LLENA DE GRACIA
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo»
(Lc 1,28)
Padre celestial, confieso que con una pasmosa
frecuencia veo este mundo sumido en la oscuridad. Me asusta comprobar los
abismos de barbarie a los que nos estamos encaminando con escandalosa
frivolidad. Me gustaría mantener la esperanza, pero son muchos los motivos que
me llevan a desconfiar de todos y de todo.
La verdad es que tampoco me fío de mí mismo.
De sobra sé con qué facilidad olvido mis mejores propósitos de otros tiempos.
¿Dónde se han quedado aquellos altos ideales que me forjaba en mi juventud?
Con todo, yo sé que tú tienes un proyecto
armonioso para este mundo. Nos gusta identificarlo con un paraíso. Y personalmente
me gusta imaginarlo como un nudo de relaciones armoniosas con lo otro, con los
otros y contigo, nuestro Absolutamente Otro.
En ese paisaje veo que sobresale la figura de
María, aquella muchacha de Nazaret que se atrevió a dar un sí incondicional a
tu propuesta.
Ella es la “llena de gracia”. Eso es: llena
de tu gracia desde lo más profundo de su ser y desde lo más primitivo de su
existencia. Me alegra pensar que en su limpieza tú decidiste preparar la mejor
tierra para que naciera el mejor Fruto.
Ella calma mis desalientos. Mirando la fresca
y transparente limpieza original de María, te pido que orientes a la Iglesia de
tu Hijo Jesucristo para que grite a este mundo que es posible ser fieles a tu
fidelidad.
Y, de paso, me atrevo a pedirte algo para mí.
No quiero caer en el desaliento. Creo que me has llamado para anunciar que es
posible la alegría. Te ruego que, al agradecerte la gracia que derramaste sobre
María, también en mis atardeceres pueda yo descubrir día tras día la amable y
fiable luz de la esperanza. Amén.
José-Román Flecha Andrés