CATEQUESIS
SOBRE EL AMBIENTE
Con
la encíclica “Laudato si” sobre el cuidado de la casa común, el papa Francisco
ha introducido muchas novedades en los documentos del Magisterio de la Iglesia
Católica.
Para
empezar, pocas veces una encíclica habrá sido esperada tan apasionadamente, tan
criticada ya antes de su aparición y tan aplaudida por los que la han leído.
Ningún documento papal había sido iniciado con las palabras de un santo y
poeta, como Francisco de Asís. Y ningún otro incluía casi una veintena de
reflexiones de las conferencias episcopales.
En
esta encíclica llama la atención la
continua referencia a la ciencia y a la técnica modernas, a la filosofía y la
teología más recientes y aun a la mística de otras religiones. Y, por si fuera
poco, encontramos en sus páginas una mención explícita al P. Teilhard de
Chardin, como para celebrar los sesenta años que nos separan de su fallecimiento.
La
fácil lectura de esta encíclica nos seduce desde el principio. Su tono pastoral
se apoya tanto en las ciencias como en la revelación bíblica, en los escritos
de los Padres de la Iglesia y en las reflexiones de los teólogos, desde Tomás
de Aquino hasta Romano Guardini.
Ya
en la misma introducción, el mismo papa Francisco ha resumido el contenido de
la encíclica, que, articulado en seis capítulos, parece seguir el esquema
clásico de una catequesis.
De
hecho la encíclica comienza analizando
“lo que le está pasando a nuestra casa”
en esta hora marcada por la contaminación y el cambio climático, que
conllevan el deterioro de la calidad de vida, especialmente entre los más
pobres.
Esa
realidad es considerada a la luz de la tradición judío-cristiana, que mira el
mundo creado con los ojos de la fe en el Dios creador y con los ojos de Jesús,
siempre atentos a la belleza y las enseñanzas de la naturaleza.
En
un tercer momento, se analiza el antropocentrismo y el relativismo que marcan
nuestra cultura y generan como consecuencia la crisis ecológica.
En
el cuarto capítulo se presenta el ideal de una ecología integral -es decir,
ambiental, económica y social-, que respete la exigencia de la justicia entre
las personas y los grupos, pero también entre las generaciones.
En
el quinto capítulo el Papa pretende ofrecer algunas líneas de diálogo
multilateral, que pueden servir de orientación y de acción tanto para los
individuos como para la política internacional.
Finalmente,
el Papa propone toda una “conversion ecológica” y una espiritualidad
contemplativa y sacramental con relación al mundo creado.
La encíclica se cierra con una oración que
pueden compartir todos los que creen en un Dios creador y con otra oración que
incluye la visión específicamente cristiana del mundo y de la historia.
Solo
queda desear que la palabra del Papa sea escuchada por los foros
internacionales sobre el ambiente y que nos ayude a formar una conciencia moral
sobre nuestra responsabilidad con la “hermana madre tierra”.
José-Román
Flecha Andrés