ESPIRITUALIDAD
ECOLÓGICA
En el capítulo sexto de su encíclica Laudato si’ el papa Francisco nos dice
que para respetar la creación, “hace falta la conciencia de un origen común, de
una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia
básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de
vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que
supondrá largos procesos de
regeneración” (LS 202).
Esta tarea requiere un lento itinerario
de educación, una seria formación de las conciencias y hasta una nueva forma de
espiritualidad. El Papa sugiere algunos compromisos en los que habría que insistir
ya desde ahora:
• Para comenzar, no se puede identificar
la libertad con el deseo de consumir. “Tenemos demasiados medios para unos
escasos y raquíticos fines” (LS 203).
• Es el momento de revisar los mitos de
la modernidad: el individualismo, el progreso indefinido, la competencia, el
consumismo, el mercado sin reglas. Y recuperar un equilibrio integral, es
decir, interno, solidario, natural y espiritual (LS 210).
• “Es muy noble asumir el deber de
cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la
educacion sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida”, que el
Papa resume en gestos muy concretos (LS 211).
• Una verdadera conversión ecológica nos
llevaría a vivir “la vocacion de ser protectores de la obra de Dios” (LS 217),
cultivando la gratitud y la gratuidad, la comunión universal, el entusismo de
la creatividad y la responsabilidad que brota de la fe (LS 220).
• La espiritualidad cristiana implica sobriedad
y simplicidad y evita la dinámica del dominio y la mera acumulación de placeres
(LS 222). Implica también capacidad de convivencia y de comunión, que nos lleva
a vivir la fraternidad universal (LS 228), la superación de la violencia y la construcción
de una “civilización del amor”, propuesta ya por Pablo VI (LS 231).
•
Toda la naturaleza nos habla de Dios, como canta San Juan de la Cruz (LS 234).
Diversos elementos de la naturaleza –como al agua, el vino, la cera o el
aceite- han llegado a entrar en el ámbito de los signos sacramentales (LS 235).
La fe cristiana nos invita a celebrar el
descanso dominical como contemplación de la creación (LS 237). Es más, nos
lleva también a ver a la Trinidad como modelo de las relaciones de las personas
con los demás y con todas las criaturas (LS 238-240).
La reflexión sobre María, a la que se
proclama como “Reina de todo lo creado” (LS 241), y sobre la figura de San José, que nos enseña
a cuidar este mundo (LS 242), nos lleva finalmente a descubrir que “en el
corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto” (LS
245).
Las
dos hermosas oraciones finales ponen un broche de oro a esta encíclica, que nos
recuerda la gratitud de San Francisco por el mundo creado y por los elementos
naturales y humanos que lo configuran.
José-Román Flecha Andrés