LAS MISIONES Y LOS MISIONEROS
Algunos
de nosotros todavía recordamos con qué entusiasmo salíamos por las calles,
llevando una hucha para colaborar en la colecta en favor de las misiones. El
tercer domingo de octubre se celebraba el DOMUND. Era el Domingo mundial de la
propagación de la fe.
Lo
es todavía, aunque hayan cambiado los tiempos, el entusiasmo de los niños y la
hucha de la colecta. Pero sobre todo ha cambiado la reflexión teológica sobre
la misión y el estilo de la misma.
El papa Pablo VI escribió que “nos corresponde a nosotros anunciar el
Evangelio en este período extraordinario de la historia humana, un tiempo en el
que, a vértices de progreso, nunca antes logrados, se asocian abismos de
perplejidad y desesperación, también sin precedentes”.
Ha pasado más de medio siglo desde aquel mensaje y la situación de
este mundo nuestro no ha mejorado. En algunos países ha aumentado de forma
sorprendente el número y el compromiso de los católicos. Pero en otros países,
las nuevas generaciones se han dejado seducir por los ídolos del tener, el
poder y el placer. Y, además, muchos misioneros y muchos cristianos están
siendo perseguidos y martirizados en un lugar y en otro de la tierra.
Con
motivo de la celebración del jubileo de los misioneros y de los emigrantes, el papa León XIV
acaba de decirnos que esta “es una hermosa ocasión para reavivar en nosotros la
conciencia de la vocación misionera, que nace del deseo de llevar a todos la
alegría y la consolación del Evangelio, especialmente a aquellos que viven una
historia difícil y herida”.
Y así es. “El Espíritu nos manda continuar la obra de Cristo en las
periferias del mundo, marcadas a veces por la guerra, la injusticia y por el
sufrimiento”. Hoy las fronteras de la
misión ya no son las geográficas, porque son la pobreza, el sufrimiento y el
deseo de una esperanza mayor las que vienen hacia nosotros.
Son muchos los misioneros y las misioneras, pero este precioso
servicio interpela a cada uno de nosotros, en la medida de nuestras
posibilidades. Ello exige al menos dos grandes compromisos: la cooperación
misionera y la vocación misionera.
Es preciso promover una renovada cooperación misionera entre
las Iglesias. Y hay que recordar la belleza y la importancia de las vocaciones
misioneras. Hoy se necesita un nuevo impulso misionero, de los laicos, de
los religiosos y sacerdotes. Y se necesitan nuevas propuestas y experiencias
vocacionales para suscitar este deseo, especialmente en los jóvenes.
El Papa encomienda a todos a “la intercesión de María, primera
misionera de su Hijo, que se pone en camino sin demora hacia los montes de
Judea, llevando a Jesús en su seno y poniéndose al servicio de Isabel”.
José-Román
Flecha Andrés