LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD
“La mayoría de
la gente no quiere la libertad realmente, porque la libertad implica
responsabilidad, y la mayoría de las personas tienen miedo de la
responsabilidad”. Aparentemente esa frase de Sigmund Freud parece contradecir a
todos los que van o vamos por el mundo reivindicando nuestro derecho a la
libertad.
Pero también George
Bernard Shaw venía a decir lo mismo, cuando escribía que “la libertad significa
responsabilidad, por eso la mayoría de hombres la temen”.
Así que probablemente
ese pensamiento es totalmente correcto. Pedimos a los demás que sean
responsables de sus actos, pero con demasiada frecuencia nosotros mismos
tratamos de eludir toda responsabilidad.
Basta observar
lo que ocurre con los incendios de los bosques, con la contaminación de las
aguas, con las basuras arrojadas en cualquier lugar, con la violación habitual
de las normas del tráfico, con el desprecio a la vida y el descarte de los
bienes y de las personas, que tantas veces denuncia el papa Francisco.
Parece que
nadie se siente responsable de los efectos que se generan de las propias
acciones u omisiones. Pero según lo que afirmaba ya el Mahatma Gandhi, “es
incorrecto e inmoral tratar de escapar de las consecuencias de los propios
actos”.
Tal vez haya
que repensar nuestra concepción de la libertad. El Documento de Puebla, de las iglesias latinoamericanas, hacía bien
en recoger la célebre distinción que establecía Isaías Berlín entre la
“libertad de” y la “libertad para”.
Para muchas
personas, la libertad es simplemente la ausencia de ataduras, de normas y de
leyes. Pero la verdadera libertad implica una decisión seria de alcanzar el
bien. Quedarse con la “libertad de” ataduras equivale a decidir permanecer toda
la vida anclado en la adolescencia.
Cuando Karl
Menninger se preguntaba ya desde el título de su libro “qué ha venido a ocurrir
con el pecado”, la respuesta era precisamente esa. El pecado es hoy la
irresponsabilidad colectiva.
Lo malo es que
las consecuencias de esa actitud son inhumanas y deshumanizadoras. Si existe el
mal –y eso es innegable- pero ninguno de nosotros se siente responsable, solo
caben dos salidas, igualmente desastrosas: el fatalismo o la agresividad.
Ante el mal
inevitable e irresponsable, algunos se limitan a encogerse pasivamente, esperando
que amaine el temporal. Pero otros se dedican a vandalizar sobre todo lo que
encuentran y deciden arremeter contra todos los que consideran culpables de
todos los desastres, que son debidos a una libertad mal entendida.
Así pues, habrá
que tratar de superar esas tentaciones. La actitud que parece más plausible es
precisamente la de tratar de vivir de forma más responsable, exigir a nuestros
gobernantes que asuman responsablemente sus tareas y esforzarnos en educar a
las futuras generaciones para optar por la responsabilidad.
José-Román Flecha Andrés