martes, 8 de diciembre de 2015

CADA DÍA SU AFÁN 12 de diciembre de 2015

EL POEMA DEL HOMBRE

 El día 7 de diciembre de 1965 se celebraba la última sesión pública del Concilio Vaticano II. Los que habíamos acudido aquella mañana a la Basílica de San Pedro esperábamos con ansia la votación final de la constitución “Gaudium et spes” sobre la Iglesia en el mundo de hoy.
Imaginábamos que el Papa Pablo VI pronunciaría un importante discurso, como para resumir los trabajos, las fatigas y las alegrías del Concilio. Un discurso para presentar a la Iglesia y al mundo los resultados de aquel itinerario conciliar. Un discurso que, sin duda, sería un testimonio de la fe de Pablo VI en Jesucristo y de su amor a la Iglesia.
   Y así fue. En aquella solemne ocasión, el Papa explicó que el Concilio había tratado no sólo de hablar de la Iglesia, sino de buscar y proclamar la gloria de Dios, buscando su conocimiento y su amor y adelantando el deseo de contemplarle. Aquellas palabras parecían una respuesta a los que criticaban el excesivo humanismo del Concilio.
Pero, después de subrayar la orientación conciliar hacia Dios y su Reino, el Papa recordaba también la atención que el Concilio había prestado al mundo y al hombre. Y ahí pudimos escuchar con admiración aquella especie de poema que Pablo VI dedicaba al hombre. El de nuestro tiempo y el de siempre.
• El hombre que vive, el hombre que piensa en su propio beneficio, el que afirma que él es el principio y la explicación de todas las cosas.
• El hombre que lamenta sus propias tragedias, el que considera a los demás por debajo de sí mismo.
• El hombre insatisfecho de sí mismo, que ríe y llora; el hombre versátil para todo, siempre dispuesto a representar ciertos papeles.
• El hombre que como tal piensa y ama y suda en su ocupación y parece estar siempre a la expectativa de algo.
• El hombre a quien hay que considerar con un cierto respeto religioso por la inocencia de su infancia, por el secreto de su limitación, por la compasión que excitan sus miserias.
• El hombre unas veces cerrado en sí mismo y otras, abierto a la sociedad; el hombre enamorado del pasado y a la vez volcado hacia el futuro.
• El hombre tan pronto manchado por sus crímenes como  adornado de santas costumbres.
Tras esta letanía, añadía Pablo VI: “Un inmenso amor hacia los hombres ha dominado por completo el Concilio… Reconoced por lo menos este mérito al Concilio, vosotros los humanistas de hoy que rechazáis las verdades trascendentes, y reconoced también este nuestro humanismo; pues también nosotros, y en mayor grado que nadie, somos humanistas”.
A 50 años de distancia cabe preguntarse si el humanismo laico ha aceptado aquel mensaje. Pero también hemos de examinar nuestra conciencia para ver si las obras cristianas, motivadas por el amor de Dios y el amor a Dios, han promovido el respeto y el amor al hombre.
“El hombre es lo que importa”. Aceptamos el desafío de aquel verso de León Felipe. Y tratamos de vivir esa atención a la luz de la fe en el Creador y Padre del hombre.

                              José-Román Flecha Andrés