JÓVENES
Y ANCIANOS
Con frecuencia se habla de la “brecha
entre las generaciones”. Se dice que los jóvenes no escuchan a los ancianos y
que los ancianos desconfían de todos los jóvenes. En su exhortación “Cristo
vive” (25.3.2019) el papa Francisco no podía dejar al margen esa cuestión.
Según él, ayudar a los jóvenes a descubrir la riqueza
viva del pasado, haciendo memoria y servirse de él es un verdadero acto de amor
hacia ellos, que los ayudará a crecer y a tomar las decisiones adecuadas.
Así lo aconseja la Palabra de Dios: «Escucha a tu padre
que te dio la vida, y no desprecies a tu madre cuando sea anciana» (Pr 23,22).
El mandato de honrar al padre y a la madre «es el primer mandamiento que va
acompañado de una promesa» (Ef 6,2; cf. Éx 20,12; Dt 5,16; Lv 19,3), y la
promesa es: «serás feliz y se prolongará tu vida sobre la tierra» (Ef 6,3).
Es verdad que el joven no tiene que estar de acuerdo con
todo lo que los ancianos dicen o deciden. Un joven siempre debería tener un
espíritu crítico. Sin embargo, han de estar
abiertos para recoger una sabiduría que se comunica de generación en generación.
Así es. Cada generación retoma las enseñanzas de sus
antecesores, y deja un legado a sus sucesores.
El Papa ha recogido un refrán muy agudo: “Si el joven supiese y el viejo
pudiese, no habría cosa que no se hiciese” (191).
En un párrafo que tiene la cadencia de un poema, escribe
el Papa: “A los jóvenes de hoy día que viven su propia mezcla de ambiciones
heroicas y de inseguridades, podemos recordarles
que una vida sin amor es una vida infecunda... A los jóvenes temerosos podemos decirles que la ansiedad frente al
futuro puede ser vencida… A los jóvenes excesivamente preocupados de sí mismos
podemos enseñarles que se experimenta
mayor alegría en dar que en recibir, y que el amor no se demuestra sólo con
palabras, sino también con obras” (197).
El papa Francisco afirma que es
necesario arriesgar juntos para poder compaginar los tiempos. “Si caminamos juntos, jóvenes y ancianos, podremos estar
bien arraigados en el presente, y desde aquí frecuentar el pasado y el futuro: frecuentar el pasado, para aprender de
la historia y para sanar las heridas que a veces nos condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el
entusiasmo, hacer germinar sueños, suscitar profecías, hacer florecer
esperanzas” (199).
No es prudente ignorar las raíces de nuestra cultura y de
nuestra fe. “Las raíces no son anclas que nos atan a otras épocas y nos impiden
encarnarnos en el mundo actual para hacer nacer algo nuevo. Son, por el
contrario, un punto de arraigo que nos permite desarrollarnos y responder a los
nuevos desafíos” (200). Sin recordar el pasado, perderemos la orientación hacia
al futuro.
José-Román Flecha Andrés