INVITACIÓN
Y PROMESA
“Venid
en pos de mí y os haré pescadores de hombres?”
(Mc
1,17)
Señor
Jesús, hay que reconocer que aquella invitación tuya no era tan sencilla como puede
parecer. A veces me pregunto si Andrés y
su hermano Simón Pedro comprenderían las palabras con las que los
exhortabas a seguirte. Era evidente que tenían que dejar su familia, su trabajo
de pescadores y sus costumbres habituales.
Nadie
da un paso tan arriesgado si no descubre el sentido de esa opción. Pero tú te
limitabas a jugar con las palabras. A los pescadores de peces les prometías
hacerles pescadores de hombres. Pero ¿qué podía significar esa promesa?
¿Pretendías encabezar una revolución? ¿Y
quién eras tú para intentarlo?
Aquellos
dos hermanos se decidieron a seguirte. A ti, a quien apenas conocían. Seguramente no estaban muy satisfechos de la
rutina de su trabajo. Quizá deseaban ampliar los horizontes de su vida. O tal
vez soñaban que podrían conseguir la libertad para su pueblo.
Pasarían
tres años junto a ti, observando tus obras y escuchando tus palabras. Veían que
pasabas por todas partes haciendo el bien. Y comprendían que nadie había
hablado como tú. Pero no acababan de comprender el misterio de tu vida y la
misión que decías haber recibido del Altísimo, a quien llamabas Padre.
Pues
bien, yo también creo haber recibido de ti una palabra semejante. Te has
acercado a mí. Me has llamado. Y me has invitado a seguirte. No sé si he
entendido el verdadero significado del seguimiento. De hecho, tengo miedo al
fracaso y me resisto a aceptar el peso de la cruz: tu cruz y la mía.
A
veces me pregunto qué es ser pescador de hombres. Supongo que exige aplicar lo
que yo soy para realizar lo que tú eres y lo que tú has hecho. Eso solamente es
posible con la confianza que me da el saber que tú vas conmigo en la barca.
Solo podré conseguir la pesca si confío en tu palabra. Pero sinceramente te
agradezco que me hayas llamado.
José-Román Flecha Andrés