor y de
concordia, prenda de verdad y de caridad
fraterna. El Espíritu remueve la fe y la esperanza de los discípulos de Jesús y
está presente en la Iglesia, guiándola hacia el amor y la verdad. Ignorar al
Espíritu es ignorar al Padre de los cielos e ignorar las claves de la misión de
Jesús.
Pentecostés es la fiesta de la
misión, es decir, la fiesta del envío de los creyentes. Como el Padre envió a
Jesús, también él nos envía a nosotros por los caminos del mundo.
FIESTA DEL PERDÓN
Tras el saludo, Jesús Resucitado
sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes
perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los
perdonéis, les quedarán sin perdonar”.
• “Recibid el Espíritu Santo”. No
somos los discípulos los que creamos la vida, los que inventamos la verdad, los
que producimos el amor. El Espíritu de Dios es su don por excelencia. Es la
fuente de todos los dones.
• “A quienes perdonéis los
pecados, les quedarán perdonados”. Todos necesitamos pedir y recibir
humildemente el perdón de Dios. Sólo así podremos nosotros transmitirlo con
generosidad y con esperanza a los demás.
• “A quienes no se los perdonéis,
les quedarán sin perdonar”. Si conocemos nuestra fragilidad, será difícil ser
perdonados y perdonar. Pero el Señor entrega a su Iglesia la responsabilidad de
discernir entre el bien y el mal.
- Señor Jesús, agradecemos el don
de tu Espíritu. Deseamos que él nos conduzca hasta la verdad plena y al amor
compasivo y creativo que tú nos has mostrado con tu vida, con tu muerte y tu
resurrección. Amén.
José-Román
Flecha Andrés
CADA DÍA SU AFÁN 7.6.2014
RAÍCES Y FRUTOS DE EUROPA
Las recientes elecciones al
Parlamento Europeo han significado una enorme sorpresa para muchos. Muchos
hablan del desencanto ante la Unión Europea, de la desconfianza popular hacia
los políticos, del fin del bipartidismo, del triunfo del antisistema.
Seguramente, de todo hay en el fondo de las intenciones de los votantes.
Muy pocos reconocen que, al
olvidar sus raíces cristianas, Europa no se encuentra a sí misma. Los padres de
la Unión Europea, Schumann, Adenauer y De Gasperi, eran profundamente
cristianos. Su fe los llevó a soñar un continente que superara sus conflictos y
sus guerras.
Aun siendo menos creyente,
Benedetto Croce escribió que “no podemos menos de considerarnos y llamarnos
cristianos”. Según él, los mismos ideales de la modernidad hubieran sido
impensables fuera de la tradición cristiana. La libertad, la igualdad y la fraternidad
no hubieran podido brotar fuera del suelo regado por el cristianismo.
En su exhortación “La
alegría del Evangelio”, el Papa Francisco ha escrito que “el substrato
cristiano de algunos pueblos –sobre todo occidentales- es una realidad viva”
(EG 68).
Sin embargo, esta Europa de raíces cristianas pretende
vivir olvidando su pasado. Si muchas de sus instituciones sociales, educativas
o sanitarias nacieron del tronco de la fe, habría de tratar de preservar lo
mejor que de ese tronco ha recibido.
La legítima laicidad de las instituciones no puede
significar el abandono de los valores que nacieron de la matriz religiosa de la
cultura europea. o que, al menos, la confesión religiosa ayudó a clarificar y
transmitir.
La memoria de sus raíces
podría ayudar a Europa a producir frutos de paz y de justicia, de concordia y
de progreso.
En este momento es oportuno
recordar la opinión de alguien que ha observado los miedos y prejuicios de
Europa sobre el Cristianismo. Según él “una Europa cristiana (…) sería una
Europa que, incluso celebrando la herencia noble de la Ilustración humanista,
abandonara su cristofobia, y no le causara miedo ni embarazo reconocer el
cristianismo como uno de los elementos centrales en el desarrollo de su propia
civilización”.
Quien así
escribe no es un “integrista católico” sino un intelectual judío. De hecho,
Weiler, catedrático de las
universidades de Harvard y Nueva York, considera que la ausencia del
pensamiento cristiano en el debate sobre Europa nos empobrece a todos.
El mismo Papa
Francisco ha escrito también que “la humanidad saldrá perdiendo con cada opción
egoísta que hagamos” (EG 87).
Europa puede y
debe aprender y practicar un mayor respeto a la identidad y la libertad
religiosa de las personas y los grupos. Una superación del egoísmo y la
corrupción. Un mayor deseo de vivir en la coherencia con la verdad, el bien y
la belleza. Cuando lo entienda, Europa habrá superado sus crisis de
adolescencia y habrá entrado en una madurez de juicio y de compromisos.
José-Román
Flecha Andrés
lunes, 2 de junio de 2014
LECTIO DIVINA-MARTES 7ª SEMANA DE PASCUA-A
Hch
20,17-27
Jn
17,1-11a
Habiendo
dicho estas cosas, Jesús miró al cielo y dijo: “Padre, la hora ha llegado.
Glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti. Pues tú has
dado a tu Hijo autoridad sobre todos los hombres, para que dé vida eterna a los
que le confiaste. Y la vida eterna consiste en que te conozcan a ti, el único
Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste. Yo te he glorificado aquí
en el mundo, pues he terminado lo que me encargaste que hiciera. Ahora pues, Padre,
dame en tu presencia la misma gloria que yo tenía contigo desde antes que
existiera el mundo. A los que del mundo escogiste para confiármelos, les he
hecho saber quién eres. Eran tuyos, y tú me los confiaste y han hecho caso a tu
palabra. Ahora saben que todo lo que me confiaste viene de ti, pues les he dado
el mensaje que me diste y lo han aceptado. Han comprendido que en verdad he
venido de ti, y han creído que tú me enviaste. Te ruego por ellos. No ruego por
los que son del mundo, sino por los que me confiaste, porque son tuyos. Todo lo
mío es tuyo y lo tuyo es mío; y mi gloria se hace visible en ellos. Yo no voy a
seguir en el mundo, pero ellos sí van a seguir en el mundo, mientras que yo voy
para estar contigo”.
Preparación: Creemos y decimos que actuamos
para la mayor gloria de Dios. Pero, si somos sinceros, hemos de reconocer que a
veces solo buscamos nuestra mayor gloria. Ese es uno de los signos de la
“mundanidad” que tienta con frecuencia a todos los llamados a anunciar el
Evangelio. La liturgia de hoy nos invita a examinar esos deseos de gloria que a
veces nos sofocan.
Lectura: En Mileto, Pablo se despide con
palabras conmovedoras de los presbíteros de la Iglesia de Éfeso. Ante ellos
confiesa que ha servido al Señor con humildad y que ha anunciado enteramente el
plan de Dios. En Jerusalén, Jesús se despide de sus discípulos, orando por
ellos ante el Padre. Él ha recibido la gloria de su Padre y ha vivido para la
gloria del Padre. A ese diálogo eterno ha querido asociarnos. Por nosotros
ruega en la hora del adiós.
Meditación: • No podemos olvidar la gloria del
Padre celestial. Nuestras alabanzas no le añaden nada. La gloria de Dios se
manifiesta en la gratuidad del amor que nos profesa y que nos ha mostrado en
Jesucristo: en su vida y en su muerte. • No podemos olvidar la gloria de
Jesucristo. No son los hombres los que lo han glorificado. Es el Padre el que
lo ha cubierto de la gloria de su amor. • Asociándonos a Jesús, nosotros
repetimos la hermosa plegaria del prefacio común IV: “Tú no necesitas nuestra
alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen. Tú inspiras y haces tuya
nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación, por Cristo nuestro
Señor”.
Oración: “Te pedimos, Dios de poder y
misericordia, que envíes tu Espíritu Santo, para que, haciendo morada en
nosotros, nos convierta en templos de su gloria. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén”.
Contemplación: Terminado el discurso de
despedida, el evangelio según San Juan nos resume la llamada oración sacerdotal
de Jesús. En el mismo escenario de la “sala de arriba”, contemplamos a Jesús
como el gran orante y nuestro intercesor ante el Padre. Jesús ve a sus discípulos como un don que el
Padre le ha concedido. Además afirma que ellos han aprendido a creer.
Evidentemente el Maestro aprecia y valora a sus discípulos. En esta hora
solemne parece olvidar las tentaciones que los han llevado a dudar. Todo es
gracia.
Acción: En su exhortación apostólica La alegría de la fe, el Papa Francisco
nos invita a practicar la oración de intercesión (nn. 281-183). Nos unimos a
Jesús para orar por todos los que han sido llamados a la fe y al seguimiento
del Maestro.
José-Román Flecha Andrés
domingo, 1 de junio de 2014
LECTIO DIVINA-LUNES 7ª SEMANA DE PASCUA-A
Hch
19,1-8
Jn
16,29-33
Entonces
dijeron sus discípulos: “Ahora estás hablando con claridad, sin usar
comparaciones. Ahora vemos que sabes todas las cosas y que no es necesario que
nadie te haga preguntas. Por esto creemos que has venido de Dios”. Jesús les
contestó: “¿Así que ahora creéis? Pues llega la hora, y ya es ahora mismo,
cuando os dispersaréis cada uno por su lado, y me dejaréis solo. Aunque no
estoy solo, puesto que el Padre está conmigo. Os digo todo esto para que
encontréis paz en vuestra unión conmigo. En el mundo habréis de sufrir, pero
tened valor, yo he vencido al mundo”.
Preparación: En su exhortación La alegría del Evangelio, el
Papa Francisco nos recuerda que, por comprensible que
sea el anuncio, la fe siempre conserva un aspecto de cruz y alguna oscuridad
que impide aceptarla con firmeza (n.42). El evangelio que hoy se proclama es
una buena prueba de esa dificultad que ya probaron los discípulos de Jesús y
experimentamos también nosotros.
Lectura: Según los Hechos de los Apóstoles, Pablo se encuentra en Éfeso unos
discípulos que ni siquiera habían oído hablar del Espíritu Santo. Tras la
catequesis y el bautismo desciende sobre ellos el Espíritu como en un nuevo
Pentecostés. En el relato evangélico, los discípulos se refieren a las mismas
preguntas que poco antes habían deseado dirigir a Jesús. Se muestran sorprendidos
de que Jesús leyera su pensamiento. Pero si Jesús adivina las preguntas
actuales de sus discípulos, también conoce de antemano las decisiones que han
de tomar en un futuro inmediato: dispersarse y dejar solo a su Maestro.
Meditación: La soledad de Jesús nos
impresiona. Aun rodeado de las multitudes se siente solo con mucha frecuencia.
Según el evangelio que hoy se proclama, Jesús se encuentra entre el Padre
celestial y los discípulos. El Padre no lo dejará solo en el momento de la
prueba, pero los discípulos lo abandonarán.
Ya en otra ocasión Jesús había manifestado esta unión con su Padre: “El
que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo
que le agrada a él” (Jn 8,29). Cada uno de nosotros hemos de preguntarnos
siempre si estamos dispuestos a seguir al Señor hasta la cruz.
Oración: “Señor, derrama sobre nosotros la
fuerza del Espíritu Santo, para que podamos cumplir fielmente tu voluntad y
demos testimonio de ti con nuestras obras. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.
Contemplación: En estas semanas del tiempo
pascual nos recogemos con devoción en la “sala de arriba”, donde Jesús ha
celebrado la cena de la Pascua con sus discípulos. Allí lo contemplamos hoy. Al
ver que Jesús conoce sus pensamientos, los discípulos afirman: “Creemos que has
venido de Dios”. La frase nos parece un poco ingenua y un tanto
presuntuosa. De hecho Jesús se muestra
asombrado ante esa tardía confesión de fe. Los apóstoles Tomás, Felipe y Judas
Tadeo ya nos habían sorprendido con sus intervenciones. Evidentemente, el Señor
había de tener paciencia con los discípulos de entonces y con los de ahora.
Acción: Preguntarnos si no habremos dejado
solo alguna vez a algún hermano o hermana que esperaba nuestra presencia a su
lado.
José-Román Flecha Andrés
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