BEATO PABLO VI
El domingo 19 de octubre de este año 2014 ha sido
beatificado en Roma el papa Pablo VI. Muchos de nosotros deseábamos desde hace
tiempo este reconocimiento público. Ha
sido impresionante el momento en que el Papa Francisco lo ha declarado beato. A
muchos de los presentes se nos han escapado unas lágrimas al ver aparecer su
imagen en el tapiz que colgaba de la “logia” central de la Basílica de San
Pedro.
A veces nos preguntan por qué razones
Pablo VI “merece” ser beatificado. Deberíamos volver a leer algunos de los
discursos pronunciados por él en sus viajes apostólicos, como la homilía en la
iglesia de la Anunciación, en Nazaret (5.1.1964), el mensaje a la Asamblea de
las Naciones Unidas, en Nueva York (4.10.1965) o el discurso a los campesinos
colombianos (23.8.1968). En todos ellos se refleja su amor a Cristo y a la
Iglesia, su compromiso misionero y evangelizador y su empeño por promover la
dignidad del ser humano y la humanización de esta sociedad.
El
cardenal Dionigi Tettamanzi, también arzobispo de Milán, ha resumido con tres
palabras las virtudes características de su predecesor el arzobispo Montini: la
cordialidad, el coraje y la condolencia. Está bien. Pero más allá de estas
virtudes morales, Pablo VI nos ha ofrecido un evidente testimonio de fe, de
esperanza y de caridad.
Basta
releer algunas frases de su “Pensamiento
ante la muerte” que revelan la hondura de su oración: “Inclino la cabeza y
elevo mi espíritu. Me humillo yo y te exalto a ti, oh Dios, cuya naturaleza es
la bondad. Permite que en esta última vigilia te rinda homenaje a ti, Dios vivo
y verdadero, que mañana serás mi juez y que te dirija la alabanza que más
deseas, y el nombre que prefieres: tú eres Padre”.
“Aquí ante la muerte, maestra de la
filosofía de la vida, pienso que el acontecimiento más grande ha sido para mí,
como para cuantos tienen una suerte semejante, el encuentro con Cristo, la
Vida… Maravilla de las maravillas, el misterio de nuestra vida en Cristo. Aquí
la fe, aquí la esperanza, aquí el amor cantan el nacimiento y celebran las
exequias del hombre. Yo creo, yo espero, yo amo, en tu nombre, oh Señor”.
“Ruego al Señor que me conceda la gracia
de hacer de mi próxima muerte un don de amor a la Iglesia. Podría decir que
siempre la he amado: fue su amor el que me sacó de mi roñoso y selvático
egoísmo y me encaminó a su servicio, y que por ella, y no por otra cosa, me
parece haber vivido”.
Hoy nos impresionan más que nunca la
sinceridad de su fe, el aliento de su esperanza y la fuerza de su amor a
Cristo, a la Iglesia y al mundo.
En
el primer mensaje que dirigió al mundo católico, al día siguiente de su
elección al pontificado, Pablo VI escribía: “Ojalá que brille en la familia
humana la llama encendida de la caridad y de la fe”. Sin ánimo de traicionar su
pensamiento, podríamos decir que esas palabras definían ya la hondura de su
vida y el ardor de su espíritu.
José-Román Flecha Andrés