Martes III
Hch
7,51-8,1a
Jn
6,30-35 ABRIL 20
En
aquel tiempo dijeron los judíos a Jesús: “¿Y qué señal puedes darnos para que,
al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el
maná en el desierto, como dice la Escritura: ‘Dios les dio a comer pan del
cielo.’” Jesús les contestó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan
del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan
que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo”. Ellos le
pidieron: “Señor, danos siempre ese pan”. Y Jesús les dijo: “Yo soy el pan que
da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca
más tendrá sed”.
Preparación: “Nos habéis sacado a este desierto para
matar de hambre a toda la comunidad”. Así se quejaba el pueblo de Israel (Éx
16, 2-4.12-15). Es una queja airada e injusta contra Moisés y Aarón. El
desierto es soledad y austeridad. El desierto es hambre y sed. Y una sensación
de abandono y orfandad que lleva a los peregrinos a preguntarse si Dios se
cuida de ellos. Pero el maná que aparece en la mañana es la señal de que Dios
es el Señor. Su Señor.
Lectura: Ante el Sanedrín, Esteban recuerda la
muerte de Jesús. Y él mismo muere haciendo suyas las actitudes y la oración de
su Maestro. Continúa la lectura del discurso de Jesús en la sinagoga de
Cafarnaún. El evangelio pone en boca de Jesús una de esas frases con las que se
nos revela su ser y su misión: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no
pasará hambre”. Jesús es el pan que sostiene nuestro diario vivir. Nos alimenta
ya con el ejemplo de su vida, entregada al servicio de los pobres y los
humildes. Nos alimenta con sus palabras, nacidas de la honda y eterna verdad de
la que vino a dar testimonio. Y nos alimenta con su presencia-eucaristía, memoria de su entrega y de su pascua.
Meditación: “El
que viene a mí no pasará hambre”. ¡Ir a él! No es posible detenerse, después de
saber dónde está el horno del pan. Bien conocía
Jesús nuestra insatisfacción. Ni los tesoros ni los honores pueden
calmar nuestra hambre. Para saciar nuestro apetito de amor y de esperanza,
hemos de ir a él. El
Papa Francisco ha escrito en su exhortación La
alegría del Evangelio (n. 265): “A
veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde
a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido
creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor
fraterno”.
Oración: Señor Jesús con demasiada
frecuencia hemos confundido nuestra satisfacción con la felicidad. Pero tú
conoces nuestra hambre. Nada puede saciarla fuera de ti y de tu Palabra de vida
y de esperanza. Señor, danos siempre de
ese pan. Amén.
Contemplación: “Señor, danos siempre ese pan”. También
hoy el evangelio de Juan nos presenta cuatro palabras sobre las que gira el
mensaje de Jesús: el maná, el pan del cielo, el hambre y la sed. • El maná fue
el don de Dios para los hebreos que caminaban por el desierto, pero Jesús es el
alimento para el nuevo éxodo. • El maná aparecía en la tierra. Pero el
verdadero pan de Dios ha bajado del cielo y da la vida al mundo. • El hambre y
la sed de cada día encuentran satisfacción en los alimentos y en la bebida. •
Pero solo Jesús puede calmar para siempre el hambre y la sed de quienes buscan
a Dios.
Acción: Preguntarnos con qué frecuencia
nos dirigimos a Jesucristo para rogarle que calme nuestra hambre de sentido y
nuestra sed de eternidad.
José-Román Flecha Andrés