MARÍA E ISABEL
“Belén de Efrata, pequeña entre las
aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel”
(Mi 5,2). Con este anuncio el profeta Miqueas recuerda que hasta Belén
había llegado Samuel para ungir como rey al joven David. Aquel pastor de ovejas
un día había de pastorear a su pueblo “con la fuerza del Señor”.
El salmo responsorial utiliza esa imagen
del pastoreo para dirigirse al Señor: “Pastor de Israel, escucha, tú que te
sientas sobre querubines, resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos”
(Sal 79). La pequeñez de Belén era como una parábola de los planes de Dios.
Bien sabemos que él valora y exalta lo que los hombres consideran como
despreciable.
Según la carta a los Hebreos, también Cristo, al entrar en el mundo se ha mostrado dispuesto a escuchar la voz del Padre y a cumplir su voluntad. Por esa oblación de su cuerpo, todos quedamos santificados (Heb 10,5-10).
UNA BUENA NOTICIA
En
este cuarto domingo de Adviento el evangelio de Lucas recuerda el encuentro de
María y de Isabel (Lc 1,39-45). Las dos habían recibido una palabra de los
cielos que les anunciaba una maternidad inesperada.
Isabel se recluyó en su casa, como para
meditar aquella novedad aparentemente inexplicable que venía a cambiar el ritmo
de sus días y el sentido de su vida. Y María salió de su casa y viajó con
rapidez hasta de la su pariente. Seguía los caminos que en otros tiempos había
recorrido el arca de la alianza. Y llegaba para servir a Isabel.
Creyentes y no creyentes hemos de
reconocer que la vida humana es siempre un milagro estupendo. Es un don
confiado a nuestra responsabilidad. Pero en este caso, esa maternidad de las
dos mujeres es un “evangelio”, es decir una buena noticia. Dios se hace
presente en la historia humana de un modo realmene sorprendente.
Y esa presencia alcanza también al niño que espera Isabel. De hecho, salta de alegría en el vientre de su madre. Ante la llegada del Mesías, no puede quedar indiferente el que ha de ser su precursor. En verdad, en este relato todo es parábola. Todo es profecía. Llega la salvación porque llega el Salvador.
SEÑAL PARA LA ESPERANZA
Consciente del momento, Isabel acoge y
saluda a María con un grito de alegría. Y le dirige dos palabras muy
importantes en las tradiciones de su pueblo. Dos palabras que aparecerán una y
otra vez en la espiritualidad del nuevo pueblo de Dios.
• “¡Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre!”. Todos deseamos en algún momento de la vida recibir la bendición de
Dios. Pues bien, María y su Hijo reciben y reflejan las bendiciones del Señor.
Pero tanto el Hijo como la Madre habrán de ser fuente de bendición para las generaciones
venideras.
• “Dichosa tú que has creído, porque lo
que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Esa es la primera de las
bienaventuranzas que se encontrarán en los escritos cristianos. María es
dichosa por su maternidad. Pero es dichosa sobre todo por haberse fiado de
Dios. La fe es el origen y el sello de la verdadera bienaventuranza, es decir
de la buena aventura.
- Padre celestial, en la visita de María
a Isabel reconocemos tu misericordia y recibimos la señal que afianza nuestra
esperanza en la venida del Salvador. Bendito sea. Amén.
José-Román Flecha Andrés