SOBRE EL OCIO Y EL DESCANSO
En la literatura clásica son frecuentes las
reflexiones sobre el valor del ocio. Ya
Sócrates decía que “los ratos de ocio son la mejor de todas las adquisiciones”.
Una sociedad en la que se admitía la esclavitud, tener espacios en los que se
podía prescindir de un trabajo, marcaba la diferencia entre el amo y el
esclavo.
El pensamiento cristiano valora el trabajo
y a veces parece temer la ociosidad, a la que se suele calificar como la madre
de todos los vicios. Sin embargo, no faltan alabanzas al ocio, como esta que
nos ha dejado Lope de Vega: “Soy rey de mi voluntad, no me la ocupan negocios,
y ser muy rico de ocios es suma felicidad.”
Evidentemente, la comprensión y la práctica
del ocio puede ser ambivalente. El trabajo excesivo puede convertirse en una
adicción y una dependencia. Pero el ocio del vago y el haragán es un signo de
la falta de responsabilidad de la persona. Con razón escribía Séneca que “El
ocio, si no va acompañado del estudio, es la muerte y sepultura en la vida del
hombre.”
Todo en esta vida
es lo que es más lo que significa. El
ocio puede reflejar el señorío de la persona sobre su propia ambición. Puede
convertirse en un espacio privilegiado de silencio, entre el ruido y las prisas
de este mundo tan ajetreado y convulso.
El descanso que nos regala el ocio nos
presenta en bandeja un tiempo y una oportunidad para el encuentro con uno
mismo, con los demás y con Dios. Una oportunidad para la reflexión y la
creatividad, para el encuentro amistoso y el diálogo, para la oración y la
contemplación.
De Dios se dice que descansó al terminar la
obra de la creación. Descansó y se detuve “divinamente” a disfrutar de la belleza
y la armonía de todos lo creado, incluido el ser humano. Y Jesús invitó una vez a sus discípulos a
buscar un descanso cerca de las fuentes del Jordán. Un lugar para preguntarles
que significaba él para ellos.
Pero el ocio también puede evidenciar una
lamentable carencia de motivaciones y de proyectos. El papa Francisco ha dicho
ya en varias ocasiones a los jóvenes que no los quieren víctimas de un sofá. Esa
advertencia vale también para los adultos. Con frecuencia vivimos demasiado
“apoltronados”.
No hay cosecha sin sementara. Tenía razón
Tomás de Kempis, a quien se atribuye la autoría de ese hermoso libro que es la
“Imitación de Cristo”, al escribir que “sin trabajo no se obtiene descanso,
como sin la lucha no se consigue la victoria”.
Las vacaciones y el descanso han de ser un
trampolín para ensayar nuevos saltos en la vida. En el tiempo del descanso, los
cristianos nos preguntamos qué espera Dios de nosotros. Y qué esperan de
nosotros los que se ven obligados a trabajar sin descanso y también los que se
ven obligados a descansar por no encontrar trabajo.
José-Román Flecha Andrés