RELATIVISMO
Y RESPONSABILIDAD
El
27 de mayo de 1952 Hans Kelsen pronunciaba en Berkeley una conferencia con la
que se despedía como miembro activo de la Universidad de California. Aquel
texto sería después elaborado en un ensayo sobre la idea y el alcance de la
justicia.
En ese escrito el autor se pregunta si
es posible establecer una norma absolutamente correcta de la conducta humana.
Según él, la pretensión de afirmar valores absolutos solo ha conducido a la
humanidad a las dictaduras y, por supuesto, a la justificación de la opresión
religiosa.
Como era de imaginar en ese contexto,
alude él a la inquisición española. Es claro que olvida los abusos que, sin apelar a una
“inquisición”, se deben a todos los inquisidores que en el mundo han sido, son
y serán, hasta el momento de ser condenados por otros inquisidores.
Según Kelsen, el ideal de una sana y
razonable convivencia social se basa en renunciar
a defender valores absolutos. Sin
embargo, el hecho de que los principios
morales constituyan solo valores relativos, no implica que no sean valores. “Significa
que no existe un único sistema moral, sino varios, y hay que escoger entre
ellos”.
Estando así las cosas, se impone la
necesidad de estudiar esos diversos sistemas, tratar de valorar sus valores y
decidirse por uno o por otro. “De este modo el relativismo impone al individuo
la ardua tarea de decidir por si solo qué es bueno y qué es malo.
Evidentemente, esto supone una responsabilidad muy seria, la mayor que un hombre pueda asumir”.
Ahora bien, puesto que la tarea de
elegir los valores realmente valiosos es fatigosa, “resulta más cómodo obedecer
una orden de un superior que ser moralmente
responsable de uno mismo”. Según Kelsen, quienes se oponen al relativismo lo
hacen “no porque sea poco exigente
moralmente, sino porque lo es demasiado”.
Estas ideas de este defensor del
relativismo axiológico explican en parte
los trágicos totalitarismos del siglo XX. Pero ofrecen también una explicación
del deterioro de las democracias modernas. Es evidente que, defendiendo en
principio el relativismo y la tolerancia, caen en una intolerancia que apela a
su propia verdad absoluta.
Esta lectura nos pone en guardia ante
los que pretenden decidir por su cuenta cuál es el límite entre el bien y el
mal. Esa pretensión nos recuerda la dramática lamentación del profeta Isaías:
“Ay de los que al mal llaman bien y al bien llaman mal” (Is 5,20).
Además de reflejar nuestra situación social, esta lectura nos lleva a examinar nuestra propia conciencia. El relativismo parece alimentar nuestra sed de libertad y justificarnos cuando somos nosotros quien actúa, pero nos pone en grave peligro cuando son otros los que toman las decisiones sobre nosotros.
José-Román Flecha Andrés