NO HAY DOS GOTAS IGUALES
El
día 4 de septiembre en la catedral de Yakarta, el papa Francisco celebró un
encuentro con los obispos sacerdotes y religiosos de Indonesia. El lema elegido
para esta visita papal incluía estas tres palabras: Fe, Fraternidad y
Conversión.
Pues
bien, al referirse a la fraternidad, el Papa se refirió a una poetisa del
siglo XX que ha usado una expresión muy bella para describir esta actitud. En
efecto, ha escrito que ser hermanos quiere decir amarse, reconocerse “diversos
como dos gotas de agua”.
Aunque no citó el nombre de la poetisa, se estaba
refiriendo a Maria Wisława Anna Szymborska,
una escritora polaca, nacida el 2 de julio de 1923 y fallecida en Cracovia, el
día 1 de febrero de 2012. Como se sabe, le fue otorgado el Premio Nobel de
Literatura el año 1996.
Evidentemente,
el Papa estaba citando el famoso poema titulado “Nada ocurre dos veces”. A primera vista, alguna de sus estrofas nos
recuerda el lema con el que se suele resumir la doctrina del filosofo
Heráclito, según el cual nunca nos bañamos en el mismo río, porque todo fluye,
todo cambia y desaparece.
Según la poetisa, “nada ocurre dos veces y nunca ocurrirá. Nacimos
sin experiencia, moriremos sin rutina”.
Ella ha podido asegurar que “ningún día se repite, no hay dos noches iguales, dos besos que se dieran
lo mismo, dos miradas en los
mismos ojos”.
Tras
algunas preguntas que nos invitan a reflexionar sobre nosotros mismos, sobre
nuestros encuentros con otras personas, sobre la fugacidad y caducidad de la
vida, escribe en la última estrofa del poema: “Sonrientes, abrazados, intentemos
encontrarnos, aunque seamos
distintos como dos gotas de
agua”.
El Papa reconoció que es así. No hay dos gotas de
agua que sean iguales. Por lo que interesaba a su discurso, podía subrayar que no
hay dos hermanos completamente idénticos, aunque sean gemelos. ¿Cómo insertar
esta conciencia de la diversidad de las personas en el ideal y el proyecto de
la fraternidad?
La pregunta sugiere una respuesta, que incluye un
compromiso y una responsabilidad. Vivir la fraternidad quiere decir aprender a acogerse
mutuamente. Es preciso reconocernos como iguales, a pesar de la diversidad.
Somos iguales en el “ser”, aunque seamos diversos en el “ser así”. Iguales en
dignidad y diversos en nuestro talante, en nuestros sueños e ideales.
Somos hermanos, pero no es fácil vivir como hermanos. O, si se prefiere, es difícil vivir como hermanos, pero somos hermanos. La fraternidad es un don gratuito. Pero, al mismo tiempo, es una tarea dinámica que requiere responsabilidad, respeto, delicadeza y una invencible e incansable esperanza.
José-Román Flecha Andrés