lunes, 19 de septiembre de 2016

CADA DÍA SU AFÁN 24 de septiembre de 2016

                                               
ORAR POR LOS VIVOS Y LOS MUERTOS

Sin la gracia de Dios no podemos conseguir los ideales de una vida virtuosa. La oración nos lleva a confiar en la misericordia divina, que viene en ayuda de nuestra fragilidad humana. 
Esta obra de misericordia contempla el deber moral de orar tanto por los vivos como por los difuntos. Muchas personas vivas agradecerán que las recordemos en nuestra oración. Nuestros antepasados  pedían para sus familiares difuntos  la paz eterna, la superación de las penas del purgatorio o el acceso a la gloria eterna.
Nuestra fe nos dice que nuestra oración por los que han muerto no es un mero signo de cortesía o de gratitud. Con nuestra oración afirmamos que nuestro amor puede y debe ser más fuerte que la muerte. Creemos y confesamos que nuestro amor nace del Dios amor que a todos nos hermana, a todos espera y a todos acoge.
Durante la batalla de los hebreos contra los amalecitas, Moisés  intercede por Josué y por sus tropas  (Ex 17, 11-12). Y Salomón “ruega al Señor por él, por todo el pueblo, por las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y sus necesidades diarias” (1 Re 8, 10-61).   
 Judas Macabeo encarga sacrificios por los muertos en la batalla. El texto añade que “santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados” (2 Mac 12,46).
  Jesús escucha la oración de intercesión que le dirige Pedro por su suegra y la súplica del centurión a favor de un criado suyo. Escucha la súplica de Jairo y la de una mujer cananea  por sus respectivas hijas. Presta atención a las gentes que interceden por un sordomudo y a un padre angustiado que le presenta a su hijo epiléptico.
Jesús escucha la oración de los demás y exhorta a sus discípulos a rogar aun por aquellos que les hayan hecho mal: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os maltraten” (Lc 6, 27-28). No es un signo de masoquismo. Es la única forma de parecerse a Dios, que se compadece de buenos y malos.
En su exhortación “La alegría del Evangelio” el Papa Francisco ha recomendado la oración de intercesión. Por ella  pedimos a Dios gracias para nuestros hermanos al tiempo que le  damos gracias.
Nuestra oración puede manifestar nuestra profunda gratitud por lo que ellos son y han sido para nosotros, por los dones que han recibido, por la fidelidad con la que han servido a Dios y a los demás,  por el testimonio de su vida y por el ejemplo que de ellos hemos recibido.
Por tanto, orar por los vivos y los difuntos no es un gesto ocioso. Es el signo de la comunión de los santos, en la que decimos creer cuando recitamos el Credo. Orar por los demás equivale a expresar con un signo personal nuestra fe en el amor de Dios a todos sus hijos. Interceder por los demás es un gesto que revela nuestra cercanía a la familia humana.
                                                             José-Román Flecha Andrés