El
día 17 de junio he tenido la alegría de participar en el canto litúrgico de las
vísperas en la pequeña iglesia de San Damiano, en Asís. Como sabemos, a la voz
del crucifijo que allí se encontraba, San Francisco se decidió a restaurar la
Iglesia.
También
allí Francisco de Asís compuso su canto de alabanza al Señor por el sol y la
luna, por la tierra y el agua… No en vano, San Francisco de Asís ha sido
declarado patrono de los estudios y de las acciones que tienden a promover el
respeto a la casa común. Eso es lo que significa la “ecología”, que estudia
el medio ambiente y el desarrollo
sostenible.
A
eso está dedicada la carta encíclica que lleva por título «Laudato si’, mi’
Signore» – «Alabado seas, mi Señor», que recuerda el canto de San Francisco.
Firmada el día 24 de mayo, fiesta de Pentecostés, la carta se haría pública el
día siguiente, 18 de junio de este año 2015.
Un
amigo italiano decía hace unos pocos años que ya era hora de que la Iglesia se
ocupara del medio ambiente. En realidad, el magisterio de los papas viene
promoviendo el respeto a la creación desde mucho antes de que naciera mi amigo.
En
la introducción a su encíclica, el papa Francisco ha querido evocar algunos de
los datos de ese recorrido.
Ya
en 1971, Pablo VI denunciaba la explotación inconsiderada de la naturaleza, que
podría ser destruida por el ser humano, al que arrastraría en su destrucción.
Ya por entonces, trataba de promover un cambio radical en el comportamiento de
la humanidad con relación a la naturaleza.
San
Juan Pablo II, ya desde su primera encíclica, se ocupó una y otra vez del
respeto a la creación y de la necesidad de evitar la destrucción del medio
ambiente y de promover cambios fundamentales en el comportamiento humano ante
la naturaleza.
El
papa Benedicto XVI señaló dos tentaciones que acechan a la humanidad de hoy.
Por una parte se explota la naturaleza como si fuera un objeto destinado a
saciar nuestra codicia. Y, por otra parte, muchos adoran a la naturaleza, como
si de ella viniera una salvación sin Salvador. Al papa Ratzinger le gustaba
referirse a la gramática de la creación y a la unidad de la naturaleza, para
añadir que no se puede defender la vida de los animales, mientras se desprecia
la vida humana. Finalmente insistía en la necesidad de vivir un amor
intrageneracional, sin olvidar el amor intergeneracional. Es decir, no sólo
estamos llamados a amar a nuestros contemporáneos, sino también a ceder la
tierra en buenas condiciones a las generaciones futuras.
Evidentemente,
si los papas se preocupan por el medio ambiente, eso no significa que hayan
olvidado su responsabilidad religiosa para entrometerse en asuntos sociales o
políticos. Sabemos que la fe nos hace responsables de un mundo que Dios ha
confiado a nuestro cuidado.
Pues
bien, en esta línea se sitúa la encíclica “Laudato si’, mi’ Signore” del Papa
Francisco. A ella habrá que volver con frecuencia.
José-Román
Flecha Andrés