lunes, 4 de marzo de 2019

CADA DÍA SU AFÁN 9 de marzo de 2019

      EL DESIERTO Y EL JARDÍN
El mensaje del papa Francisco para la cuaresma de este año 2019 evoca una asombrosa afirmación de san Pablo: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rom 8,19).
Solemos ver la esperanza como un doy y una tarea personal. Solo algunas veces la vemos como un proyecto social y comunitario. “Somos un pueblo que camina” hacia un futuro que dinamiza el presente.
Pero casi siempre olvidamos la dimensión cósmica de la esperanza. Pero, según el Papa, “cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas”.
Así lo demuestra san Francisco de Asís en el “Cántico del hermano sol”, que orienta la encíclica del papa Francisco sobre el respeto a la casa común. Ahora bien, la armonía generada por la redención está amenazada por el pecado.
La persona vive en relación con lo otro, con los otros y con el Absolutamente Otro. Pero, en lugar de vivir una relación respetuosa, a veces es victima de la intemperancia y de sus deseos incontrolados. “El hecho de que se haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto (cf. Gn 3,17-18)”.
La fuente del mal está en el pecado que anida en el corazón humano.  Y el pecado “se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el propio, lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho”.
Según el Papa, esa avaricia acabará por destruir incluso a quien vive sometiéndose a ella. Por esto, la creación espera la conversión de los hijos de Dios. Una conversión que la  Cuaresma nos propone cada año en la práctica del ayuno, la oración y la limosna.
Ayunar, es pasar de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a esa nueva capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. 
Orar significa renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y reconocer que necesitamos del Señor y de su misericordia. 
Dar limosna implica superar el ansia de acumularlo todo, como si así pudiéramos asegurarnos un futuro que no nos pertenece.  

El pecado nos sacó del paraíso y nos lanzó al desierto. Jesús entró en el desierto de la creación para convertirlo en el jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original. “Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación”. 
                                                                                José-Román Flecha Andrés