RAÍCES Y FRUTOS DE EUROPA
Las recientes elecciones al
Parlamento Europeo han significado una enorme sorpresa para muchos. Muchos
hablan del desencanto ante la Unión Europea, de la desconfianza popular hacia
los políticos, del fin del bipartidismo, del triunfo del antisistema.
Seguramente, de todo hay en el fondo de las intenciones de los votantes.
Muy pocos reconocen que, al
olvidar sus raíces cristianas, Europa no se encuentra a sí misma. Los padres de
la Unión Europea, Schumann, Adenauer y De Gasperi, eran profundamente
cristianos. Su fe los llevó a soñar un continente que superara sus conflictos y
sus guerras.
Aun siendo menos creyente,
Benedetto Croce escribió que “no podemos menos de considerarnos y llamarnos
cristianos”. Según él, los mismos ideales de la modernidad hubieran sido
impensables fuera de la tradición cristiana. La libertad, la igualdad y la fraternidad
no hubieran podido brotar fuera del suelo regado por el cristianismo.
En su exhortación “La
alegría del Evangelio”, el Papa Francisco ha escrito que “el substrato
cristiano de algunos pueblos –sobre todo occidentales- es una realidad viva”
(EG 68).
Sin embargo, esta Europa de raíces cristianas pretende
vivir olvidando su pasado. Si muchas de sus instituciones sociales, educativas
o sanitarias nacieron del tronco de la fe, habría de tratar de preservar lo
mejor que de ese tronco ha recibido.
La legítima laicidad de las instituciones no puede
significar el abandono de los valores que nacieron de la matriz religiosa de la
cultura europea. o que, al menos, la confesión religiosa ayudó a clarificar y
transmitir.
La memoria de sus raíces
podría ayudar a Europa a producir frutos de paz y de justicia, de concordia y
de progreso.
En este momento es oportuno
recordar la opinión de alguien que ha observado los miedos y prejuicios de
Europa sobre el Cristianismo. Según él “una Europa cristiana (…) sería una
Europa que, incluso celebrando la herencia noble de la Ilustración humanista,
abandonara su cristofobia, y no le causara miedo ni embarazo reconocer el
cristianismo como uno de los elementos centrales en el desarrollo de su propia
civilización”.
Quien así
escribe no es un “integrista católico” sino un intelectual judío. De hecho,
Weiler, catedrático de las
universidades de Harvard y Nueva York, considera que la ausencia del
pensamiento cristiano en el debate sobre Europa nos empobrece a todos.
El mismo Papa
Francisco ha escrito también que “la humanidad saldrá perdiendo con cada opción
egoísta que hagamos” (EG 87).
Europa puede y
debe aprender y practicar un mayor respeto a la identidad y la libertad
religiosa de las personas y los grupos. Una superación del egoísmo y la
corrupción. Un mayor deseo de vivir en la coherencia con la verdad, el bien y
la belleza. Cuando lo entienda, Europa habrá superado sus crisis de
adolescencia y habrá entrado en una madurez de juicio y de compromisos.
José-Román
Flecha Andrés