jueves, 2 de julio de 2015

QUE DICE LA BIBLIA SOBRE...

 
LA INDIFERENCIA

La indiferencia ante las necesidades, la marginación o la pobreza del prójimo es una actitud inhumana. En ella se revela el egoísmo de quien pretende vivir atendiendo solamente a sus necesidades o sus caprichos. 
Cuando estamos bien, nos olvidamos de los demás, de sus problemas y sufrimientos y también de las injusticias que padecen los que no están bien.  
Es muy frecuente que la persona que se siente protejida por sus bienes o por su condición social, pretenda ignorar la situación de los más pobres y necesitados.
Ser indiferente ante los dolores o las penurias ajenas indica que hemos perdido el sentido de la convivencia, de la solidaridad y de la fraternidad.

1. ABRIR LA MANO AL POBRE

La indiferencia es criticada con frecuencia en las página de la Biblia hebrea. Entre los preceptos de la Ley encuentra un lugar importante el de prestar atencion a a los indigentes: “Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos… no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia” (Dt 15, 7-8). En el mismo contexto se dice: “Nunca faltarán pobres en este país; por eso te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra” (Dt 15,11). Palabras que, evocadas por Jesús, no tratan de sugerir la fatalidad de la pobreza, sino, por el contrario de urgencia moral de prestar atención a los necesitados, sin apelar a fáciles excusas (Mt 26,11).
Entre los consejos que Tobit da a su hijo se encuentra una adevertencia precisa contra la indiferencia respecto a los necesitados: “No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios no apartará de ti su cara” (Tob 4,7). En las tradiciones sapienaciales de Israel, aquel consejo paterno adquiere una dimensión universal: “Hijo, no dejes al pobre sin sustento ni dejes en suspenso los ojos suplicantes…No apartes del mendigo tus ojos, ni des a nadie ocasión de maldecirte” (Sir 4, 1.5).
No es difícil encontrar una doble  motivación para superar la indiferencia. La primera es más bien horizontal y recoge la enseñanza universal de la llamada regla de otro que repiten todos los sistemas morales: “No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan” (Tob 4,15). Junto a ella se menciona una notivacion vertical y religiosa, que apela a la bondad y la justicia de Dios: “Quien se apiada del débil, presta al Señor, el cual le dará su recompensa (Pr 19,17).
 Según un conocido texto que se encuentra en la tercera parte del libro de Isaías, el ayuno que agrada a Dios consiste precisamente en prestar atención a las necesidades ajenas. El ayuno verdadero consiste en dar la libertad a los quebrantados y arrancar todo yugo, compartir el pan con el hambriento, recibir en casa a los pobres sin hogar, cubrir al desnudo y no apartarse del prójimo (Is 58, 6-7). A estas obras de compasión y mesericordia corresponde tanto la respuesta de Dios (Is 58,9) cuanto la realización de la propia existencia: “Si repartes al hambriento tu pan, y al alma afligida dejas saciada, resplandecerá en las tinieblas tu luz y lo oscuro de ti será como mediodía” (Is 58,10)

2. ATENCIÓN A TODA DOLENCIA

También en el Nuevo Testamento se insite una y otra vez en subrayar la dignidad del pobre y en la necesidad de superar la tentación de la indiferencia.
Jesús de Nazaret recorre los caminos prestando atención a toda dolencia (Mt 4,23). Ya en los inicios mismos de su ministerio profético aparecen un hombre poseído por un espíritu inmundo (Mc 1, 23-16), la suegra de Pedro postrada por causa de la fiebre (Mc 1, 29-31), un leproso (Mc 1, 40-45), un paralitico que es descolgado ante él desde la terraza de la casa (Mc 2, 1-12) y un hombre que tenía la mano paralizada (Mc 3,1-5), el endemoniado de Gerasa (Mc 5, 1-20) y una mujer que padecía flujos de sangre (Mc 5, 25-34). El texto evangélico recuerda, además, a otros muchos que adolecían de diversas enfermedades y encontraban en él compasión y curación (Mc 1, 34; 6, 53-56).
Además de la curación de la hija de una mujer sirofenicia (Mc 7, 24-30), la de un tartamudo sordo (Mc 7, 31-37), la del ciego de Betsaida (Mc 8, 22-26) y la del muchacho epiléptico que le presentan a la bajada del monte de la transfiguración (Mc 8,14-29), llama especialmente la atenciñon la curación de Bartimeo, el mendigo ciego que, sentado a la vera del camino de Jericó imploraba la misericordia del Hijo de David (Mc 10, 46-52). En este relato, que parece resumir el itinerario del seguimiento del Maestro, es significativo el contraste entre la indiferencia de los discípulos y el interés de Jesús por escuchar aquella súplica.
A estos gestos, se une la atención que Jesús presta a una pobre viuda que entrega en el templo todo lo que tiene (Mc 12, 41-44). Finalmente, el evangelio de Lucas deja constancia de la respuesta que Jesús ofrece a la súplica de uno de los malhechores crucificados a su lado (Lc 23,39-43).
El mismo evangelio de Lucas recoge una parábola de Jesús en la que, ante la indiferencia de los hombres del templo,  sólo un extranjero presta atención y ayuda a un hombre maltratado por los bandidos y abandonado medio muerto a la orilla de un camino. Jesús concluye el relato invitando a imitar la actitud de quien tuvo misericordia con el necesitado (Lc 10,29-37). Al contrario ocurre en la parábola de un rico que no es capaz de reaccionar ante la presencia muda de un indigente y merece por ello un tormento abrasador (Lc 16,19-31). 

3. AMOR Y HOSPITALIDAD

Las primeras tradiciones cristinas constituyen un espléndido cántico a la compasión y la misericordia. En los Hechos de los Apóstoles llama la atención el juego de las miradas que se menciona a propósito del encuentro de Pedro y Juan con el hombre tullido al que colocaban a la puerta del templo para que pidiera limosna (Hech 3, 4-5). Evidentemente, los apóstoles no pasan indiferentes junto al hombre pobre y enfermo.
Pablo, por su parte, denuncia el egoísmo y la falta de delicadeza de los que, a la hora de celebrar las asambleas cristianas,  se adelantan a comer mientras otros pasan hambre (1 Cor 11,21). Tras denunciar las obras de la carne y anunciar la buena cosecha del fruto del espíritu, el mismo Pablo exhorta a los gálatas a ayudarse mutuamente (Gál 6,2).
 La comunidad cristiana ha de recordar que si alguno que posee bienes de la tierra ve a su hermano padecer necesidad y le cierra sus entrañas, no permanecerá en él el amor de Dis (1 Jn 3,17).
Son impresionantes las advertencias que se encuentran en la carta de Santiago a los que practican la acepción de personas, atendiendo a los ricos e ignorando a los pobres, a los que Dios ha elegido para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino (Sant 2,5).
Finalmente, la carta a los Hebreos resume el espíritu cristiano en una exhortación al amor y a la hospitalidad: “Permaneced en el amor fraterno. No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella algunos hospedaron a ángeles sin saberlo. Acordaos de los presos, como si estuviérais con ellos encarcelados, y de los maltratados, pensando que también vosotros teneís un cuerpo” (Heb 13, 1-3).

Así pues, la comunidad cristiana está llamada a dar testimonio del amor de Dios, que rompe la cerrazón mortal de la indiferencia. Ninguna comunidad puede  ignorar a sus miembros más débiles y pobres. Es preciso hacerse cargo de ellos. Es falso decir que se ama a los que están lejos en el mundo, mientras se olvida al pobre Lázaro, que está sentado ante nuestra puerta cerrada. 
La necesidad del hermano recuerda a cada cristiano la fragilidad de su propia vida. El sufrimiento de los demás es siempre una llamada  a la conversión de todos. Superar la trampa de la indiferencia requiere esfuerzo. Pero,  como ha dicho el Papa Francisco, la oración ayuda a los creyentes a tener  “un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia”.
                                                                   José-Román Flecha Andrés