martes, 13 de septiembre de 2016
lunes, 12 de septiembre de 2016
REFLEXIÓN-DOMINGO 25º DEL TIEMPO ORDINARIO. C 18 de septiembre de 2016
DIOS
Y EL DINERO
“¿Cuando pasará la luna nueva para vender el
trigo, y el sábado para ofrecer el grano?” Así pensaban y decían aquellos ricos
desalmados que se encontró Amós al subir desde su pueblo de Técoa hasta la alta
colina de Samaría.
Amós
proclamaba abiertamente que él no era un profeta. Era sólo un pastor. Pero
tenía ojos para ver la injusticia. Tenía sentido común para percibir la
falsedad de los que pasaban el tiempo de oración planeando sus próximos
negocios. Y, sobre todo, tenía fe y valor para gritar que Dios no podía ignorar
tanta ignominia (Am 8,4-7).
El
mensaje no es despreciar la riqueza sino apreciar la dignidad de los humildes.
Con el salmo responsorial proclamamos que Dios “levanta del polvo al desvalido
y alza de la basura al pobre” (Sal 112,7-8). San Pablo pide a Timoteo que se
hagan oraciones para que todos puedan llevar “una vida tranquila y apacible,
con toda piedad y decoro” (1 Tim 2,1-2)
UNA DOBLE ASTUCIA
El
evangelio de Lucas privilegia a los pobres y marginados. Por eso, en sus
páginas se menciona tantas veces el dinero. En el texto que hoy se proclama se
recuerda la parábola del hombre rico que descubre la infidelidad de su
administrador (Lc 16,1-13).
Antes
de dejar su trabajo, éste urde apresuradamente una nueva trampa contra los
intereses de su amo: invita a los deudores
a disminuir notablemente la deuda contraída por la compra del trigo y
del aceite. ¿Cómo explicar la alabanza que el amo dedica a su administrador, al
enterarse del engaño?
•
Jesús subraya la astucia que los hijos de este mundo emplean para el mal y
desea que los hijos de la luz aprendan a ser astutos para el bien.
•
Además, el Maestro exhorta a los discípulos a que utilicen los bienes para
ganarse una buena acogida en las moradas eternas.
•
Finalmente, dado el contexto de este evangelio, tal vez se sugiere que el proceder del administrador ha hecho
comprender a su amo lo efímero de los bienes de este mundo.
LOS
DOS AMOS
De
todas formas, la conclusión de la parábola, parece llevarnos a olvidar el
aplauso que el amo dedicó a su administrador. El texto evangélico, en efecto,
incluye dos serias advertencias para todos los discípulos:
•
Solo quien es fiel será fiable. La fidelidad en lo pequeño hará que el
discípulo de Cristo merezca confianza cuando se trata de lo más importante. El
buen uso del dinero y de los bienes de la tierra es un signo de la seriedad del
compromiso del creyente.
•
Por otra parte, nunca será fácil servir bien a dos amos. El buen servicio a uno
genera un mal servicio al otro. Es preciso saber elegir a quién servir. Esa
elección revela la verdad última de la persona. La conclusión es tajante: “No
podéis servir a Dios y al dinero”.
-
Señor Jesús, todos proclamamos el valor de la justicia, pero tú conoces bien en
cuántos momentos todos somos injustos. Libera nuestro corzón de la esclavitud a
los bienes de este mundo para que podamos ser creíbles, al anunciar tu mensaje
de amor y de justicia. Bendito seas por
siempre, Señor. Amén.
José-Román Flecha Andrés
CADA DÍA SU AFÁN 17 de septiembre de 2016
SUFRIR
LOS DEFECTOS DEL PRÓJIMO
Sufrir con paciencia no equivale a soportar
como piedras los defectos, las manías o los ataques de los demás. La
tolerancia es un valor muy aplaudido por
el mundo de hoy. Es un derecho personal y un deber social.
Ni siquiera en el ambiente familiar es
fácil la tolerancia. En muchas ocasiones es difícil aceptar con paz y
comprensión los errores del cónyuge o las impertinencias de los hijos. En este
campo las personas necesitan con frecuencia la ayuda de una competente
orientación familiar.
No basta con aceptar el “modo de ser” de
la persona. Hay que aceptar su mismo “ser”.
Es decir, la aceptación del otro se remonta en la familia hasta los
mismos orígenes de la vida. El aborto es el rechazo a una persona que ya ha
llegado a la familia.
La misericordia es un atributo de Dios.
Él es un “Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y
leal” (Sal 86,15). Esa confesión es un signo de la confianza que en él deposita
el creyente: “El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo” (Sal
116,5).
Pero la paciencia y la impaciencia
marcan el ritmo de las relaciones interpersonales. En la literatura sapiencial se encuentra una
observación nacida de la experiencia diaria: “El de genio pronto, hace
necedades, mientras que el hombre reflexivo aguanta” (Prov 14,17).
Jesús
muestra su compasión hacia los cojos, los ciegos, los tartamudos y los
leprosos. Es más, como para revelar la misericordia universal de Dios, Jesús
acepta la petición insistente de ayuda que le dirige una mujer extranjera.
El Resucitado se hace caminante con los
discípulos que se dirigen a Emaús y prepara un desayuno junto al lago de
Galilea para los que regresan a la costa sin haber pescado nada.
San Pablo ruega a los fieles de Tesalónica que
tengan paciencia unos con otros: “Os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a
los que viven desconcertados, animéis a los pusilánimes, sostengáis a los
débiles y seáis pacientes con todos” (1 Tes 5,14). Cuatro buenos consejos para
una sana convivencia
Esta obra de misericordia exige valorar
todo lo bueno y noble que encontramos en los demás. En un mundo demasiado
crispado, es preciso tratar de descubrir no sólo los defectos, sino también los
valores positivos que poseen todos nuestros prójimos.
Habrá que aprender a ver “personas”
detrás del rostro de los demás. Cada uno de los miembros de nuestra familia es
un don que Dios nos ha enviado. Es una
persona, con sus límites y sus alcances, con sus logros y sus malogros, con su
pobreza y su riqueza.
Es preciso estar siempre dispuestos a
disculpar y perdonar las ofensas que podamos sufrir de parte de nuestros
vecinos. Hay que aprender a situarse constantemente en el lugar del otro. Esa es la regla de oro de todas las culturas
y de todos los sistemas éticos.
José-Román
Flecha Andrés
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