HUMILDAD Y SERVICIO
“Esto es lo
que os mando, sacerdotes: Si no escucháis y no ponéis todo vuestro corazón en
glorificar mi nombre, dice el Señor del universo, os enviaré la maldición y maldeciré
vuestra bendición”. Es tremendo este oráculo divino que transmite Malaquías
(Mal 2,1-2). Dios está dispuesto a maldecir los bienes que habían sido
distribuidos a los levitas.
Pero no es
una condena injusta. El Señor se queja con razón, porque los sacerdotes habían
hecho que muchas personas tropezaran en la Ley de Moisés. Su boca no había proclamado
el camino recto. Y habían sido parciales en la aplicación de las normas legales.
El texto se
cierra con un lamento del profeta, que es aplicable a todos los creyentes de
todos los tiempos y lugares: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos creó el
mismo Dios? ¿Por qué entonces nos traicionamos unos a otros, profanando la
alianza de nuestros padres?” (Mal 2,10).
A esas
quejas respondemos humildemente en el salmo responsorial, cantando: “Señor, mi
corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros” (Sal 130,1). De esa humildad
nos da ejemplo el apóstol Pablo en su primera carta a los fieles de Tesalónica,
al confesar: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos”
(1Tes 2,7).
TRES FALTAS
En la
primera parte del evangelio que hoy se proclama, Jesús advierte a la gente de
las graves faltas de los letrados y de los fariseos (Mt 23,1-7).
• Su primer
pecado es la incoherencia. ”No hacen lo que dicen”. Repiten una y otra vez las
enseñanzas de la Ley de Moisés pero no viven de acuerdo con lo que enseñan.
Conocen la letra de la Ley pero no han asimilado su espíritu.
• El
segundo pecado es la indiferencia. Ignoran los fardos pesados que cargan sobre
los hombros de los demás y no mueven ni un dedo para ayudarles. No han
aprendido la importancia de la compasión y no imitan la misericordia de Dios.
• El tercer
pecado es la vanidad. “Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. Hasta
su oración la han convertido en un espectáculo para atraer la atención. Les
gusta recibir honores. Y ese es el único motivo que los mueve.
TRES
CONSEJOS
En la
segunda parte de este texto evangélico, Jesús se dirige a sus propios
discípulos con tres advertencias importantes (Mt 23,8-12).
• Por
dos veces les dice que ninguno de ellos se haga llamar Rabbí, es decir maestro
u orientador de la vida moral, pues su maestro es uno solo y todos ellos han de
reconocerse como hermanos entre sí (Mt 23,8.10).
• Les pide,
además, que a nadie de la tierra llamen Abbá, es decir padre, porque uno solo
es su Padre, el del cielo (Mt 23,9). Es evidente que de nuevo Jesús quiere
subrayar la fraternidad que une y ha de unir a todos los suyos.
• Finalmente
repite lo que ya había enseñado a sus discípulos, a propósito de las
pretensiones de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que deseaban puestos
importantes en su Reino: “El primero entre vosotros será vuestro servidor” (Mt
23,11; 20,26).
- Señor
Jesús, reconocemos nuestros pecados que escandalizan a nuestros hermanos. Que
tu Espíritu nos ayude a ser siempre humildes y servidores de los demás, puesto
que todos nosotros somos hijos del mismo Padre celestial. Amén.
José-Román Flecha Andrés