MARTA Y MARÍA
Marta y María son un icono de nuestras
búsquedas e insatisfacciones. Ellas nos recuerdan el gran don de la
hospitalidad, las profundas cuestiones ante la muerte, la dramática sencillez de vivir en la verdad
en medio de la mentira.
El
evangelio de Lucas presenta a Jesús con los trazos que describen al misionero
itinerante. “Yendo de camino, entró en
un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa”. He ahí la palabra clave. “Recibir” es para el
evangelio la actitud que exige la
presencia del misterio.
Marta
no está sola. “Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies
del Señor, escuchaba su Palabra”. Otra palabra clave: “escuchar”. El pueblo de
Israel conocía bien el valor religioso de la escucha, cuando la vida cuelga de
una Palabra que el hombre no ha podido programar.
Mientras
María escucha, Marta se afana en los quehaceres del hogar. Pero la armonía se
quiebra ante la desigualdad del reparto de funciones. A nadie puede extrañar el
lamento de Marta: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el
trabajo? Dile, pues, que me ayude.”
La
respuesta de Jesús relativiza inquietudes y subraya lo esencial: “Marta, Marta,
te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor,
de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada”. Jesús
busca el encuentro más que los manjares.
Por el evangelio de Juan sabemos que Marta y María son
hermanas de Lázaro y que viven en
Betania. Lázaro enferma y muere. Lleva
ya cuatro días en el sepulcro cuando llega el amigo. Marta sale al encuentro de
Jesús y le dirige un saludo, mezcla de reproche y confianza: “Señor, si hubieras
estado aquí, no habría muerto mi hermano”.
Sin quererlo, Marta provoca una de las más altas revelaciones
de Jesús: “Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y
todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”. A cambio, Jesús provoca en
Marta una de las más profundas confesiones de la fe: “Sí, Señor, yo creo que tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo”.
Jesús manda abrir el sepulcro. Y Marta aporta un aviso de cordura: “Señor,
ya huele; es el cuarto día”. Es la última palabra de Marta. Ante ella, la otra
palabra del amigo profeta, la que reclama las certezas de la fe: “¿No te he dicho que, si crees, verás la
gloria de Dios?”
Marta
aparece todavía una vez. Seis días faltan para la Pascua. Jesús regresa a la
casa acogedora de Betania. Marta sirve y Lázaro comparte con Jesús las viandas
y el coloquio. María se postra por tierra y va ungiendo los pies del amigo con
un perfume de nardo y los va secando con sus cabellos. Y la casa se llena del
olor de los ungüentos.
Marta y
María representran la acogida y la escucha, la
fe y la ternura, la gratitud y la profecía. Todo eso y mucho más.
José-Román Flecha Andrés