RECIBID
EL ESPÍRITU
“De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de
un viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban
sentados” (Hech 2,2). Se celebra la fiesta de Pentecostés y los apóstoles están
reunidos en Jerusalén. Los imaginamos preocupados, tras la aparente desaparición
del Señor. Seguramente se preguntan cómo iniciar la misión que él les ha
confiando.
El relato evoca la manifestación de Dios en el Sinaí. La tormenta
es imprevista. Un fenómeno llegado del cielo sacude la percepción de los apóstoles.
Sus oídos y sus ojos son interpelados por algo sosprendente. El trueno se deja
“oír” por todos. Y a continuación, unas lenguas como de fuego se dejan “ver”
sobre cada uno de ellos.
Es la presencía del
Espíritu de Dios. Es como una nueva creación. Una nueva manifestación de lo divino.
Una elección y una misión. Todos ellos parecen
encarnar ahora la figura de Moisés. Pero ya no habrán de dirigirse solo
al pueblo de Israel. Habrán de hablar a todas las gentes y serán entendidos por
todas las lenguas.
EL ESPÍRITU ES LA FUENTE
El evangelio que se proclama en esta fiesta de Pentecostés (Jn
20,19-23) nos remite a aquel primer día de la semana en que Jesús resucitado se
presentó en medio de sus discípulos y les deseó la paz. Ellos lo
reconocieron al ver sus llagas y se
llenaron de alegría.
Además, Jesús sopló sobre sus discípulos y les dijo:
“Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, les quedarán
perdonados; y a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos”.
• Recibir el Espíritu Santo es acercanos a la fuente. La verdad que podamos anunciar y el bien que
podamos hacer no brotan de nuestra mente iluminada y de nuestra buena
voluntad. Solo el Espíritu puede
librarnos de las tentaciones de gnosticismo y de pelagianismo, que denuncia el
papa Francisco en su exhortación “Gaudete et exsultate”.
• Perdonar o retener los pecados no depende de nuestra
personal apreciación de la responsabilidad de los demás. Solo el Espíritu puede
mover a los pecadores a la conversión y concedernos el discernimiento para evaluar
la responsabilidad, la culpa y el arrepentimiento. De él viene el perdón y la
docilidad para transmitirlo.
ENVÍO
Y TESTIMONIO
Pero antes de ese precioso encargo, Jesús manifiesta ante
sus discípulos las credenciales que lo
avalan: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Es preciso
conocer y reconocer lo que garantiza su autoridad y fundamenta nuestra
responsabilidad.
• “Como el Padre me ha enviado”. Jesús se sabe enviado por
el Padre celestial. Atender a su voluntad era su comida. Escucharla y cumplirla
era el sustento de su vida y la razón de su actuación en el mundo.
• “Así también os envío yo”. Pero Jesús había querido buscar
colaboradores para anunciar la llegada del Reino de Dios. El que había sido
enviado, los envía a ellos y nos envía a nosotros a anunciar la presencia
misericordiosa de Dios.
- Señor Jesús, te damos gracias porque nos has elegido
gratuitamente para continuar la misión que el Padre te ha confiado. Tú sabes
que somos débiles y miedosos. Envíanos tu Espíritu para que nos dé la lucidez y
la fuerza para ser siempre y en todo lugar testigos de la verdad y del
perdón. Amén.
José-Román Flecha Andrés