EL AGUA Y EL CÁNTARO
“Golpearás la peña y saldrá de ella agua para
que beba el pueblo”. Con esta orden a Moisés, Dios responde a la sed que los israelitas
padecen en el desierto (Éx 17,3-7).
Tras haber recordado
en los domingos pasados la figura de Adán y de Abraham, hoy evocamos a Moisés,
que aparece como el mediador entre Dios y su pueblo. Él no puede proporcionar
el agua a sus gentes, pero gracias a su obediencia a Dios, alcanza para ellas
el perdón de su actitud blasfema y el agua que puede calmar su sed.
Muy
oportunamete, el salmo responsorial que leemos o cantamos en este domingo
tercero de Cuaresma nos exhorta a la fe y la confianza: “Ojalá escuchéis hoy la
voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón” (Sal 94).
Esa confianza es siempre necesaria como nos lo recuerda san Pablo: “La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,4). El amor de Dios es el agua que nos da vida y Jesucristo es el nuevo Moisés que nos abre ese manantial de gracia y de esperanza.
EL AGUA DE LA SAMARITANA
Elías
pidió de comer a una mujer pagana. Jesús pide de beber a una mujer considerada
como pecadora. Ella se acerca a sacar
agua del antiguo pozo de Jacob. Pero Jesús la invita a imaginar una vida
diferente: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice ‘dame de
beber’, le pedirías tú, y él te daría agua viva” (Jn 4,10).
Por
el camino de esta mujer han pasado ya seis hombres. Ninguno de ellos le ha
traído la paz y la felicidad. Jesús es el séptimo hombre que llega a su vida.
El séptimo hombre es el enviado por Dios. Ella lo había visto tan solo como un
judío, enemigo de su gente. Pero él se revela como un profeta y como el Mesías.
Tras
el testimonio de la mujer, las gentes del poblado reconocen a Jesús como el Salvador del mundo. No es extraño que
nuestros hermanos griegos conozcan a la Samaritana como santa Fotina, es decir, santa Iluminada o
tal vez santa Lucía.
La mención del agua anticipa ya el bautismo que los catecúmenos recibirán en la fiesta de la Pascua. Y la luz del Resucitado que ha de iluminar a los convertidos.
EL AGUA DE JESÚS
En
este diálogo Jesús se revela como el Profeta anunciado por Dios a Moisés y como
el Mesías esperado: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed: el agua que
yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la
vida eterna”.
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“El que bebe de esta agua vuelve a tener sed”. Así es. Muchas veces nos hemos
acercado a pozos engañosos que no han calmado nuestra sed de felicidad.
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“El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor”. Muchas
veces hemos buscado satisfacción en el exterior, olvidando que el manantial
está en nuestro interior.
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“Un agua que salta hasta la vida eterna”. Muchas veces limitamos nuestros
deseos a lo efímero y caduco, cuando el Señor nos abre a un horizonte de
eternidad.
El
cántaro que la Samaritana dejó junto al pozo está a disposición de los que han
de llevar a sus hermanos el agua de la fe y de la esperanza.
- Señor Jesús, tú inicias tu vida pública pidiendo de beber a una mujer y la culminas en la cruz revelándonos tu sed. Danos tu agua y ayúdanos a llenar nuestro cántaro, para dar de beber a todos los que en este tiempo van cruzando los desiertos de la vida. Amén.
José-Román Flecha Andrés