sábado, 11 de abril de 2015

LECTIO DIVINA -2º DOMINGO DE PASCUA

Domingo II Pascua

Hch 2,42-47
1Pe 1,3-9
Jn 20,19-31
ABRIL 12
Todos se mantenían firmes en las enseñanzas de los apóstoles, compartían lo que tenían y oraban y se reunían para partir el pan. Todos estaban asombrados a causa de los muchos milagros y señales hechos por medio de los apóstoles. Los que habían creído estaban muy unidos y compartían sus bienes entre sí; vendían sus propiedades, todo lo que tenían, y repartían el dinero según las necesidades de cada uno. Todos los días se reunían en el templo, y partían el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y eran estimados por todos, y cada día añadía el Señor a la Iglesia a los que iba llamando a la salvación.
1Pe 1,3-9
Alabemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo por la resurrección de Jesucristo. Esto nos da una viva esperanza y hará que recibáis la herencia que Dios os tiene guardada en el cielo, la cual no se puede destruir ni manchar ni marchitar. Por la fe que tenéis en Dios, él os protege con su poder para que alcancéis la salvación que tiene preparada y que dará a conocer en los tiempos últimos. Por esta razón estáis llenos de alegría, aun cuando sea necesario que durante un poco de tiempo paséis por muchas pruebas. Porque vuestra fe es como el oro: su calidad debe ser probada por medio del fuego. La fe que resiste la prueba vale mucho más que el oro, el cual se puede destruir. De manera que vuestra fe, al ser así probada, merecerá aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo aparezca. Vosotros amáis a Jesucristo aunque no le habéis visto. Ahora, creyendo en él sin haberle visto, os alegráis al haber alcanzado la salvación de vuestras almas, que es la meta de vuestra fe; y esa alegría vuestra es tan grande y gloriosa que no podéis expresarla con palabras.
Jn 20,19-31
Al llegar la noche de aquel mismo día, primero de la semana, los discípulos estaban reunidos y tenían las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo: “¡Paz a vosotros!”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús dijo de nuevo: “¡Paz a vosotros! Como el Padre me envió a mí, también yo os envío a vosotros”. Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar”. Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después le dijeron los otros discípulos: “Hemos visto al Señor”. Tomás les contestó: “Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días después se hallaban los discípulos reunidos de nuevo en una casa, y esta vez también estaba Tomás. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, y poniéndose en medio de ellos los saludó diciendo: “¡Paz a vosotros!”. Luego dijo a Tomás: “Mete aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado. ¡No seas incrédulo, sino cree!”. Tomás exclamó entonces: “¡Mi Señor y mi Dios!”. Jesús le dijo: “¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!”. Jesús hizo otras muchas señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en él”.

Preparación: El Papa Juan Pablo II dedicó este domingo II de Pascua a la meditación sobre la Divina Misericordia. Jesús resucitado no reprende a los discípulos que lo habían abandonado. Les ofrece el don de su paz y les encarga la tarea de transmitir en su nombre el perdón de los pecados.

Lectura: La primera lectura nos ofrece un “sumario” de la vida de las primeras comunidades cristianas. En él se subrayan los valores de la oración, la comunicación de bienes y el amor que une a los hermanos. Por su parte, la primera carta de Pedro recuerda los valores cristianos de la fe, la alegría y el amor. El evangelio une dos apariciones de Jesús a sus discípulos. Los saluda con el deseo de la paz y derrama sobre ellos el Espíritu. La figura de Tomás atrae nuestra atención. También en este caso se resalta el valor de la fe.

Meditación: Se suele calificar al apóstol Tomás como un incrédulo. Olvidamos que él es el único de sus discípulos que se había mostrado dispuesto a subir con  Jesús a Jerusalén y a morir con él si era preciso (Jn 11,16).  Ahora parece molesto por dos razones. En primer lugar, porque Jesús se ha aparecido a los discípulos precisamente cuando él estaba ausente. Y además, no comprende que los que no estaban dispuestos a aceptar la muerte de Jesús se muestren tan decididos a aceptar su resurrección. Tomás nos enseña que no hay resurrección sin muerte. No hay victoria sin llagas. Ni para Cristo ni para su Iglesia. 

Oración: “Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos menor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido”. Amén.

Contemplación: Muchos pintores han representado la escena en la que Tomas toca las llagas de Jesús. La escena se encuentra también en uno de los bajorrelieves del claustro del monasterio de Silos. Hoy contemplamos a Jesús, que se hace presente en medio de nosotros. Nos muestra las llagas que dan testimonio de su entrega por nosotros. Nos desea la paz, como el mejor de los dones pascuales. Nos concede su perdón y derrama sobre nosotros su Espíritu para hacernos a la vez receptores y portadores de ese perdón. Nos consideramos dichosos y felices por haber llegado a creer en él, a pesar de no haberlo visto en carne mortal.

Acción: Hoy pedimos la gracia de acercarnos al sacramento de la reconciliación y recibir el don de la paz y la misericordia de Dios.
                                                                                            José-Román Flecha Andrés 

CREDO PARA LA PASCUA DE RESURRECCIÓN 1

viernes, 10 de abril de 2015

LECTIO DIVINA-SÁBADO OCTAVA DE PASCUA

SÁBADO I

Hch 4,13-21
Mc 16,9-15
ABRIL 11
Jesús, después de resucitado, al amanecer el primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue y lo comunicó a los que habían andado con Jesús, que entonces estaban tristes y llorando. Al oírla decir que Jesús vivía y que ella le había visto, no la creyeron. Después se apareció Jesús, bajo otra forma, a dos de ellos que caminaban dirigiéndose al campo. Éstos fueron y lo comunicaron a los demás, pero tampoco a ellos les creyeron. Más tarde se apareció Jesús a los once discípulos, mientras estaban sentados a la mesa. Los reprendió por su falta de fe y su terquedad, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo: “Id por todo el mundo y anunciad a todos la buena noticia”.

Preparación: Durante esta primera semana de Pascua, la liturgia recuerda una y otra vez a los hermanos que han recibido el bautismo en la vigilia pascual. En la primera oración de la misa de este sábado pedimos a Dios por los que ha elegido como miembros de su Iglesia, “para que, quienes han renacido por el bautismo, obtengan también la resurrección gloriosa”.

Lectura: Las lecturas de la misa de hoy evocan la responsabilidad del anuncio del mensaje cristiano. Según la primera lectura, los dirigentes de los judíos deciden prohibir a Pedro y a Juan que vuelvan a mencionar el nombre de Jesús. Pero los apóstoles responden: “Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído”. También el evangelio evoca la decisión con la que María Magdalena comunica a los discípulos de Jesús la buena noticia de la resurrección de su Maestro. También se alude a los discípulos de Emaús. En las palabras con que concluye el evangelio de Marcos, se recuerda el encargo de hablar para extender el evangelio: “Id por todo el mundo y anunciad a todos la buena noticia”.

Meditación: Al terminar esta primera semana de Pascua nos queda muy claro que la vida y la obra de Jesús no han concluido. Los que le han seguido han de transmitir su mensaje, aun a pesar de las dificultades. En su exhortación La alegría del Evangelio, nos dice el Papa Francisco: “El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora” (n.24).

Oración: Padre nuestro, “tú que, por la resurrección de tu Hijo, quisiste iluminar el mundo, haz que tu Iglesia difunda entre todos los hombres la alegría pascual”. Por Jesucristo, nuestro Señor Resucitado que vive por los siglos. Amén.

Contemplación: Hoy contemplamos a Jesús enviando a sus discípulos a anunciar el evangelio a todas las gentes. No será fácil esa tarea. No fue fácil ya en los principios. María Magdalena no es creída por los discípulos a los que se dirige en la mañana de Pascua. Los discípulos de Jesús lo habían escuchado por el camino y lo habían reconocido al partir el pan. Pero tampoco a ellos creen los discípulos reunidos en Jerusalén. A su vez, Pedro y Juan serán rechazados por los judíos. Dos ideas se imponen en este día. Que los cristianos no tengamos que ser reprendidos por nuestra falta de fe. Y que no dejemos de anunciar el mensaje de Jesús.

Acción: Preguntarnos cómo y en qué ambientes podemos nosotros anunciar el evangelio de Jesús resucitado.
                                                                                       José-Román Flecha Andrés 

jueves, 9 de abril de 2015

LECTIO DIVINA-VIERNES OCTAVA DE PASCUA

Jesús resucitado y los apóstoles en el lago de Tiberiades, 
fresco de la Basílica de Sant’Angelo in Formis, Capua, Italia
                    
VIERNES I

Hch 4,1-12
Jn 21,1-14
ABRIL 10
Después de esto, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos, a orillas del lago de Tiberias. Sucedió de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, al que llamaban el Gemelo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos de Jesús. Simón Pedro les dijo: “Me voy a pescar”. Ellos contestaron: “Nosotros también vamos contigo”. Fueron, pues, y subieron a una barca; pero aquella noche no pescaron nada. Cuando comenzaba a amanecer, Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no sabían que fuera él. Jesús les preguntó: “Muchachos, ¿no habéis pescado nada?”. “Nada” -le contestaron. Jesús les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y pescaréis”. Así lo hicieron, y luego no podían sacar la red por los muchos peces que habían cogido. Entonces aquel discípulo a quien Jesús quería mucho le dijo a Pedro: “¡Es el Señor!” Apenas oyó Simón Pedro que era el Señor, se vistió, porque estaba sin ropa, y se lanzó al agua. Los otros discípulos llegaron a la playa con la barca, arrastrando la red llena de peces, pues estaban a cien metros escasos de la orilla. Al bajar a tierra encontraron un fuego encendido, con un pez encima, y pan. Jesús les dijo: “Traed algunos peces de los que acabáis de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la playa la red llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Venid a comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó en sus manos el pan y se lo dio; y lo mismo hizo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de haber resucitado.

Preparación: La peregrina Egeria viajó en el siglo IV desde el noroeste de España a la Tierra Santa. En sus notas escribe que a la orilla del lago de Galilea se puede ver la piedra sobre la que Jesús preparó el desayuno a siete de sus discípulos. Esta tercera aparición nos lleva a interrogarnos sobre nuestra vocación cristiana.

Lectura: Tras la curación del paralítico y el discurso de Pedro, los grupos sacerdotales se muestran “indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran la resurrección de los muertos por el poder de Jesús”. Por el nombre del Resucitado puede caminar el paralítico al que ha curado Pedro. El texto evangélico que hoy se proclama recuerda “la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitado”. El relato contiene muchos detalles que unen esta experiencia al primer encuentro de Jesús con sus discípulos. Los discípulos parecen haber olvidado al Maestro y, en consecuencia, su propia misión. Pero la Resurrección supone un nuevo comienzo.

Meditación: Jesús va a buscar a sus discípulos al lago, donde los había encontrado y llamado en otro tiempo. Si parecían desencantados y decididos a regresar a su profesión de pescadores, el Señor les recuerda la misión que les había confiado. De nuevo se hace evidente el fracaso de los pescadores y el señorío de Jesús sobre el mar. “Muchachos, ¿no habéis pescado nada?”. “Nada” -le contestaron-. Jesús les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y pescaréis”. Y de nuevo Jesús está dispuesto a compartir la comida con los suyos. Realmente, como afirma el salmo, “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” (Sal 117).

Oración: Señor Jesús, tu conoces nuestros desalientos y fracasos. Te reconocemos resucitado y vivo entre nosotros. Que tu presencia nos ayude a redescubrir nuestra misión y a ser fieles a nuestra vocación de discípulos. Amén.  

Contemplación: Hoy nos situamos a orillas del lago de Galilea, junto a la capilla que recuerda el diálogo de Jesús con Simón Pedro, al que encomienda su rebaño. A la tenue luz del amanecer, también nosotros contemplamos a Jesús que nos espera en la orilla. En nuestra vida hay muchos momentos en los que nos cuesta reconocerlo. Necesitamos que alguien nos susurre al oído: “¡Es el Señor!” Él nos busca. Él nos necesita. Él confía en nosotros y quiere encomendarnos la misión de anunciar su presencia y su mensaje.

Acción: Hoy hemos de leer de nuevo este capítulo 21 del evangelio de Juan. Preguntémonos a quién podemos ayudarle a descubrir que “es el Señor” quien se acerca a su vida y le espera.

                                                                  José-Román Flecha Andrés

miércoles, 8 de abril de 2015

LECTIO DIVINA-JUEVES OCTAVA DE PASCUA

Jueves  I

Hch 3,11-26
Lc 24,35-48
ABRIL 9 
Ellos contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús al partir el pan. Todavía estaban hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y los saludó diciendo: “Paz a vosotros”. Ellos, sobresaltados y muy asustados, pensaron que estaban viendo un espíritu. Pero Jesús les dijo: “¿Por qué estáis tan asustados y por qué tenéis esas dudas en vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies: ¡soy yo mismo! Tocadme y mirad: un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo”. Al decirles esto, les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creerlo, a causa de la alegría y el asombro que sentían, Jesús les preguntó: “¿Tenéis aquí algo de comer?”. Le dieron un trozo de pescado asado, y él lo tomó y lo comió en su presencia. Luego les dijo: “A esto me refería cuando, estando aún con vosotros, os anuncié que todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los libros de los profetas y en los salmos, tenía que cumplirse”. Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que morir y que resucitaría al tercer día; y que en su nombre, y comenzando desde Jerusalén, hay que anunciar a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados. Vosotros sois testigos de estas cosas”.

Preparación: “Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8). El Señor es admirable en la obra de la creación que se despliega ante nuestros ojos. Pero es aún más admirable si contemplamos la obra de la salvación que ha llevado a cabo en Jesucristo, muerto por nosotros y resucitado para nuestra salvación.

Lectura: “Matasteis al autor de la vida; pero Dios lo resucitó de entre los muertos… y os lo envía en primer lugar a vosotros, para que os traiga la bendición, si os apartáis de vuestros pecados”. Así lo afirma Pedro ante la multitud que se apiña en torno a Juan y a él, asombrada por la curación del paralítico.  El evangelio nos recuerda el retorno de los dos discípulos a los que se manifestó Jesús en el partir el pan. Ahora se manifiesta también a los demás discípulos. Y de nuevo quiere compartir con ellos la comida. Con ese gesto fraternal trata de hacerles comprender que no es un fantasma. Es el mismo que los ha elegido y ha caminado con ellos.

Meditación: El Señor resucitado se muestra a sus discípulos, no para echarles en cara su abandono, sino para fortalecer su fe. También ahora, el Señor conoce nuestras dificultades para creer en él. Pero nos invita a leer las Escrituras con espíritu de fe. Y a creer que está vivo para siempre. El Señor resucitado nos envía a  “anunciar a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados” Nuestra vida, rescatada  del pecado y la nostalgia,  ha de ser un testimonio creyente y creíble  de su vida.  Esa es la misión que se nos ha confiado en el bautismo.

Oración: Señor Jesús, que te haces presente entre nosotros, abre nuestros ojos para que descubramos tu presencia en el mundo y abre nuestros labios para que la anunciemos con gozo y osadía. Amén.

Contemplación: Jesús resucitado invita a sus discípulos a comprobar su humanidad: “¿Por qué estáis tan asustados y por qué tenéis esas dudas en vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies: ¡soy yo mismo! Tocadme y mirad: un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo”. Al decirles esto, les mostró las manos y los pies”. También nosotros contemplamos las  llagas del Resucitado. Su muerte no ha sido una ficción. “Fue crucificado, muerte y sepultado”. El resucitado es el mismo que se inmoló por nosotros. Con uno de los himnos pascuales repetimos con el corazón rebosante de gratitud y de alegría: “Nuestra Pascua inmolada es Cristo el Señor”.

Acción: Hoy nos preguntamos si de verdad la lectura de las Escrituras nos lleva a descubrir a Jesucristo presente entre nosotros.
                                                                             José-Román Flecha Andrés 

martes, 7 de abril de 2015

LECTIO DIVINA-MIÉRCOLES OCTAVA DE PASCUA

Miércoles I

Hch 3,1-10
Lc 24,13-35

ABRIL 8 
Dos de los discípulos se dirigían aquel mismo día a un pueblo llamado Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén. Iban hablando de todo lo que había pasado. Mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar a su lado. Pero, aunque le veían, algo les impedía reconocerle. Jesús les preguntó: “¿De qué venís hablando por el camino?”. Se detuvieron tristes, y uno de ellos llamado Cleofás contestó: “Seguramente tú eres el único que, habiendo estado en Jerusalén, no sabe lo que allí ha sucedido estos días”. Les preguntó: “¿Qué ha sucedido?”. Le dijeron: “Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en hechos y palabras delante de Dios y de todo el pueblo. Los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran. Nosotros teníamos la esperanza de que él fuese el libertador de la nación de Israel, pero ya han pasado tres días desde entonces. Sin embargo, algunas de las mujeres que están con nosotros nos han asustado, pues fueron de madrugada al sepulcro y no encontraron el cuerpo; y volvieron a casa contando que unos ángeles se les habían aparecido y les habían dicho que Jesús está vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron después al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres habían dicho, pero no vieron a Jesús”. Jesús les dijo entonces: “¡Qué faltos de comprensión sois y cuánto os cuesta creer todo lo que dijeron los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Mesías estas cosas antes de ser glorificado?”. Luego se puso a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él, comenzando por los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros de los profetas. Al llegar al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como si fuera a seguir adelante; pero ellos le obligaron a quedarse, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y se está haciendo de noche”. Entró, pues, Jesús, y se quedó con ellos. Cuando estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció. Se dijeron el uno al otro: “¿No es cierto que el corazón nos ardía en el pecho mientras nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Sin esperar a más, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a los que estaban con ellos. Éstos les dijeron: “Verdaderamente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús al partir el pan.


Preparación: “Que se alegren los que buscan al Señor”. Estas palabras del  Salmo 104 nos introducen hoy en la experiencia del encuentro con Jesús resucitado. Él va más allá de nuestras expectativas. No sólo se deja encontrar por los que le buscan, sino que él sale a buscar a los que deciden olvidarlo y les devuelve la alegría y la esperanza. 

Lectura: “No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa andar”. Así le dice Pedro al paralítico de nacimiento que pide limosna a la puerta Hermosa del Templo. En realidad, Pedro hace suya la generosidad de Jesús. Él no sale al camino para entregar oro o plata a los discípulos que han perdido la esperanza y se retiran a Emaús. El mejor regalo de Jesús es recordarles las Escrituras. Y revelarles su presencia al partir el pan.

Meditación: Gilbert Cesbron escribió que la calzada de Emaús pasa por delante de todas nuestras casas. Con frecuencia refleja nuestro desencanto. La recorremos huyendo de nuestros mejores ideales. Tenemos que preguntarnos por qué desconfiamos de Jesús y de su misión. Pero él se hace caminante con nosotros y nos permite que lo reconozcamos al partir el pan. Gracias a él podemos recorrer de nuevo la calzada de Emaús con el corazón lleno de fe para transmitir a nuestros hermanos la “buena noticia” de que Jesús vive y vive para siempre.

Oración: Señor Jesús, tú sabes que con demasiada frecuencia identificamos la esperanza con nuestros intereses y nuestros sueños de poder o de prestigio. Perdona tú nuestra ceguera y ayúdanos a descubrir la honda verdad de tu vida y de tu misión.

Contemplación: Seguramente recordamos la pintura de Caravaggio o la de Velázquez,  en las que se refleja la cena de Emaús.  Jesús ha hecho una jornada de camino con los discípulos desencantados que han decidido olvidar el tiempo pasado junto a él. Pero el mismo Jesús resucitado se les hace encontradizo, escucha su decepción, les recuerda las Escrituras, acepta compartir con ellos la mesa y se les revela al partir el pan. Contemplamos la majestad de Jesús y el asombro de los discípulos.  Como ellos, también nosotros repetimos: “Quédate con nosotros, la tarde está cayendo. ¿Cómo te encontraremos al declinar el día, si tu camino no es nuestro camino? Detente con nosotros; la mesa está servida, caliente el pan y envejecido el vino”.


Acción: Volvemos a leer este hermoso capítulo del Evangelio según san Lucas. Y nos preguntamos en qué momento nos encontramos nosotros. ¿Dónde nos reconocemos? ¿Cuáles eran nuestras expectativas?  ¿Y qué esperanzas pueden resucitar al encuentro con Jesús?
                                                        José-Román Flecha Andrés

DOMINGO 2º DE PASCUA B

REFLEXIÓN- DOMINGO DE LA MISERICORDIA. B. 12 de abril de 2015

                                                                                                         Sarcófago de Arbres. Louvre
EL DÍA DE LA COMUNIDAD
“En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamada suyo propio nada de lo que tenían”. Siempre nos impresiona volver a leer estas palabras. Con este “sumario”, nos evoca el Libro de los Hechos de los Apóstoles la vida de la primera comunidad de los discípulos del Señor (Hech 4, 32).
Es un panorama ideal que se presenta como modelo para todas las comunidades cristianas de todos los siglos y de todo lugar. El testimonio que los apóstoles ofrecen de la  resurrección de Jesucristo estaba  avalado por el espíritu y el estilo de vida de toda la comunidad a la que pertenecían  y a la que servían. Y se comprende que así ha de ser en todo tiempo.
 Según se puede observar, la palabra apostólica está apoyada “desde arriba” por la fuerza del Espíritu, como se ha dicho en el mismo libro. Pero es confirmada “desde abajo” por la unidad de pensamiento y sentimiento y por la generosa fraternidad que caracterizan a los discípulos del Señor.    

EL ENFADO Y LA VERDAD

El evangelio que se proclama en este segundo domingo de Pascua nos recuerda que, tras la muerte de Jesús, sus discípulos permanecen encerrados por miedo a los judíos. Se diría, con palabras del Papa Francisco, que son víctima de un “pesimismo estéril”. Pero Jesús resucitado se les presenta como portador de la paz y del perdón (Jn 20, 19-31).
Este relato evangélico es bien conocido, además por dos detalles: las idas y venidas de Tomás y el gesto de Jesús.
• Solemos calificar a Tomás como el “incrédulo”.  Pero tal vez su enfado no sea un signo de su poca fe sino de su asombro ante la incoherencia de sus compañeros. Mientras ellos parecían reacios a acompañar a Jesús en su camino a Jerusalén, sólo Tomás se había mostrado decidido a seguir a su Maestro hasta morir con él.
• El gesto por el que Jesús ofrece sus llagas a la curiosidad y al tacto de Tomás nos resulta sorprendente. Pero con él se nos invita a abrirnos a una doble verdad. A identificar al resucitado con el mismo Jesús que había sido herido y condenado a la cruz. Ni su muerte fue un engaño ni su resurrección es fruto de la fantasía de los amedrentados.  

EL TEMOR Y LA MISERICORDIA

Con todo, este texto del evangelio de Juan nos da pie a otras dos consideraciones: la de la importancia de la comunidad y la del don de la misericordia. 
• “A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos”. Algunos han pensado y escrito que para encontrarse con Jesucristo hay que abandonar a su comunidad. No es cierto. Los que estaban encerrados no eran mejores que Tomás. Si uno era víctima del despecho los otros lo eran del temor. Pero sólo en la comunidad se muestra el Resucitado. 
• “Paz a vosotros… Yo os envío… No seas incrédulo”. Las palabras de Jesús resucitado no reflejan un reproche, sino la grandeza de su misericordia. Una compasión cercana a sus discípulos y una exquisita pedagogía para llevarlos a la fe y enviarlos a una misión: la de llevar la buena noticia del perdón, del que ellos mismos han gozado. 
- Señor Jesús, sabemos que nos perdonas y nos buscas, que nos ofreces tu paz y nos envias a proclamar tu resurrección. Que nuestras palabras y obras reflejen siempre la misericordia que tienes con tu comunidad. Amén. Aleluya.
                                                                                José-Román Flecha Andrés

CADA DÍA SU AFÁN 12 de abril de 2015

                         VALORES Y DIGNIDAD HUMANA
Con mucha frecuencia se dice y se repite que los valores éticos de nuestra sociedad han cambiado radicalmente con el paso de los años. Es evidente que cambian también según los países y las culturas en los que se encarnan, se admiten o se rechazan. Ante esas constataciones, son muchos los que se preguntan si es posible hoy día una moral, una ética  universal. ¿Qué se puede responder a esas preguntas?
Con Ortega y Gasset, se puede decir que los valores éticos son objetivos y universales. Todo el mundo cree en el valor de la amistad o en el valor de la justicia. Lo que cambia es nuestra percepción de los mismos. En cada cultura habrá quien se pregunte quiénes son los verdaderos amigos y hasta dónde llega la justicia.
 Además, no son indiscutibles los criterios con los que establecemos una jerarquía entre los valores para colocarlos en un orden de prioridades. Ese proceso de jerarquización cambia con el tiempo y el lugar en los que vive la persona, según su cultura, su ideología y su familia. Pero cambian también a tenor de la edad y de los intereses de la misma persona.
Parece casi imposible alcanzar un acuerdo ético universal. No es fácil coincidir en la definición del bien y del mal, en la calificación de lo que es bueno o malo. Hoy padecemos las enormes diferencias existentes entre una ética musulmana y una ética cristiana. Los resultados de esa divergencia son dramáticos, como se demuestra casi todos los días.
Aun en el ámbito cristiano, constatamos alguna diversidad entre la ética protestante y la ética católica. Pero no hay que salir de nuestro propio recinto. Dentro de la familia católica, nuestros contrastes son a veces llamativos, por ejemplo en lo que se refiere a la ética matrimonial y familiar.
 Es evidente que los valores cristianos han de fundamentarse en la razón y en la fe. Pero la razón se casa con cualquiera, como ya decía Lutero. Y la moral de un católico coherente a veces no logra dialogar con la del creyente no practicante o la del practicante no creyente.
Defendemos el derecho a ser diferentes cuando nosotros tomamos las decisiones.  Pero apelamos a unos valores que deberían ser aceptados y defendidos por todos los ciudadanos, cuando no somos el sujeto agente sino el paciente.
Además, con demasiada frecuencia se deja ver nuestra incoherencia. Nos manifestamos en público cuando son asesinados unos dibujantes en París, pero nos quedamos tan tranquilos cuando son asesinados unos cristianos frente a una playa de Libia. ¿Es que no es igual para todos el valor de la vida humana?
Con razón en el mensaje para la Cuaresma del año 2015, el Papa Francisco nos ha invitado a superar la tentación de la indiferencia. No debemos ignorar la valía de los valores éticos. Porque no podemos ignorar la dignidad de la persona humana: la que pierde la vida en un accidente aéreo o la que  la va perdiendo en condiciones de pobreza y desamparo.

                                                                                  José-Román Flecha Andrés


lunes, 6 de abril de 2015

LECTIO DIVINA-MARTES OCTAVA DE PASCUA

MARTES I

Hch 2,36-41
Jn 20,11-18
ABRIL 7
María se quedó fuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó a mirar dentro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y el otro a los pies. Los ángeles le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella les dijo: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Apenas dicho esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, aunque no sabía que fuera él. Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, para que yo vaya a buscarlo”. Jesús entonces le dijo: “¡María!” Ella se volvió y le respondió en hebreo: “¡Rabuni! (que quiere decir ‘Maestro’)”. Jesús le dijo: “Suéltame, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios”. Entonces fue María Magdalena y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también lo que él le había dicho.

Preparación: “La misericordia del Señor llena la tierra”. Así lo proclamamos hoy con el salmo 32. El Dios misericordioso había liberado a Israel de la esclavitud de Egipto y lo había guiado por el desierto. En la plenitud de los tiempos, Dios nos entrega a su hijo Jesús en la cruz. Y no nos abandona en nuestra culpa y en nuestra soledad.

Lectura: En el discurso pronunciado el día de Pentecostés, Pedro incluye una frase muy importante: “Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías”. Junto al testimonio de Pedro, hoy percibimos la fuerza del testimonio de María Magdalena, recogido por el evangelio. María no se resigna a la ausencia de Jesús. Lo busca, cuando encuentra vacía su tumba. Recibe un mensaje y lo transmite. Anunciar a todo el mundo que “hemos visto al Señor” es el resumen de la evangelización.

Meditación: Nos impresiona la primera frase que el evangelio pone hoy en los labios de María Magdalena: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. María llora porque no encuentra al Señor. En realidad ése debería ser el único motivo de nuestras lágrimas. Podemos preguntarnos si, en nuestro tiempo, no será ese el lamento de la humanidad. Son muchos los que no saben dónde hemos puesto al Señor los que decimos seguir sus pasos y conservar su memoria. Pero escuchamos también a Jesús que confía a Magdalena la tarea de reunir a los discípulos. Jesucristo resucitado renueva su confianza en los discípulos que ha elegido.

Oración: Señor Jesús, reconocemos que no hemos sido fieles a tu llamada. A veces tenemos la impresión de haberte perdido para siempre. Gracias porque tú sales a nuestro encuentro, nos renuevas tu confianza y nos confías la tarea de anunciar tu presencia en el mundo. Amén.

Contemplación: Es muy conocida la pintura del Correggio, en la que aparece María Magdalena pretendiendo abrazar los pies de Jesús, mientras él levanta su brazo derecho como para apuntar a los cielos. Hoy contemplamos esa escena. Con la secuencia de Pascua le preguntamos: “¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? “A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza”. Apreciamos la fidelidad que lleva a María Magdalena a buscar al Señor. Con razón ha sido calificada con frecuencia como “Apóstol de los Apóstoles”. Ella ha de transmitirles la “buena noticia” de la resurrección de Jesús. Eso la convierte en modelo para todos los evangelizadores .

Acción: Hoy podemos leer la introducción con la que se abre la exhortación La alegría del Evangelio, publicada recientemente por el Papa Francisco. Seguramente nos ayudará a descubrir la alegría de la vida cristiana.
                                                                                   José-Román Flecha Andrés

domingo, 5 de abril de 2015

LECTIO DIVINA-LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA

                                                                             Francisco Giralte. Retablo de la Capilla del Obispo, Madrid
LUNES I

Hch 2,14.22-33
Mt 28,8-15
                                                                                                                                            ABRIL 6

Las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, asustadas pero, a la vez, con mucha alegría, y corrieron a llevar la noticia a los discípulos. En esto, Jesús se presentó ante ellas y las saludó. Ellas, acercándose a Jesús, le abrazaron los pies y le adoraron. Él les dijo: “No tengáis miedo. Id a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea, y que allí me verán”. Mientras las mujeres iban de camino, algunos soldados de la guardia llegaron a la ciudad y contaron a los jefes de los sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos jefes se reunieron con los ancianos para, de común acuerdo, dar mucho dinero a los soldados y advertirles: “Decid que durante la noche, mientras dormíais, los discípulos de Jesús vinieron y robaron el cuerpo. Y si el gobernador se entera de esto, nosotros le convenceremos y os evitaremos dificultades”. Los soldados tomaron el dinero e hicieron como se les había dicho. Y ésa es la explicación que hasta el día de hoy circula entre los judíos.

Preparación: En el salmo 15 se recoge la oración de un levita que, tras una crisis de fe,  bendice al Señor y hace profesión de su fe en una vida sin término: “No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción”. Es uno de los primeros atisbos de la fe en la vida más allá de la muerte.  Una fe que para los cristianos se fundamenta en la resurrección de Jesucristo.

Lectura: Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, el día de Pentecostés, Pedro dirigió su palabra a las gentes de Jerusalén. El núcleo de su discurso fue este: “Dios resucitó a Jesús y todos nosotros somos testigos”. Según el evangelio, las mujeres que habían presenciado la crucifixión de Jesús  acuden al sepulcro, muy de mañana, el primer día de la semana. Su fidelidad al Maestro se extiende más allá de la muerte. El mismo Jesús las invita a superar el miedo y les confía este mensaje: “Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. Mientras tanto, el poder comienza a imaginar estrategias para intentar neutralizar la fuerza de la resurrección del Señor

Meditación: A Jesús no hay que buscarlo en el sepulcro. Ya no está allí. Está vivo. Por otra parte, sus discípulos lo han abandonado. Jesús quiere volver  a reunirlos en torno a él. Les da cita en Galilea, donde los había encontrado y llamado. Evidentemente,  Jesús desea ayudarles a revivir aquella experiencia inicial de encuentro y vocación. Esa es también nuestra historia. El Señor perdona nuestra infidelidad. Nos renueva su amistad. Y quiere seguir contando con nosotros para que prediquemos “a los fieles los vicios y las virtudes, la pena y la gloria”, como quería San Francisco (Regla, IX).

Oración: Señor Jesús, resucitado de entre los muertos, perdona nuestra infidelidad. Y llámanos de nuevo a seguirte, para que podamos dar testimonio de tu vida y de tu mensaje. Amén.

Contemplación: De nuevo contemplamos el sepulcro vacío, mientras cantamos uno de los himnos pascuales: “Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda”.  Por otra parte, admiramos la delicadeza de Jesús que se acerca a las mujeres que le han seguido durante su vida y le han sido fieles hasta la muerte y más allá de la muerte. Les comunica una gran tarea: la de reunir a sus discípulos y recomenzar la vida de la comunidad con los que han sido llamados por él.

Acción: Leemos con calma este relato evangélico. Y nos preguntamos si nosotros no hemos colaborado alguna vez con los intentos de neutralizar la fuerza de la resurrección del Señor. 

                                                                                     José-Román Flecha Andrés