“Sión decía: Me ha abandonado el Señor, mi
dueño me ha olvidado. ¿Es que puede una madre olvidarse del hijo de sus
entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is 49, 14-15). Es
sorprendente este breve texto que se proclama en la primera lectura de la
celebración eucarística de este domingo.
También hoy son muchas las
personas que, ante la experiencia de una desgracia o de un fracaso, se lamentan
diciendo que Dios las ha olvidado. En realidad suele ocurrir lo contrario.
Somos nosotros los que nos olvidamos de Dios.
Pero Dios se presenta ante
sus hijos cargado de una ternura que supera en mucho la de las madres. Según el
oráculo celestial, Dios no puede olvidarse de sus hijos.
Por eso el salmo 61 repite un estribillo que
nos invita a la confianza: “Descansa solo en Dios, alma mía”. En realidad, esa
es la idea central de esta celebración dominical.
LA BÚSQUEDA DEL REINO
Así pues, Dios no nos
abandona. Dejaría de ser Dios. Dejaría de ser nuestro Padre. En el evangelio de
este domingo (Mt 6,24-34), esa es la palabra clave: “Ya sabe vuestro Padre
celestial que tenéis necesidad de todo eso”. Para vivir y para vivir en
sociedad tenemos necesidad de la comida, la bebida y el vestido. Pero Jesús nos
ofrece dos reglas de conducta:
• “Buscad sobre todo el
reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura”. Este es el precepto positivo. Nuestra
búsqueda nos define. Nos convertimos en aquello que buscamos. Así que no
conviene perderse en buscar tesoros falsos. El verdadero tesoro es el reino de
Dios. Es reconocer a Dios como Señor de nuestra vida.
• “No os agobiéis por el
mañana, porque el mañana traerá su propio agobio”. Este es el precepto negativo. Para buscar el
reino de Dios, hay que vivir consciente y activamente en el presente. El mañana
puede ser duro, muy duro y muy difícil, pero antes de afrontarlo es preciso
florecer en el presente. En el mañana piensa Dios.
LA DESGRACIA Y LA GRACIA
Es muy conocido el inicio
del Decálogo de la serenidad, del Papa Juan XXIII. “Solo por hoy trataré de
vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida toda de
una vez”. Muchos programas de recuperación
de la persona lo han imitado. En realidad, la idea se remonta a las palabras de
Jesús.
• “A cada día le basta su desgracia”. La mayor
parte de nuestros sufrimientos provienen de imaginar y temer los que pueden
venir sobre nosotros en el futuro. Nuestra inseguridad es la que realmente nos
atemoriza y nos paraliza.
• “A cada día le basta su desgracia”. La mayor parte de nuestras alegrías
aumentaría si supiéramos vivir el presente con serenidad y gratitud. Es cierto
que la felicidad no coincide con la satisfacción, pero cada día nos ofrece
muchos motivos que nos satisfacen.
• “A
cada día le basta su desgracia”. La mayor parte de nuestras preocupaciones nace
de no saber aceptar la providencia de Dios. Dios vela por los pájaros y por la
hierba del campo. Y vela más aún por nosotros, sus hijos. Cada día tiene su
afán. Y su encanto.
- Señor Jesús, tú nos has revelado que Dios es nuestro
Padre providente. En sus manos estamos. Él vela por nosotros. Aceptarlo como
Señor es la fuente de la serenidad y de la paz, de la felicidad y de la esperanza. Que nuestra fe signifique confianza.
Amén.
José-Román
Flecha Andrés