miércoles, 16 de julio de 2014

QUE DICE LA BIBLIA SOBRE…

CARIDAD Y  SOLIDARIDAD

Confieso que en muchas ocasiones he manifestado mi admiración por los  graffitti firmados por los anarquistas. Tienen imaginación. Son expresivos. Y apuntan a una utopía en la que muchos nos reconocemos.
Mis formadores del Seminario de León hablaban mucho de D. Eugenio Merino. Aquel buen sacerdote dejó una profunda huella en la diócesis. Me contaron que pronunciaba una vez una conferencia sobre la gracia de Dios. Al parecer un grupo de anarquistas fue a escucharle pretendiendo hacer fracasar su charla. Pero, poco a poco, quedaron cautivados por la palabra sencilla de aquel hombre que tanto habría de influir sobre la espiritualidad de la HOAC. Según lo que cuentan, al terminar la conferencia, los anarquistas decían que aquel mensaje sobre la “gracia” era idéntico a lo que ellos propugnaban: un mundo de paz y de armonía, de fraternidad universal, de reencuentro con lo mejor del ser humano.  

UN HIMNO A LA CARIDAD

Bueno, pues es el caso que hoy me he encontrado en Salamanca con una gran pintada firmada por ellos. “Contra la caridad cristiana, solidaridad anarquista”. Quien la ha pensado no es un tonto. Pero, por esta vez, no puedo estar de acuerdo.
Yo sé que a la caridad le hemos hecho un flaco favor, presentándola con los ropajes de una compasión puntual, un tanto descomprometida y un mucho altanera. Decir que una persona es caritativa porque ha dado una limosna en medio de la plaza para ser vista por las gentes, es una triste caricatura. Tanto que hasta Jesús decía que eso era un gesto farisaico.
Pero cuando lees el himno sobre la caridad que san Pablo nos transmitió, tienes que cambiar de opinión. “La caridad es sufrida, es benigna, no tiene celos, no se pavonea, no se infla, no traspasa el decoro, no busca lo suyo, no se exaspera, no toma a cuenta el mal, no se goza de la injusticia, antes se goza con la verdad, todo lo disimula, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad jamás decae” (1 Cor 13, 4-8). Es difícil imaginar un ideal más alto, más respetable, más universal, más utópico.
Lo realmente sorprendente es que la solidaridad parece rechazar a la caridad, mientras que la caridad no tiene dificultades para reconocer los aspectos más valiosos de la solidaridad. Hasta el Papa Juan Pablo II se ha atrevido a decir que la solidaridad es el nuevo nombre de la paz. Eso me hace pensar que hay más grandeza en aceptar que en rechazar.

EL ANÓNIMO Y LA FIRMA

Seguramente los cristianos no siempre lo hemos realizado bien. Pero son millones y millones los creyentes que han caído en el tajo por tratar de vivir ese mensaje. En otros tiempos trataron de curar a los apestados y a los leprosos. Otras veces se ofrecieron personalmente para rescatar a los esclavos. Alguno se ofreció a morir en lugar de otro en un campo de concentración. Unos cuantos se han ofrecido estos años para que se experimente sobre ellos las vacunas contra el SIDA. Muchos y muchas dedican su vida a atender a subnormales profundos y a ancianos que sobran en las casas.
Y ahora mismo, cuando un huracán deja desolados a varios países o cuando los que bombardean un país no piensan en el drama de los miles y miles de refugiados, el mundo entero pide que intervenga “Cáritas”. Y Cáritas no es más que la organización práctica de lo que quiere ser la caridad cristiana.
 Sinceramente, me gustaría comprobar que la misma palabra “solidaridad” es absolutamente limpia. Creo que no se puede ser “caritativos” para el mal, a menos de aceptar el cinismo como norma de vida. De forma paralela, me gustaría saber que los hombres sólo pueden ser “solidarios” para el bien y nunca para el mal.  De verdad que a uno le gustaría que, en las grandes catástrofes, se hiciera presente la “Solidaridad Anarquista”.
Y me queda rondando todavía una pregunta. Las personas a las que les han emborronado la fachada de su casa con esa enorme pintada ¿se sentirán agradecidas hacia la solidaridad anarquista? Mucho me temo que la ingeniosa proclama se haya hecho una mala propaganda a sí misma.
Pero bueno, al fin, me ha dado la ocasión de reflexionar sobre la propuesta. Y con una pequeña diferencia. Los que anuncian la solidaridad anarquista lo hacen desde el anonimato. Los que, temblorosamente, osamos pedir el ejercicio de la caridad cristiana todavía nos atrevemos a firmar, a pesar de nuestros pecados.

                                                                                      José-Román Flecha Andrés
Publicados en la revista "EVANGELIO Y VIDA".