Jr 20,10-13
Jn 10,31-42
MARZO 27
En aquel tiempo
los judíos volvieron a coger piedras para tirárselas, pero Jesús les dijo: “Por
el poder de mi Padre he hecho muchas cosas buenas delante de vosotros: ¿por
cuál de ellas me vais a apedrear?”. Los judíos le contestaron: “No vamos a
apedrearte por ninguna cosa buena que hayas hecho, sino porque tus palabras son
una ofensa contra Dios. Tú, que no eres más que un hombre, te haces Dios a ti
mismo”. Jesús les respondió: “En vuestra ley está escrito: ‘Yo dije que sois
dioses’. Sabemos que no se puede negar lo que dice la Escritura, y Dios llamó
dioses a aquellas personas a quienes dirigió su mensaje. Y si Dios me apartó a
mí y me envió al mundo, ¿cómo podéis decir que le he ofendido por haber dicho
que soy Hijo de Dios? Si no hago las obras que hace mi Padre, no me creáis.
Pero si las hago, creed en ellas aunque no creáis en mí, para que de una vez
por todas sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre”. De nuevo quisieron
apresarle, pero Jesús se escapó de sus manos. Regresó Jesús al lado oriental
del Jordán, y se quedó allí, en el lugar donde Juan había estado antes
bautizando. Muchos fueron a verle y decían: “Ciertamente, aunque Juan no hizo
ninguna señal milagrosa, todo lo que decía de este hombre era verdad”. Muchos
creyeron en Jesús en aquel lugar.
Preparación:
El
pueblo cristiano llama a este día “el viernes de dolores”. La religiosidad
popular inicia con él las celebraciones y procesiones de la Semana Santa.
Nuestra oración no puede ignorar estos signo de la piedad de nuestro pueblo.
Lectura:
El
texto de Jeremías recuerda la
conspiración que habían tramado contra él sus mismos amigos y vecinos. Pero el
profeta confía en el Señor que lo ha llamado: “Pero el Señor está conmigo, como
fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo”. El evangelio nos
sitúa en la fiesta invernal de la Dedicación. El rey Antíoco IV había profanado
el templo de Jerusalén, con la connivencia de muchos judíos. El año 164 Judas
Macabeo volvió a consagrarlo. Bajo los pórticos del templo reafirma su unión
con el Padre. Los judíos quieren de nuevo apedrearlo por blasfemo, pero Jesús
se escabulle de sus manos y vuelve al lado del Jordán, donde había iniciado su
vida pública.
Meditación:
Hay
en el evangelio una palabra que merece nuestra meditación. Los judíos estaban
celebrando la fiesta de la dedicación del templo y la “consagración” del nuevo
altar. Pero Jesús les recuerda que él ha sido “consagrado” por el Padre y
enviado al mundo. Jesús es el nuevo templo en el que se manifiesta Dios y en el
que los creyentes pueden encontrar a Dios. Jesús es el nuevo altar consagrado
por Dios y consagrado a Dios. La verdadera blasfemia es destruir ese templo. De
forma análoga, eso puede decirse de nosotros, consagrados por el Espíritu para
ser templos de Dios.
Oración:
“Perdona
las culpas de tu pueblo, Señor, y que tu amor y tu bondad nos libren del poder
del pecado, al que nos ha sometido nuestra debilidad. Por Jesucristo nuestro
Señor. Amén”.
Contemplación:
Podemos
adentrarnos en la escena. Jesús se ha cobijado bajo los pórticos del templo. El
pueblo recuerda la dedicación del lugar santo, profanado por los paganos y por
algunos judíos avergonzados de su fe. La fiesta invita a los fieles a rechazar
los pecados de su pueblo y a mantenerse fieles a la alianza con el Dios
verdadero. Jesús recuerda que si la Escritura llama “dioses” a quienes escuchan
la palabra de Dios (Sal 82, 6), no es una blasfemia reconocerle a él como Dios.
Hoy contemplamos su divinidad y su cercana humanidad, tan discutida y negada en
todo tiempo. Nos devuelve la esperanza el último versículo del evangelio de hoy
que nos sitúa en un lugar lejos de las intrigas del poder: “Muchos creyeron en
él en aquel lugar”.
Acción:
Hoy
nos preguntamos cómo podemos compaginar la religiosidad popular con la
celebración litúrgica de la Semana Santa. Seguramente hemos de ayudar a
nuestros hermanos a clarificar sus ideas y actitudes en estos días.
José-Román Flecha Andrés