¿REPROBADOS O APROBADOS
La
pandemia del coronavirus ha ampliado de forma escandalosa el círculo del
hambre. Parece que los responsables de los gobiernos se han visto desprevenidos
ante el virus y sus consecuencias. Además de los contagios y las muertes, se
han desparramado por el mundo la pobreza y el hambre.
Sin
embargo, junto a esta hambre biológica, por una causa o por otra, muchas
personas se han visto privadas del alimento para el espíritu. En numerosos
lugares, el cierre de las iglesias ha privado a los fieles de la participación
en la liturgia. En esta situación no ha sido fácil mantener despierto el
espíritu de la persona.
Comentando el libro de Job, el papa san
Gregorio Magno escribía ya que “así
como el hambre biológica consiste en
sustraer al cuerpo el sustento, así también el hambre del alma consiste en el
silencio de la Palabra divina”.
Dando
un paso más, el Santo reflexionaba sobre los efectos desastrosos de esa
privación: “Cuando la mente humana abandona la Palabra de Dios, la tentación de
la carne se hace fuerte contra ella”.
Esa
tentación ha sido entendida con frecuencia con relación a la lujuria. Y con
razón, porque es evidente la debilidad humana ante esas seducciones. Pero
recordamos la advertencia que Jesús dirigió a sus discípulos en Getsemaní:
“Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero
la carne es débil” (Mt 26,41).
San Pablo señala como las primeras obras de la
carne la fornicación y la impureza y
entre las últimas, recuerda las borracheras y orgías. Y en medio coloca a la idolatría
y la envidia, a la ambición y las
rivalidades.
Por
su parte, san Gregorio Magno menciona otros riesgos. Gracias a la virtud de la
continencia algunos ya han superado la guerra de las tentaciones, pero “temen
todavía ser atacados por las calumnias de los hombres y, a menudo, mientras
tiemblan ante las flechas de sus lenguas, se estrangulan con el lazo del
pecado” (Morales, 6,44).
Esta
es la tentación de hoy. El miedo a lo que puedan decir los demás. La presión de
la opinión pública y la sumisión a lo políticamente correcto.
Iniciamos
la cuaresma evocando las tentaciones a las que Cristo fue sometido por el
diablo. Así que no debemos identificar la tentación con el pecado. Las tentaciones
son pruebas que ayudan a identificarnos, a crecer en la libertad y en la virtud
del discernimiento.
La cuaresma es y debe ser un tiempo que, entre otras cosas, nos ofrece la posibilidad de tratar de ver nuestra propia verdad. Ese es el significado del desierto. Y nos invita a examinar con atención nuestras tentaciones, es decir nuestras pruebas. Que no salgamos reprobados sino aprobados.
José-Román Flecha Andrés