ACCIÓN DE
GRACIAS
El último jueves de
noviembre en los Estados Unidos se celebra el Día de Acción de Gracias. Los que
tantas cosas hemos copiado de aquella sociedad, ya podríamos imitarla también
en este espíritu de gratitud.
La acción de gracias brota del corazón de
quien no se siente merecedor de los favores que recibe. Cuando la persona
alardea de haberse hecho a sí misma sin ayuda de nadie no podrá ser agradecida.
Al máximo dará gracias de forma rutinaria cuando le cedan el paso o le sirvan a
la mesa.
Si esto ocurre en las
relaciones humanas, puede también encontrarse en el ámbito religioso. Nuestros
mayores pronunciaban con frecuencia la expresión “Gracias a Dios”. No la
repetirá conscientemente quien no crea en Dios o quien piense que Dios ha de
estar agradecido a sus fieles. De hecho, son muchos los que piensan que al
creer le están haciendo un favor a Dios.
Se nos olvida que todo
lo hemos recibido. De Dios recibimos la vida y el amanecer de cada día. La
posibilidad de colaborar con él en la obra de la creación y el deseo de
compartir con los demás los bienes que vamos creando a lo largo de la vida.
Además son dones de
Dios esa capacidad de creer en los demás y ser creídos por ellos. Esa tenacidad
para esperar un futuro mejor y ese gozo de saber que alguien espera algo de
nosotros. Esa alegría de poder amar y de saber que somos amados por
alguien.
En los salmos
se proclama con fervor: “Es bueno dar gracias al Señor y tañer para tu nombre,
oh Altísimo, proclamar por la mañana tu misericordia y de noche tu fidelidad”
(Sal 92,2-3). Quien ha experimentado la cercanía bondadosa de Dios no puede
menos de ser agradecido
Heredero de lo mejor de su pueblo, Jesús da gracias a
Dios antes de repartir los panes, como un anticipo del rito tradicional que
cumple fielmente antes de entregar el pan y el cáliz a sus discípulos. El que
así da gracias a Dios, espera que los leprosos curados por él den gloria a
Dios, pero solo uno de ellos vuelve para mostrarse agradecido .
Conocemos el corazón agradecido de san Pablo y
su deseo de que los cristianos presenten a Dios sus peticiones y súplicas,
acompañadas de la acción de gracias. La oración de gratitud, junto con la de
intercesión, mantiene unidas a las comunidades cristianas.
Finalmente, el Apocalipsis nos dice que la oración de
gratitud no queda limitada a esta vida
terrena, sino que forma parte de la liturgia celestial. Si la gracia de Dios
hace que el presente anticipe la gloria prometida, también la gratitud
trasciende las fronteras del espacio y del tiempo.
El Papa Francisco suele repetir las tres palabras que
hacen posible la vida en el hogar: “Permiso, gracias y perdón”. En realidad las
tres palabras demuestran que una persona ha superado su egoísmo. La gratitud
hace posible unas relaciones humanas armoniosas y fecundas. El cristiano sabe,
además, que un corazón agradecido pregusta ya desde ahora la gloria eterna.
José-Román Flecha Andrés