DON Y TAREA DE LA MISERICORDIA
"Dad
gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia". Con
estas palabras, tomadas del salmo 118, comenzaba el papa san Juan Pablo II su homilía
el día 30 de abril del año 2000. Aquel día declaraba santa a sor Faustina
Kowalska.
En la ciudad de Vilnus, capital de Lituania,
podemos visitar la capilla en la que ella había recibido la revelación de
Jesús, que le decía: "Hija mía, di que soy el Amor y la Misericordia en
persona".
Bien sabemos que esa idea no era nueva. El pueblo
de Israel creía y confesaba que Dios es clemente y misericordioso (Éx 34,6). Y
Jesús de Nazaret proclamaba dichosos a los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia (Mt 5,7).
El mismo papa Juan Pablo II, había publicado una
encíclica que ya desde el título se refería a Dios como “Rico en misericordia”.
Teniendo en cuenta los terribles dramas del siglo pasado, el Papa recogía la
revelación que Jesús había hecho a sor Faustina: "La humanidad no
encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la misericordia divina".
Según él, este “no es un mensaje nuevo, pero se
puede considerar un don de iluminación especial, que nos ayuda a revivir más
intensamente el evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a
los hombres y mujeres de nuestro tiempo”.
Al principio del nuevo milenio, el Papa preveía
de alguna manera el futuro, al preguntarse: “¿Qué nos depararán los próximos
años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin
embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por
desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina, que
el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina,
iluminará el camino de los hombres del tercer milenio”.
Evidentemente, la meditación sobre la misericordia
divina no puede motivar la indiferencia ante la miseria humana, ante los sufrimientos
de toda la humanidad. Por ello, “el mensaje de la misericordia divina es
también un mensaje sobre el valor de todo hombre. Toda persona es
valiosa a los ojos de Dios. Cristo dio su vida por cada uno, y a todos el Padre
concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad”.
El Papa
exclamaba: “¡A cuántas almas ha consolado ya la invocación "Jesús, en ti
confío", que la Providencia sugirió a sor Faustina! Este sencillo acto de
abandono a Jesús disipa las nubes más densas e introduce un rayo de luz en la
vida de cada uno”.
Por todo
ello, san Juan Pablo instituía el domingo segundo de Pascua como el domingo de
la divina misericordia. Una revelación del amor misericordioso de Dios y una
invitación para descubrir y practicar las obras de misericordia. Un don
precioso y una tarea imprescindible.