LA VIRGEN DE LA “O”
Entre tanta belleza
que custodia y ofrece la catedral de León, no se puede ignorar una imagen de la
Virgen María que se encuentra en una de las capillas de la girola.
En esa escultura de piedra, que se remonta al siglo XIII, nos
impresiona la mirada de María, que expresa a la vez asombro y serenidad. ¿No
estarían sus ojos fijos en otra imagen, que sería la del ángel de la Anunciación? Eso explicaría el
gesto de la Mujer que apoya su mano sobre su vientre.
Hay que remontarse a la cultura visigótica y al reinado de
Recesvinto. En diciembre del año 656, los obispos reunidos en el décimo
concilio de Toledo revisaron el calendario. Y observaron que en la cuaresma apenas
se podía festejar la Anunciación a María y la Encarnación del Hijo de Dios.
Así que tomaron esta decisión: “El octavo día antes del
nacimiento del Señor se consagre con toda solemnidad al honor de su Madre. De
esta manera, así como la Natividad del Hijo se celebra durante ocho días
seguidos, del mismo modo podrá tener también una octava la festividad sagrada
de María”.
Aquel consenso instituyó la “fiesta de Nuestra Señora de la O”. Andando
los años y los siglos, el pueblo pensó que ese título se debía al leve abultamiento del vientre de la Virgen María.
El pueblo tiene sus preciosas intuiciones. Pero en este caso el título evocaba
resonancias litúrgicas.
En la tarde del día 17 de diciembre el canto de la antífona de
las vísperas comienza con un
“Oh” sonoro y admirado: “Oh Sabiduría,
que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y
ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la
salvación”.
El día 18 la antífona expresa el temblor del pastor que descubrió
a Dios en un fuego que no se consumía: “Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel,
que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley,
ven a librarnos con el poder de tu brazo”. En ese día, se celebra la fiesta de
la Expectación del parto.
Ahí está María apoyando con dulzura su mano derecha sobre el
vientre. Ante la Virgen de la Esperanza, es preciso detener la mirada, ya
sea curiosa o claramente devota. La fe se
asombra y ora ante el misterio de una virgen cuya humildad y obediencia nos
llevan a esperar el parto que ya se anuncia.
La Virgen de la “O” es el icono de la actitud humana de la esperanza.
Toda la humanidad debería anhelar la maravilla asombrosa de la vida. Pero no
basta con esperarla. Deberá recibirla
con gratitud y custodiarla siempre con esmero.
Como María, los cristianos aceptamos una salvación que es gratuita donación. Pero como María, sabemos que la salvación divina exige la colaboración humana. Todo es don y todo es tarea. Así es la esperanza. Y así lo enseña Ella desde su bella imagen de piedra, toda dulzura y aliento.
José-Román Flecha Andrés