LA
INDIFERENCIA
La indiferencia
ante las necesidades, la marginación o la pobreza del prójimo es una actitud
inhumana. En ella se revela el egoísmo de quien pretende vivir atendiendo
solamente a sus necesidades o sus caprichos.
Cuando estamos
bien, nos olvidamos de los demás, de sus problemas y sufrimientos y también de
las injusticias que padecen los que no están bien.
Es muy frecuente
que la persona que se siente protejida por sus bienes o por su condición
social, pretenda ignorar la situación de los más pobres y necesitados.
Ser indiferente
ante los dolores o las penurias ajenas indica que hemos perdido el sentido de
la convivencia, de la solidaridad y de la fraternidad.
1. ABRIR LA MANO AL
POBRE
La indiferencia es
criticada con frecuencia en las página de la Biblia hebrea. Entre los preceptos
de la Ley encuentra un lugar importante el de prestar atencion a a los
indigentes: “Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos… no
endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le
abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia” (Dt
15, 7-8). En el mismo contexto se dice: “Nunca faltarán pobres en este país;
por eso te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel
de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra” (Dt 15,11). Palabras que,
evocadas por Jesús, no tratan de sugerir la fatalidad de la pobreza, sino, por
el contrario de urgencia moral de prestar atención a los necesitados, sin
apelar a fáciles excusas (Mt 26,11).
Entre los consejos
que Tobit da a su hijo se encuentra una adevertencia precisa contra la
indiferencia respecto a los necesitados: “No vuelvas la cara ante ningún pobre
y Dios no apartará de ti su cara” (Tob 4,7). En las tradiciones sapienaciales
de Israel, aquel consejo paterno adquiere una dimensión universal: “Hijo, no
dejes al pobre sin sustento ni dejes en suspenso los ojos suplicantes…No
apartes del mendigo tus ojos, ni des a nadie ocasión de maldecirte” (Sir 4,
1.5).
No es difícil
encontrar una doble motivación para
superar la indiferencia. La primera es más bien horizontal y recoge la
enseñanza universal de la llamada regla de otro que repiten todos los sistemas
morales: “No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan” (Tob 4,15). Junto a
ella se menciona una notivacion vertical y religiosa, que apela a la bondad y
la justicia de Dios: “Quien se apiada del débil, presta al Señor, el cual le
dará su recompensa (Pr 19,17).
Según un conocido texto que se encuentra en la
tercera parte del libro de Isaías, el ayuno que agrada a Dios consiste
precisamente en prestar atención a las necesidades ajenas. El ayuno verdadero
consiste en dar la libertad a los quebrantados y arrancar todo yugo, compartir
el pan con el hambriento, recibir en casa a los pobres sin hogar, cubrir al
desnudo y no apartarse del prójimo (Is 58, 6-7). A estas obras de compasión y
mesericordia corresponde tanto la respuesta de Dios (Is 58,9) cuanto la
realización de la propia existencia: “Si repartes al hambriento tu pan, y al
alma afligida dejas saciada, resplandecerá en las tinieblas tu luz y lo oscuro
de ti será como mediodía” (Is 58,10)
2. ATENCIÓN A TODA
DOLENCIA
También en el Nuevo
Testamento se insite una y otra vez en subrayar la dignidad del pobre y en la
necesidad de superar la tentación de la indiferencia.
Jesús de Nazaret
recorre los caminos prestando atención a toda dolencia (Mt 4,23). Ya en los
inicios mismos de su ministerio profético aparecen un hombre poseído por un
espíritu inmundo (Mc 1, 23-16), la suegra de Pedro postrada por causa de la
fiebre (Mc 1, 29-31), un leproso (Mc 1, 40-45), un paralitico que es descolgado
ante él desde la terraza de la casa (Mc 2, 1-12) y un hombre que tenía la mano
paralizada (Mc 3,1-5), el endemoniado de Gerasa (Mc 5, 1-20) y una mujer que
padecía flujos de sangre (Mc 5, 25-34). El texto evangélico recuerda, además, a
otros muchos que adolecían de diversas enfermedades y encontraban en él
compasión y curación (Mc 1, 34; 6, 53-56).
Además de la
curación de la hija de una mujer sirofenicia (Mc 7, 24-30), la de un tartamudo
sordo (Mc 7, 31-37), la del ciego de Betsaida (Mc 8, 22-26) y la del muchacho
epiléptico que le presentan a la bajada del monte de la transfiguración (Mc
8,14-29), llama especialmente la atenciñon la curación de Bartimeo, el mendigo
ciego que, sentado a la vera del camino de Jericó imploraba la misericordia del
Hijo de David (Mc 10, 46-52). En este relato, que parece resumir el itinerario
del seguimiento del Maestro, es significativo el contraste entre la
indiferencia de los discípulos y el interés de Jesús por escuchar aquella
súplica.
A estos gestos, se
une la atención que Jesús presta a una pobre viuda que entrega en el templo
todo lo que tiene (Mc 12, 41-44). Finalmente, el evangelio de Lucas deja
constancia de la respuesta que Jesús ofrece a la súplica de uno de los
malhechores crucificados a su lado (Lc 23,39-43).
El mismo evangelio de Lucas recoge una parábola de
Jesús en la que, ante la indiferencia de los hombres del templo, sólo un extranjero presta atención y ayuda a
un hombre maltratado por los bandidos y abandonado medio muerto a la orilla de
un camino. Jesús concluye el relato invitando a imitar la actitud de quien tuvo
misericordia con el necesitado (Lc 10,29-37). Al contrario ocurre en la
parábola de un rico que no es capaz de reaccionar ante la presencia muda de un
indigente y merece por ello un tormento abrasador (Lc 16,19-31).
3. AMOR Y
HOSPITALIDAD
Las primeras
tradiciones cristinas constituyen un espléndido cántico a la compasión y la
misericordia. En los Hechos de los Apóstoles llama la atención el juego de las
miradas que se menciona a propósito del encuentro de Pedro y Juan con el hombre
tullido al que colocaban a la puerta del templo para que pidiera limosna (Hech
3, 4-5). Evidentemente, los apóstoles no pasan indiferentes junto al hombre
pobre y enfermo.
Pablo, por su
parte, denuncia el egoísmo y la falta de delicadeza de los que, a la hora de
celebrar las asambleas cristianas, se
adelantan a comer mientras otros pasan hambre (1 Cor 11,21). Tras denunciar las
obras de la carne y anunciar la buena cosecha del fruto del espíritu, el mismo
Pablo exhorta a los gálatas a ayudarse mutuamente (Gál 6,2).
La comunidad cristiana ha de recordar que si
alguno que posee bienes de la tierra ve a su hermano padecer necesidad y le
cierra sus entrañas, no permanecerá en él el amor de Dis (1 Jn 3,17).
Son impresionantes
las advertencias que se encuentran en la carta de Santiago a los que practican
la acepción de personas, atendiendo a los ricos e ignorando a los pobres, a los
que Dios ha elegido para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino (Sant
2,5).
Finalmente, la
carta a los Hebreos resume el espíritu cristiano en una exhortación al amor y a
la hospitalidad: “Permaneced en el amor fraterno. No os olvidéis de la
hospitalidad; gracias a ella algunos hospedaron a ángeles sin saberlo. Acordaos
de los presos, como si estuviérais con ellos encarcelados, y de los
maltratados, pensando que también vosotros teneís un cuerpo” (Heb 13, 1-3).
Así pues, la comunidad cristiana está
llamada a dar testimonio del amor de Dios, que rompe la cerrazón mortal de la
indiferencia. Ninguna comunidad puede ignorar a sus miembros más débiles y pobres.
Es preciso hacerse cargo de ellos. Es falso decir que se ama a los que están
lejos en el mundo, mientras se olvida al pobre Lázaro, que está sentado ante
nuestra puerta cerrada.
La necesidad del
hermano recuerda a cada cristiano la fragilidad de su propia vida. El
sufrimiento de los demás es siempre una llamada
a la conversión de todos. Superar la trampa de la indiferencia requiere esfuerzo. Pero, como ha dicho el Papa Francisco, la oración
ayuda a los creyentes a tener “un
corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar
en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia”.
José-Román Flecha Andrés