jueves, 26 de marzo de 2015

LECTIO DIVINA-VIERNES 5ª SEMANA DE CUARESMA

Viernes V

Jr 20,10-13
Jn 10,31-42
MARZO 27

En aquel tiempo los judíos volvieron a coger piedras para tirárselas, pero Jesús les dijo: “Por el poder de mi Padre he hecho muchas cosas buenas delante de vosotros: ¿por cuál de ellas me vais a apedrear?”. Los judíos le contestaron: “No vamos a apedrearte por ninguna cosa buena que hayas hecho, sino porque tus palabras son una ofensa contra Dios. Tú, que no eres más que un hombre, te haces Dios a ti mismo”. Jesús les respondió: “En vuestra ley está escrito: ‘Yo dije que sois dioses’. Sabemos que no se puede negar lo que dice la Escritura, y Dios llamó dioses a aquellas personas a quienes dirigió su mensaje. Y si Dios me apartó a mí y me envió al mundo, ¿cómo podéis decir que le he ofendido por haber dicho que soy Hijo de Dios? Si no hago las obras que hace mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, creed en ellas aunque no creáis en mí, para que de una vez por todas sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre”. De nuevo quisieron apresarle, pero Jesús se escapó de sus manos. Regresó Jesús al lado oriental del Jordán, y se quedó allí, en el lugar donde Juan había estado antes bautizando. Muchos fueron a verle y decían: “Ciertamente, aunque Juan no hizo ninguna señal milagrosa, todo lo que decía de este hombre era verdad”. Muchos creyeron en Jesús en aquel lugar.

Preparación: El pueblo cristiano llama a este día “el viernes de dolores”. La religiosidad popular inicia con él las celebraciones y procesiones de la Semana Santa. Nuestra oración no puede ignorar estos signo de la piedad de nuestro pueblo.

Lectura: El texto de Jeremías  recuerda la conspiración que habían tramado contra él sus mismos amigos y vecinos. Pero el profeta confía en el Señor que lo ha llamado: “Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo”. El evangelio nos sitúa en la fiesta invernal de la Dedicación. El rey Antíoco IV había profanado el templo de Jerusalén, con la connivencia de muchos judíos. El año 164 Judas Macabeo volvió a consagrarlo. Bajo los pórticos del templo reafirma su unión con el Padre. Los judíos quieren de nuevo apedrearlo por blasfemo, pero Jesús se escabulle de sus manos y vuelve al lado del Jordán, donde había iniciado su vida pública.

Meditación: Hay en el evangelio una palabra que merece nuestra meditación. Los judíos estaban celebrando la fiesta de la dedicación del templo y la “consagración” del nuevo altar. Pero Jesús les recuerda que él ha sido “consagrado” por el Padre y enviado al mundo. Jesús es el nuevo templo en el que se manifiesta Dios y en el que los creyentes pueden encontrar a Dios. Jesús es el nuevo altar consagrado por Dios y consagrado a Dios. La verdadera blasfemia es destruir ese templo. De forma análoga, eso puede decirse de nosotros, consagrados por el Espíritu para ser templos de Dios.

Oración: “Perdona las culpas de tu pueblo, Señor, y que tu amor y tu bondad nos libren del poder del pecado, al que nos ha sometido nuestra debilidad. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.

Contemplación: Podemos adentrarnos en la escena. Jesús se ha cobijado bajo los pórticos del templo. El pueblo recuerda la dedicación del lugar santo, profanado por los paganos y por algunos judíos avergonzados de su fe. La fiesta invita a los fieles a rechazar los pecados de su pueblo y a mantenerse fieles a la alianza con el Dios verdadero. Jesús recuerda que si la Escritura llama “dioses” a quienes escuchan la palabra de Dios (Sal 82, 6), no es una blasfemia reconocerle a él como Dios. Hoy contemplamos su divinidad y su cercana humanidad, tan discutida y negada en todo tiempo. Nos devuelve la esperanza el último versículo del evangelio de hoy que nos sitúa en un lugar lejos de las intrigas del poder: “Muchos creyeron en él en aquel lugar”.


Acción: Hoy nos preguntamos cómo podemos compaginar la religiosidad popular con la celebración litúrgica de la Semana Santa. Seguramente hemos de ayudar a nuestros hermanos a clarificar sus ideas y actitudes en estos días.
                                                                             José-Román Flecha Andrés