lunes, 11 de marzo de 2019

CADA DÍA SU AFÁN 9 de marzo de 2019

                                                                                                                   
           EL MANANTIAL DE LA ALEGRÍA  
Entre los primeros libros que pudo llamar míos y que conservo con cariño y con cuidado se encuentra uno de Romano Guardini que se titula “Cartas sobre autoformación”. Creo que a pocos libros debo tanto como a este. Todo un tratado para lograr eso que mucho tiempo después vino a llamarse la “realización” de la persona.
La primera de esas cartas trata de la alegría del corazón. Guardini comienza afirmando que todos “queremos que nuestro corazón viva alegre y feliz”. Es una buena observación que se cae por su peso y seguramente no será rebatida por nadie.
Pero inmediaamente observa él que vivir alegre no es estar divertido. ¿Cuál es la diferencia?  Aparentemente se trata de la ubicación de la experiencia. Puesto que  “la diversión es algo exterior, estrepitoso, fugaz. En cambio, la alegría mana dentro, callada, con raíces profundas”.
Pero ya en el primer párrafo del capítulo, el autor nos asombra con una frase que seguramente a muchos les puede sonar como una contradicción. De hecho, afirma él que la alegría es  “la hermana de la seriedad: donde está una, se halla también la otra”.
A continuación nos recuerda que hay una alegría sobre la que no se tiene dominio alguno. Cae sobre nosotros como una torrentera. Llega cuando quiere y se va cuando se le antoja. Solo podemos recibirla cuando viene, despedirla resignadamente cuando se retira.
Claro que hay otra alegría que parece acompañar a la plenitud de la existencia, pero tampoco resulta fácilmente domesticable.
El autor menciona también esa otra alegría que todos  debemos buscar y que todos podemos conseguir. Esa alegría que no procede de los bienes conseguidos o de los honores que nos hayan tributado. Esa alegría que viene a coronar nuestro esfuerzo, un trabajo bien realizado, un servicio prestado gratuitamente.
Sin embargo, Guardini quiere reflexionar sobre esa alegría que brota de un manantial más profundo, de una fuente interior donde mora Dios. Porque, por si no lo habíamos adivinado, hay que reconocer que “Dios mismo es la fuente de la verdadera alegría”.
Claro que en este contexto es inevitable una pregunta: “Si la alegría vive de Dios y Dios habita en nuestro corazón, ¿Por qué no la sentimos?”. Su respuesta es tan obvia como escandalosa para muchos. No sentimos esa profunda alegría porque  la fuente de donde mana está enterrada.
Pero hay un modo de desenterrar ese manantial. Dirigirse a Dios con sencillez y espontaneidad para decirle: “Dios fuerte, lo que tú quieras, eso quiero yo”. Es fácil imaginar la siguiente pregunta: ¿Dónde encontrar el querer divino”. Romano Guardini sabe y explica que lo podemos encontrar en lo más ordinario de la vida. Habrá que prestar una atención humana y creyente al momento presente. Esa es la sugerencia de tan gran maestro.
                                                          José-Román Flecha Andrés