HAMBRE Y
SOLIDARIDAD
En los primeros días de
febrero se nos presenta con una cierta insistencia la campaña contra el hambre.
Con demasiada frecuencia pensamos que el hambre se debe a la escasez de
alimentos, causada a su vez por la falta de agua o por el avance de los
desiertos. Ciertamente son fenómenos preocupantes.
Pero caben también otras
reflexiones. En una homilía en un tiempo de hambre, ya en el siglo IV decía San
Basilio: “Nosotros recibimos, pero no damos a nadie… Cuando tenemos hambre
comemos, pero pasamos de largo junto al necesitado… Nuestros graneros y
depósitos son estrechos para tanto como metemos en ellos, pero nosotros no nos
compadecemos de los que padecen estrecheces”.
Aquel clamor se ha repetido
muchas veces a lo largo de los siglos. Más cerca de nosotros, San Juan de Ávila
escribía en el siglo XVI que “si solos los necesitados hubiesen de ser
socorridos, y tan limitadamente como nosotros queremos socorrer solamente a los
pobres, bien podríamos olvidar cómo nos
socorre Dios”.
Así pues, no se trata sólo
de hacer beneficencia. En su exhortación “La alegría del Evangelio”, el Papa
Francisco ha hecho suyo este pensamiento de los obispos brasileños: “Nos
escandaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente para todos y que
el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta. El
problema se agrava con la práctica generalizada del desperdicio” (EG 191).
Al tema del desperdicio y
del descarte se ha referido el Papa con mucha frecuencia. Una parte de la
humanidad parece ocupada en mantener un consumo desenfrenado y preocupada tanto
por mantener los precios como por llevar una dieta equilibrada. Pero tres
cuartas partes de la humanidad están preocupadas por no morir de hambre.
El día 16 de octubre de 2014
el Papa Francisco enviaba un mensaje al director general de la FAO, con ocasión
de la Jornada Mundial de la Alimentación, que había de hacerse eco “del grito
de tantos hermanos y hermanas que en
diversas partes del mundo no tienen el pan de cada día”.
Frente a este dato tan
grave, el Papa pensaba “en la enorme cantidad de alimentos que se desperdician,
en los productos que se destruyen, en la especulación con los precios en nombre
del dios beneficio”. Según él, no basta promover un reparto más justo. Hay que
pensar que “quienes sufren la inseguridad alimentaria y la desnutrición son
personas y no números, y por su dignidad de personas, están por encima de
cualquier cálculo o proyecto económico”.
Hay que aprender la
solidaridad. Pero la obligación de la solidaridad “no puede limitarse a la
distribución de alimentos, que puede quedarse sólo en un gesto técnico, más o
menos eficaz, pero que se termina cuando se acaban los suministros dedicados a
tal fin”. Hace falta un cambio de mentalidad y de estructuras, y una mayor
educación de los pueblos en vías de desarrollo y de las personas que forman las
bolsas de pobreza en los países ricos.
José-Román
Flecha Andrés