LA VIDA DEL ESPÍRITU
“Cada uno los
oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua” (Hch
2,11). El texto recoge el asombro de las gentes de Jerusalén al oír
a los discípulos del Nazareno que se dicen testigos de la resurrección de su
Maestro.
Todos los peregrinos
llegados a Jerusalén entienden el mensaje de la verdad. Babel significaba el
endiosamiento humano y la confusión de las lenguas. Jerusalén inicia el milagro
de la comprensión universal. Babel era el orgullo, la altanería y la
confrontación. Pentecostés es el paso del Espíritu, la obediencia de la fe y la
era del amor.
Con el salmo
responsorial repetimos: “Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la
tierra” (Sal 103). Esa súplica refleja nuestro deseo de recibir el don de la
vida.
San Pablo nos exhorta a pedir y disfrutar también del don de la unidad, puesto que “todos hemos bebido de un solo Espíritu”, como escribe él a los corintios (1 Cor 12,13).
ENVIADOS POR EL ENVIADO
El Señor resucitado
abre ante los discípulos de la primera hora un horizonte universal: “Como
el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20,21). Un horizonte que
se abre cada día ante los creyentes de hoy.
• Jesús es consciente
de haber sido enviado por el Padre celestial. No se atribuye a sí mismo la
misericordia que ha derramado a su paso. Nuestra humildad no se reduce a
afirmar que no tenemos las capacidades que quisiéramos tener. La humildad es
caminar en la verdad. Y la verdad es que del Padre celestial viene lo que
somos, lo que tenemos y lo que esperamos.
• Y Jesús es consciente de la posibilidad y la necesidad de contar con sus discípulos para hacer visible la misericordia de Dios en todo tiempo y en todo lugar. Él los envía y los acompaña. Él está dispuesto a darles lo que ha decidido pedirles. Nunca deberían olvidar el don de la alegría los que se saben enviados por el enviado del Padre.
PERDONADOS PARA PERDONAR
El Evangelio de Juan
que se proclama en esta fiesta de Pentecostés (Jn 29,19-23) nos recuerda tres
aspectos del mensaje de Jesús, que anuncia la llegada de ese don del Espíritu:
• “Recibid el
Espíritu Santo”. No podríamos recorrer los caminos del mundo si no fuéramos
movidos por su vendaval. No acertaríamos a transmitir las palabras del Señor.
No llegaríamos a hacer visible su presencia sin la gracia del
Espíritu.
• “A quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. Jesús es el rostro de
la misericordia de Dios. Él ha querido confiar a sus apóstoles el tesoro y la
transmisión de su perdón. Solo el Espíritu puede hacernos testigos creíbles del
amor y la ternura de Dios.
• “A quienes se los
retengáis, les quedan retenidos”. Más asombrosa que la autoridad de perdonar es
la responsabilidad de retener el perdón cuando los corazones se endurecen. El
Espíritu ha de concedernos la gracia del discernimiento y del buen
consejo.
- “Ven, Espíritu divino, manda una luz desde el
cielo… Reparte
tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale
al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno”. Amén.
José-Román Flecha Andrés