EUCARISTÍA
Y CARIDAD
En la fiesta del Cuerpo y la Sangre de
Cristo celebramos también el Día de la Caridad. No es una casualidad esa unión
del misterio con la práctica cristiana. Ya san Juan Crisóstomo vincula la participación en la
eucaristía con la caridad y justicia debidas a los más pobres.
En una conocida homilía compara el Santo el honor que
se tributa al cuerpo sacramental de Cristo con el honor que se niega a los
pobres que son miembros de su cuerpo: “¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No
lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres
aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y
desnudez”.
Han pasado los siglos, pero la situación tal vez no
haya cambiado tanto. El día 22 de febrero del año
2007, el Papa Benedicto XVI firmaba la
exhortación apostólica postsinodal Sacramentum
caritatis, es decir, “El Sacramento de la caridad”, sobre la Eucaristía,
fuente y culmen de la vida y de la
misión de la Iglesia.
Recordando el fenómeno
de la globalización que con frecuencia
aumenta la diferencia entre ricos y pobres, reconoce el Papa que debemos denunciar a quien derrocha las
riquezas de la tierra, provocando desigualdades que claman al cielo (SC 90).
Menciona él las
poblaciones que viven bajo el umbral de la pobreza, cuya indigencia podría ser
solucionada con “la mitad de las ingentes sumas destinadas globalmente a
armamento”. El Papa se pregunta: “Estos
seres humanos, ¿no son nuestros hermanos y hermanas? ¿Acaso sus hijos no vienen
al mundo con las mismas esperanzas legítimas de felicidad que los demás?”.
E inmediatamente relaciona el mundo de la pobreza con
la celebración eucarística, al afirmar: “El Señor Jesús, Pan de vida eterna,
nos apremia y nos hace estar atentos a las situaciones de pobreza en que se
halla todavía gran parte de la humanidad: son situaciones cuya causa implica a
menudo una clara e inquietante responsabilidad por parte de los hombres” (SC
90).
La evocación de los pobres adquiere en esta
exhortación el tono profético de la denuncia de todo lo que degrada la dignidad
del ser humano. Y nos invita al compromiso en todo aquello que puede contribuir
a la civilización del amor,
“Las instituciones eclesiales de beneficencia, en particular Caritas en sus diversos ámbitos,
prestan el precioso servicio de ayudar a las personas necesitadas, sobre todo a
los más pobres. Estas instituciones, inspirándose en la Eucaristía, que es el
sacramento de la caridad, se convierten en su expresión concreta; por ello
merecen todo encomio y estímulo por su compromiso solidario en el mundo” (SC
90).
En este año, nuestra atención a los necesitados ha de ser un signo
y testimonio de que la Eucaristía es fuente de la misericordia que se espera de
nosotros.
José-Román
Flecha Andrés