EL DESIERTO
Y EL JARDÍN
El mensaje del
papa Francisco para la cuaresma de este año 2019 evoca una asombrosa afirmación
de san Pablo: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rom 8,19).
Solemos ver la esperanza como un doy y
una tarea personal. Solo algunas veces la vemos como un proyecto social y
comunitario. “Somos un pueblo que camina” hacia un futuro que dinamiza el
presente.
Pero casi siempre olvidamos la
dimensión cósmica de la esperanza. Pero, según el Papa, “cuando la caridad de Cristo
transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos alaban a
Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello
también a las criaturas”.
Así lo demuestra san Francisco de Asís en el “Cántico del hermano
sol”, que orienta la encíclica del papa Francisco sobre el respeto a la casa
común. Ahora bien, la armonía generada por la redención está amenazada por el
pecado.
La persona vive en relación con lo otro, con los otros y con el
Absolutamente Otro. Pero, en lugar de vivir una relación respetuosa, a veces es
victima de la intemperancia y de sus deseos incontrolados. “El hecho de que se
haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los
seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que
el jardín se ha transformado en un desierto (cf. Gn 3,17-18)”.
La fuente del mal está en el pecado que anida en el corazón humano. Y el pecado “se manifiesta como avidez, afán
por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo
también por el propio, lleva a la explotación de la creación, de las personas y
del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como
un derecho”.
Según el Papa, esa avaricia acabará por destruir incluso a quien
vive sometiéndose a ella. Por esto, la creación espera la conversión de los
hijos de Dios. Una conversión que la Cuaresma nos propone cada año en la práctica
del ayuno, la oración y la limosna.
• Ayunar, es pasar de la tentación de “devorarlo” todo,
para saciar nuestra avidez, a esa nueva capacidad de sufrir por amor, que puede
colmar el vacío de nuestro corazón.
• Orar significa renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro
yo, y reconocer que necesitamos del Señor y de su misericordia.
• Dar limosna implica superar el ansia de acumularlo todo, como si así pudiéramos
asegurarnos un futuro que no nos pertenece.
El pecado nos sacó del paraíso y nos lanzó al desierto. Jesús entró en el desierto de la creación para convertirlo en el jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original. “Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación”.
José-Román Flecha Andrés