DOS MODOS DE ORAR
“Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta
alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo
le hace justicia”. Esta afirmación del libro del Eclesiástico (Eclo 35,15-22)
recoge una convicción que atraviesa las páginas de la Biblia. Los pobres del Señor
son aquellos que solo en Dios encuentran escucha y apoyo.
La prensa de todos los días nos da cuenta de
injusticias sangrantes, de conspiraciones de unos estados contra otros, de
trampas de todos los tipos. El mensaje bíblico nos recuerda que “El Señor es un Dios justo que no puede
ser parcial; no es parcial contra el pobre y escucha las súplicas del oprimido”.
De esta convicción se hace eco el salmo que hoy
resuena en nuestra asamblea: ”El Señor está cerca de los atribulados, salva a
los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a
él” (Sal 33,19.23).
También san Pablo confiesa a su discípulo Timoteo que
Dios es un juez justo, que libra del mal a quien confía en él (2 Tim
4,6-8.16-18)
MILAGROS Y HUMILDAD
Tras evocar la invocación de los leprosos a Jesús y las
súplicas que una viuda dirigía al juez injusto, el evangelio según san Lucas
nos presenta en este domingo la parábola del fariseo y el publicano (Lc
18,9-14). Con ella Jesús nos enseña que la oración no siempre responde a la
verdad de la persona. Solo la piedad
humilde es verdadera, como lo indica la comtraposición de los dos
protagonistas.
• El fariseo tiene el doble mérito de observar la Ley
del Señor y dirigir hacia Él su mirada. Pero se atribuye a sí mismo esas
virtudes de las que presume. Su acción de gracias refleja su autosuficiencia.
Se atribuye una santidad que siempre es un don de Dios. Y en consecuencia se
siente autorizado para despreciar a los que no parecen tan santos como él.
• El publicano cobra los impuestos que el imperio
romano exige a sus súbditos. Eso le hace odioso ante las gentes que lo consideran
como un pecador. No se atreve a adornar su oración con las abundantes palabras
que usa el fariseo. Su oración nace de la humildad de quien solo puede
encontrar la salvación en la misericordia de Dios.
Con razón escribió el P. Alonso Rodríguez que “mejor
es el humilde que sirve a Dios que el que hace milagros”.
CAMINAR EN HUMIDAD
Jugando con las palabras, se podría decir: “Dime cómo
oras y te diré a qué Dios adoras”. Tanto el fariseo como el publicano creen en
Dios. Jesús nos dice que el publicano alcanzó la justicia y la santidad de
Dios. Con ello nos invita a preguntarnos cómo imaginamos a Dios y cómo nos
comprendemos a nosotros mismos.
• “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta
oración nos lleva a revisar nuestro pasado y a tratar de descubrir las cicatrices
que ha dejado en nosotros el pecado. Es decir, nuestro alejamiento de Dios. Y
nuestra indiferencia ante sus hijos.
• “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta
oración nos invita a sentir de verdad la seriedad del pecado. Pero también nos
lleva a confiar en la misericordia de Dios
que no se cansa de escuchar, acoger y perdonar a los humildes.
• “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta
oración nos exige admitir y confesar que solo Dios puede aceptarnos como somos
y ayudarnos a ser como Él desea y espera que seamos. Solo Dios conoce nuestra
verdad y puede alentarnos en el camino.
- Señor y Padre, tú conoces nuestras acciones y
conoces también el espíritu con el que las llevamos a cabo. Tú conoces nuestra
verdad. Demasiadas veces pretendemos justificarnos ante ti. Ten piedad de
nosotros y ayudanos a caminar en la humidad. Amén.