
EL HOGAR DE TERESA
Muchas personas atribuyen a sus padres la causa de los
errores que cometen y hasta de su curtida inmoralidad. Teresa de Jesús, a la que hoy recordamos, es
una maestra de serenidad y de gratitud hacia sus padres, Alonso Sánchez de
Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. No queda en su corazón ni el menor espacio
para el resentimiento.
Desde muy niña, Teresa comenzó a sentir grandes deseos de
ser santa. Andando el tiempo, Teresa asume
toda la culpa por no haber sido
siempre fiel a aquel impulso inicial recibido de sus padres: “Fatígame ahora
ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado entera en los buenos deseos
que comencé. […] sé que fue mía toda la culpa” (V 1,7-8).
La libertad juega un gran papel en este proceso de
disculpa y de justificación personal. Se
olvida que la libertad no es tanto un punto de partida cuanto un punto de
llegada. Teresa ha intuido ya esta contradicción, como lo demuestra al
escribir: “¡Oh, que sufre un alma, válame Dios, por perder la libertad que
había de tener de ser señora, y qué de tormentos padece!” (V 9, 7).
Aunque hayan elegido con libertad, muchas personas tratan de justificar y disculpar sus malas acciones
u omisiones. Con frecuencia arguyen que en
su infancia estaban tan determinadas por el ejemplo y las presiones de
su familia que nunca fueron libres para tomar una decisión responsable.
Teresa recuerda su hogar y agradece lo que en él ha
recibido. Recordar es pasar las memorias por el filtro del corazón. Y para el
creyente, recordar equivale a orar. Pues bien, Teresa recuerda qué impresión
tan fuerte le produjo leer Las
Confesiones de San Agustín: “Cuando llegué a su conversión, y leí como oyó
aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según
sintió mi corazón: estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y
entre mí misma con gran aflicción y fatiga” (V 9, 7).
Teresa suele envolver sus recuerdos en la oración. De hecho, se dirige a Dios para reconocer el
bien que ha recibido: “No me parece os quedó a Vos nada por hacer para que
desde esta edad no fuera toda vuestra. Cuando voy a quejarme de mis padres,
tampoco puedo, porque no veía en ellos sino todo bien y cuidado de mi bien” (V
1,7-8).
¡El bien! ¡Todo bien! Ese es el resumen de los recuerdos
de Teresa. El bien es el verdadero
motivo para alimentar y conservar la gratitud hacia sus padres. El bien es el
gran don de Dios, que ha llegado hasta ella por la mediación del hogar. El bien
como ideal de vida y como norma para el comportamiento diario. ¡Siempre el
bien!
Cabe preguntarse si en las familias de hoy se percibe
una preocupación semejante por el cultivo y la promoción de buenas ideas,
buenos sentimientos y buenas costumbres. No se puede olvidar que en la búsqueda
del bien estriba la felicidad.
José-Román Flecha Andrés