ANTE LA FIESTA DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA
No se habían cumplido aún dos meses desde su elección al
pontificado. Todos los católicos estábamos muy atentos a las palabras que en
aquellas primeras semanas pronunciaba el nuevo papa.
Pues bien, en su audiencia del miércoles 14 de agosto de
1963, Pablo VI se refería a la fiesta de la Asunción de la Virgen María a los
cielos. Pedía a los fieles que habían acudido a la audiencia que honraran a
María en la gloria, a la que había querido asociarla su divino Hijo.
Le parecía a él que, de esta forma, todos nos sentiríamos
autorizados a pedirle que ella, Madre de Cristo y Madre nuestra, hiciera
fecunda y abundante de gracias la bendición que recibíamos del papa.
Sin duda, Pablo VI quería reflexionar sobre el puesto de
María en la obra de la salvación. Por eso, la gracia que el Papa deseaba para los fieles
era precisamente la de comprender bien y practicar correctamente el culto hacia
la Virgen María.
Como si estuviera pensando en las objeciones que algunos
cristianos no católicos hacen a la veneración a María, Pablo VI quería dejar
bien claro que ese culto es, en realidad, una introducción y consecuencia del culto
único y supremo que debemos a Jesucristo nuestro Señor.
El culto a María no puede separarse de la confesión de la
obra de Jesucristo. Por eso el Papa añadía una especie de pequeña pero
explícita letanía:
• Ese culto es una garantía de nuestra fe en los
misterios y en la misión de Jesús.
• Ese culto es expresión y garantía de nuestra adhesión a
la Iglesia, que tiene en María a su hija más santa y más hermosa y que
encuentra en ella su imagen ideal, como escribía san Ambrosio.
• Ese culto a María de Nazaret nos llena de gozo y de
esperanza.
• Ese culto nos enseña a imitar a la Virgen María en sus
virtudes, tan sublimes y tan humanas, y sobre todo en la virtud de la fe, es decir en la aceptación de la Palabra de
Dios, que inicia en nosotros la vida de Cristo.
Finalmente el Papa deseaba para los fieles los mejores
dones de Dios y confiaba que les fueran concedidos por intercesión de María.
Nos duelen las continuas acusaciones que los católicos
recibimos de nuestros hermanos “cristianos”, que tratan de ignorar o disminuir
la importancia de María en la obra de la salvación. Pero hemos de reconocer humildemente
que algunas expresiones de la religiosidad popular con frecuencia dan pábulo a
esas críticas.
Estas palabras de Pablo VI, pronunciadas ya en el primer
año de su pontificado eran una llamada de atención a unos y otros y marcaban
una pauta para las reflexiones y orientaciones del Concilio Vaticano II. Seguramente
todavía siguen siendo muy oportunas en muchos ambientes.
Que la Asunción de María a los cielos nos ayude a todos a
reflexionar sobre su papel en el misterio de la redención del género humano. Y
a reconocer con lucidez y con amor el
puesto que le corresponde en la Iglesia.
José-Román Flecha Andrés