MARIA, RESUMEN DEL EVANGELIO
“El nombre de la doncella era María”. Así nos
la presenta Lucas (l,27). María de
Nazaret. Millones de palabras se han dicho sobre ella. Pero al comienzo sólo la
abraza el silencio. Su infancia le pertenece sólo a ella. El nacimiento de su
hijo es un hecho confidencial.
Estaba desposada con José, el artesano. Fue en
ese tiempo cuando Dios irrumpió en su existencia. El mensajero de Dios la
saludó con el título de “llena de gracia”. La que disfrutaba del favor de Dios.
Se le confiaba una misión: dar a luz un hijo, a quien había de poner por nombre
Jesús.
“He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. No cabía otra
respuesta terrena a la propuesta celestial. Una nueva Eva aceptaba los planes
de Dios para un mundo renovado. María es la creyente que escucha la palabra.
María acoge en su seno y ha de dar su propia sangre a la palabra que ilumina y
salva.
Su pariente Isabel la saluda con el elogio
más certero y la bienaventuranza más
bella: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron
dichas de parte del Señor!” (Lc 1,46).
Ha concebido a Dios en su vientre, porque ha aceptado a Dios en su
mente.
María
del camino. María de los caminos. María camina
hacia Belén para ofrecer al mundo un Salvador, para mostrarlo a los pobres y marginados como los
pastores, para presentarlo a la
veneración de los lejanos y los entendidos, como los magos, para ofrecerlo a
Dios como primicia, para aprender las
rutas del exilio.
María sale al encuentro de Jesús cuando su
presencia parece haberse perdido. Entre la angustia y el asombro, pregunta por
el sentido de su ausencia. En silencio conserva en su corazón el aliento del
misterio. Ella es la parábola de todos los caminos, de todas las huidas, de
todas las búsquedas, de todas las preguntas.
Entre el barullo de la fiesta de Caná, sólo
dos frases de María. Una para su Hijo: “No tienen vino”. Otra, dirigida a los
sirvientes: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,1-5). Dos palabras para una misma
confianza. Atenta a las necesidades de los hombres, vive en la intercesión y la
súplica.
Los caminos de Jesús habían de llevarlo hasta
la entrega de su vida. En pie junto a la cruz, María recibe las últimas palabras
del Hijo. Siempre lo había hecho. Pero ahora recibe también, con ánimo
generoso, al discípulo amado de su Hijo (cf. Jn 19,25-27). Fiel a su Hijo y
Señor, recoge su testamento y se mantiene abierta para albergar a la
humanidad.
Un
fragor como de viento impetuoso. Un resplandor como de lenguas de fuego. Y el
Espíritu Santo se posó sobre cada uno de ellos. La fiesta de la siega, o de
Pentecostés, se convertía en la fiesta del envío. Comenzaba la misión. Y María está allí, en silenciosa plegaria,
como gestando la nueva comunidad.
María
es el resumen del Evangelio. El paradigma del Evangelio. Lo suyo era la escucha de la palabra de Dios.
De aquella palabra dependió su vida.
José-Román
Flecha Andrés