TESTIGOS
“Vosotros
sois testigos de esto”
(Lc 24,48)
Señor Jesús, creo que en muchas ocasiones hemos abusado de
la palabra “testigo”. Tal vez sea porque ya sabemos que hay quienes desaparecen
de la escena cuando han presenciado una reyerta o un accidente que ha dejado a
una persona malherida o muerta. No es muy apetecible tener que dar testimonio
de lo que ha ocurrido. Nunca se sabe hasta dónde o cuándo puede llegar la hora
de los chantajes o de la venganza.
Ocurre lo contrario si se trata de un
acontecimiento fastuoso. Son muchos los que presumen de haber sido testigos de
una victoria militar o de la visita a su país o a su ciudad de un personaje muy
importante. Dicen haber asistido a un acontecimiento deportivo inolvidable o a
un concierto musical del que se habla y escribe una y otra vez. Es un honor ser
testigo de algo importante cuando no comporta una responsabilidad.
Tú nos has pedido que seamos ante el
mudo testigos de tu vida, de tu muerte y de tu resurrección. Parece que
nosotros hemos entendido que ese testimonio no nos traerá ventajas sociales o
económicas. Al contrario, puede traernos disgustos y persecuciones. Ya sabemos
que el “testigo” se denomina en griego con la palabra “mártir”.
Además, parece que en nuestro
subconsciente, los acontecimientos de los que hemos de ser testigos son para
nosotros irrelevantes y hasta perjudiciales para la humanidad. Por eso nos
avergonzamos de ser testigos de tu vida y de tu muerte, de tu mensaje y de la
esperanza que nos ofreces.
Ser testigos de tu misión en el mundo
nos exige una coherencia que no siempre estamos dispuestos a asumir. Ser
testigos de tu mensaje nos lleva a “estar ahí” y a “ser diferentes”. Esa
diversidad llama la atención. Por eso es el principio de la evangelización,
como decía san Pablo VI.
Señor Jesús, envíanos tu Espíritu para
que nos conceda sus dones, de modo que podamos ser humildes y valerosos
testigos de tu vida y de tu evangelio. Amén.
José-Román Flecha Andrés